Punto
2.629 El vocabulario neotestamentario sobre la oración
de súplica está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia,
invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración” (cf Rm 15,
30; Col 4, 12). Pero su forma más habitual, por ser la más
espontánea, es la petición: Mediante la oración de petición mostramos la
conciencia de nuestra relación con Dios: por ser criaturas, no somos ni nuestro
propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero
también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de
nuestro Padre. La petición ya es un retorno hacia Él.
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La oración de petición está muy ligada con las necesidades existenciales del
hombre, brota de manera muy natural de nosotros. Así como hay otras oraciones
en las que tenemos que ser más pacientemente educados como la oración de
alabanza, de acción de gracias, etcétera, para la oración de petición más que
ser educados en hacerla, hay que ser educados en cómo hacerla, en cómo
dirigirla bien, en cómo hacerla para que no la manipulemos. Una forma
incorrecta de entender la oración de petición es entender que es una lucha
contra la voluntad de Dios, un pulso a Dios, a ver si uno consigue que Dios
entre por mi voluntad. Nos ocurre que podemos tener una lucha porque no tenemos
clara cuál es la voluntad de Dios, podemos pedir cosas que en principio son
buenas, pero no estamos seguros de que Dios quiera dárnoslas en su providencia
aquí, ahora, de esta manera y en este orden. La sabiduría y providencia de Dios
nos supera. La oración es un combate, no contra la voluntad de Dios sino contra
nosotros mismos, contra nuestras circunstancias, para que al final digamos “Señor
que en medio de todo este lío se haga tu voluntad” y decir esto no es tan fácil,
supone un combate contra nosotros mismos y contra la realidad que nos rodea que
desconfía de la voluntad de Dios.
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Somos criaturas que no controlamos ni nuestro origen, ni las adversidades. En
esta vida planeas muchas cosas y luego sale todo distinto a como lo habías pensado.
Esto es un drama porque nos damos cuenta que no llevamos el timón de nuestra
vida, que no la controlamos. La vida es un don que nos ha sido dado sin
habernos consultado, nadie nos ha pedido permiso para ser traídos a la vida, la
vida es un don que precede a nuestra libertad y nuestra determinación. No
reconocer o no aceptar nuestra fragilidad puede llevarnos a auténticos dramas. Forma
parte de la condición humana la aceptación humilde de esta realidad, hay muchas
cosas que nos son dadas y en nosotros está en cómo conducirlas.
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La cultura agnóstica o atea viene a decir que la religión es como una búsqueda de
seguridades para hacer más llevaderas las debilidades de la vida, en vez de
aceptar nuestra debilidad nos buscamos el recurso psicológico de Dios para
sentirnos más seguros. Sin embargo no hablamos de una sensación psicológica
sino de que nuestra realidad es que somos débiles y frágiles, y la vida es así.
Lo cierto es que el hombre es frágil, el hombre no es dueño de su existencia,
no puede controlar ni su origen, ni su meta, ni sus circunstancias. Esta es la
realidad del hombre y recurrir a algo para que me quite el miedo es darle la
espalda a la verdad. El hombre es un ser contingente, es un ser que no tiene en
sí mismo las respuestas últimas y tiene que recurrir fuera de él a buscarlas, y
el que no quiera reconocerlo vive de espaldas a la realidad. Por tanto, frente
a quienes dicen que el sentido religioso de la vida es un invento para buscar
seguridades, hay que responder que más bien es un camino por el que Dios también
llega a nosotros, Dios no nos ha hecho auto suficientes, nos ha hecho
dependientes, ha sembrado en nosotros un instinto religioso de dependencia
hacia Dios. El hecho de que seamos tan débiles y que caigamos constantemente en
los mismos pecados que nos llevan a recurrir frecuentemente a Dios en la oración
de petición para pedirle ayuda a Dios, algún día entenderemos que esto es una
misericordia de Dios. Es preferible la debilidad de la carne que nos lleva a
ser mendigos de la gracia, que la soberbia del espíritu, por eso Dios no nos ha
hecho auto suficientes.
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La propia oración de petición es una respuesta a Dios que te busca, una
respuesta a la llamada de Dios. Hay una famosa frase de san Agustín que dice “Dios
no manda cosas imposibles sino que al mandar lo que manda, te invita a hacer lo
que puedas, a pedir lo que no puedas y te ayuda para que puedas”, es decir,
Dios nos ha hecho como nos ha hecho, nos ha dado unas cualidades, unos talentos
que en lugar de enterrarlos los ponemos
al servicio de la construcción del reino de Dios, y habrá muchas situaciones en
las que me encuentro impotente, pero te pido que me ayudes. La oración de petición
bien hecha nos lleva a ser muy activos y al mismo tiempo a confiar en la
providencia. El mejor termómetro para saber si pedimos bien, es la confianza en
la providencia. Hacer oración de petición es caer en la cuenta de que Dios me lleva
de su mano, y solo por eso merece la pena hacer la oración de petición y por
eso nos dice el Catecismo que la petición es ya un retorno hacia Dios, que la oración
de petición es paradójicamente una respuesta antes que una llamada, en la petición
estamos respondiendo a Dios en su providencia.
. Cómo preparar una homilía: una homilía de cinco minutos probablemente lleva una preparación de una hora y viceversa, es decir, para decir las cosas con intensidad hay que prepararlas. Como consejo, el sacerdote si prepara la homilía delante del sagrario, mejor, los sacerdotes deberíamos tener una mesita delante del sagrario y decirle al Señor “qué les digo”, y el Señor escucha esa oración del sacerdote e inspira esa homilía.