Punto 976 El
Símbolo de los Apóstoles vincula la fe en el perdón de los pecados a la fe en
el Espíritu Santo, pero también a la fe en la Iglesia y en la comunión de los
santos. Al dar el Espíritu Santo a su Apóstoles, Cristo resucitado les confirió
su propio poder divino de perdonar los pecados: "Recibid el Espíritu
Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20, 22-23).
(La Segunda parte del Catecismo tratará explícitamente
del perdón de los pecados por el Bautismo, el sacramento de la Penitencia y los
demás sacramentos, sobre todo la Eucaristía. Aquí basta con evocar brevemente,
por tanto, algunos datos básicos).
. El símbolo de los apóstoles o credo de los
apóstoles, que es el credo corto que habitualmente rezamos en la santa Misa, se
compone de tres partes, la primera referida al Padre, la segunda referida a Jesucristo
y la tercera al Espíritu Santo. En esta tercera parte, se vincula la fe en el perdón
de los pecados a la fe en el Espíritu Santo. Dentro de la tercera parte entran:
la santa iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la vida eterna. Estas cinco materias de fe están
ligadas al Espíritu Santo porque se entienden como dones del Espíritu Santo. La
iglesia católica se inauguró en Pentecostés, el Espíritu Santo es el que nos
une creando entre nosotros una profunda comunión, si el pecado nos fraccionó,
el Espíritu Santo crea comunión entre nosotros. Por la fuerza del Espíritu
Santo resucitaremos a una vida nueva y nuestros cuerpos serán regenerados. Es
el Espíritu Santo el que nos introduce en la vida divina.
. El perdón de los pecados se liga al Espíritu
Santo sobre todo por el texto de Juan 20,22-23 “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas,
por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con
vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se
alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como
el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos », es un
pasaje de una de las apariciones de Cristo resucitado que es una preparación de
Pentecostés porque también aquí aparecen los apóstoles como hombres temblorosos,
llenos de miedo, estando las puertas cerradas por miedo a los judíos, y Jesús se
presenta en medio de ellos sin haber tocado la puerta para donar la paz, con
ello se remarca la paz como un don de Cristo. Una vez que les dice “paz a
vosotros”, les mostró las manos y el costado, les muestra las huellas de la pasión,
les está diciendo “mirad cual es el precio de la paz”, el don de la paz es un
don que Cristo nos ha obtenido por su muerte redentora. Nosotros los cristianos
concebimos la paz no solo como una especie de estrategia política que lleva más
o menos a una convivencia que a veces es una paz que no es mas que un egoísmo consensuado,
a veces las paces políticas son una especie de injusticias consensuadas. La paz
de Cristo no es una estrategia sino que consiste en el hombre que nace de
nuevo, que renace, que es recreado por Cristo, parte de un profundo
arrepentimiento que hace al hombre nuevo. La paz del mundo es una paz
compatible con que el hombre siga siendo el hombre viejo, el hombre lleno de
pecado, puede ser una paz que hasta a veces le puede resultar más rentable y
pueda sacar un provecho egoísta.
. Jesús sopla sobre los apóstoles, y el don
del Espíritu Santo está recibido por la imagen del soplido, imagen que también
la iglesia la ha recogido en algunas imágenes sacramentales como por ejemplo
cuando el obispo en la misa crismal sopla sobre los óleos que serán utilizados
por las parroquias durante todo el año. Igualmente evocamos ese soplido en Génesis
2,7 “Entonces Yahveh Dios formó al hombre
con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el
hombre un ser viviente”, y si el soplo de Dios creó al hombre, el
soplo de Jesucristo recrea al hombre por el perdón de los pecados. Hay un
nacer que está en la creación de Dios y hay un renacer que está en la recreación
de los sacramentos por el que Dios nos regenera a una vida nueva. Hemos nacido
físicamente y hemos nacido sobrenaturalmente en nuestro Bautismo.
Punto 977 Nuestro
Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: "Id por todo
el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea
bautizado se salvará" (Mc 16, 15-16). El Bautismo es el primero y
principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto
por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4,
25), a fin de que "vivamos también una vida nueva" (Rm 6, 4).
. Recibimos la vida resucitada de Jesucristo del sacramento del
bautismo. El bautismo es nuestra pascua, para nosotros el bautismo es la pascua
de Jesús, el paso de la muerte a la vida, por eso la primitiva comunidad
cristiana celebraba los bautismos en la noche pascual simbolizando en ello que
es nuestro paso de la muerte a la vida.
Punto 978 "En
el momento en que hacemos nuestra primera profesión de fe, al recibir el santo
Bautismo que nos purifica, es tan pleno y tan completo el perdón que recibimos,
que no nos queda absolutamente nada por borrar, sea de la culpa original, sea
de cualquier otra cometida u omitida por nuestra propia voluntad, ni ninguna
pena que sufrir para expiarlas. Sin embargo, la gracia del Bautismo no libra a
la persona de todas las debilidades de la naturaleza. Al contrario [...]
todavía nosotros tenemos que combatir los movimientos de la concupiscencia que
no cesan de llevarnos al mal" (Catecismo Romano, 1, 11, 3).
. Se remarca que el sacramento por excelencia para el perdón de
los pecados es el bautismo que nos recrea, nos hace hombres nuevos, es tan
pleno el perdón que no nos queda nada por borrar. Cuando un adulto es bautizado,
está recibiendo el perdón de todos los pecados personales que haya podido
cometer porque el bautismo le ha recreado plenamente a una vida nueva. Ahora
bien, el bautismo no nos libra de las tendencias de la naturaleza humana, no
elimina nuestra tendencia a la concupiscencia que nos puede arrastrar al
pecado. La virgen María es la única persona humana que no ha tenido esa
concupiscencia, esa tendencia al mal, pero nosotros sí que la tenemos, y
hacemos compatible dos cosas, una que el bautizado ha quedado regenerado
plenamente, es una criatura nueva, en él no queda rastro de pecado, está
perfectamente purificado, aunque a nivel natural el bautizado tiene que luchar con
sus tendencias como todo el mundo, el bautizado va a tener la misma tendencia a
la pereza que el no bautizado, va a tener la misma tendencia al egoísmo que el
no bautizado.
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