Punto 596 Las autoridades religiosas de Jerusalén no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf. Jn 9, 16; 10, 19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que le siguieran (cf. Jn 9, 22). A los que temían que "todos creerían en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11, 48), el sumo sacerdote Caifás les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación" (Jn 11, 49-50). El Sanedrín declaró a Jesús "reo de muerte" (Mt 26, 66) como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de "sedición" (Lc 23, 19). Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
Los judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús
Punto 597 Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato), lo cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés (cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13, 27-28; 1 Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34) y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Menos todavía se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el tiempo y en el espacio, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que equivale a una fórmula de ratificación (cf.Hch 5, 28; 18, 6):
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: «Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy [...] No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la sagrada Escritura» (NA 4).
. Se distingue entre ecumenismo y diálogo interreligioso, el primero es el diálogo entre las iglesias cristianas y el segundo es el diálogo con otras religiones que nos son cristianas. Con el paso del tiempo se puede generalizar de forma incorrecta que los judíos rechazaron a Jesucristo, pues no todos los judíos rechazaron a Jesucristo. No se puede olvidar que Jesucristo, María, los apóstoles y la primitiva iglesia eran judíos, y por lo tanto no se puede decir de forma simplista que los judíos crucificaron a Jesucristo. De esta simplificación puede haberse dado malas relaciones entre el pueblo judío y el pueblo cristiano, que es un enfrentamiento contrario al espíritu de Jesucristo. Hoy en día la iglesia ora por el pueblo judío para que en la fidelidad de la alianza con Yahveh llegue a descubrir en Jesucristo el mesías prometido, que Jesús no fue un impostor, que no esperen a un mesías cuando ya ha llegado.
. Una de las primeras afirmaciones que el Catecismo detalla
citando varios pasajes bíblicos es que había muchos miembros del pueblo de
Israel que también eran seguidores de Jesús, por ejemplo en Juan 3,1-5: “Había
entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables
entre los judíos…”, se nos narra a Nicodemo magistrado judío que va de noche, seguramente
por miedo a ser denunciado, a ver a Jesús y defiende a Jesús. En Juan 19,38-39
tenemos a José de Arimatea: “Después de
esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente,
por temor a los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de
Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el
mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de
mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos”. El evangelio de Mateo dice
que Arimatea era un hombre rico y en Marcos que era miembro respetable del
consejo del sanedrín, que en Lucas 23,50 de dice que no había dado su visto
bueno a la condena de Jesucristo. Hay también textos en los que se ven
discusiones, disensión o falta de acuerdo entre los fariseos sobre Jesús. En
Hechos 6.7 “sí la Palabra de Dios se
extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en
Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe”. Y en Hechos 21,20:
“Ellos alabaron a Dios por lo que acababan
de oír, pero le advirtieron: «Tú sabes, hermano, que millares de judíos han
abrazado la fe, y que todos ellos son celosos cumplidores de la Ley”,
en resumen, el Catecismo quiere hacer
un esfuerzo de que no caigamos en la generalización de que el pueblo de
Israel rechazó a Jesucristo y que eso pueda crear en nosotros una especie de
animadversión y una especie de odios ancestrales entre los cristianos y los
judíos.
. En Marcos 15,11 se dice: “Pero
los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás”.
Pilato quería soltar a Barrabás pero los sumos sacerdotes manipularon al pueblo
para inclinar la balanza contra Jesús y pedir su crucifixión. Y especialmente
en Mateo 27,21-26: “Tomando de nuevo la
palabra, el gobernador les preguntó: «¿A cuál de los dos quieren que ponga en
libertad?». Ellos respondieron: «A Barrabás». Pilato continuó: «¿Y qué haré con
Jesús, llamado el Mesías?». Todos respondieron: «¡Que sea crucificado!».
El insistió: «¿Qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban cada vez más fuerte:
«¡Que sea crucificado!». Al ver que no se llegaba a nada, sino que
aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la
multitud, diciendo: «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes».
Y todo el pueblo respondió: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre
nuestros hijos». Pues bien, durante bastante tiempo se hizo la interpretación
de que este texto era una especie de maldición de Dios sobre el pueblo judío
y sobre su descendencia, que era un pueblo maldito, un pueblo errante por todo
el mundo. Esta interpretación no es correcta porque la expresión “caiga su
sangre sobre nosotros” no es una expresión de maldición de Dios sino una
expresión de ratificación, de estar de acuerdo con la condena a muerte que
se hace.
. Debemos de acordarnos de nuestra responsabilidad ante el pecado,
en Deuteronomio 24,16: “Los padres no
morirán por culpa de los hijos ni los hijos por culpa de los padres. Cada cual
morirá por su propio pecado”. Nos recuerda que cada uno es
responsable de su culpa y no se le puede atribuir a sus descendientes la culpa
propia. Es cierto que nuestros pecados afectan al prójimo pero la
responsabilidad es personal delante de Dios. Por lo tanto no cabe hablar de
tal familia, o de tal pueblo, o de tal raza, no cabe hablar en esto términos de
generalizaciones porque Jesús conoce a cada oveja por su nombre y cada uno
somos únicos e irrepetibles, para Jesús no existen los tales y los cuales,
existe cada uno de nosotros.
Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo
Punto 598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos, no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catecismo Romano, 1, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
«Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia" (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de Él con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre Él nuestras manos criminales» (Catecismo Romano, 1, 5, 11).
«Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados» (S. Francisco de Asís, Admonitio, 5, 3).
. En este punto, el Catecismo nos dice claramente que somos nosotros los que hemos crucificado a Cristo con nuestros pecados. Y tenemos menos excusa que aquellos que le crucificaron sin ser conscientes de lo que hacían, nuestro nivel de consciencia de nuestro pecado es muy superior al de entonces. Aquí la iglesia nos recuerda que no tenemos que echar balones fuera, ni echar culpas a otros, sino recordarnos nuestra condición de pecadores y nuestra responsabilidad.
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