martes, 19 de julio de 2016

Catecismo 893. La constitución jerárquica de la Iglesia. La misión de santificar

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Punto 893 El obispo "es el administrador de la gracia del sumo sacerdocio" (LG 26), en particular en la Eucaristía que él mismo ofrece, o cuya oblación asegura por medio de los presbíteros, sus colaboradores. Porque la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia particular. El obispo y los presbíteros santifican la Iglesia con su oración y su trabajo, por medio del ministerio de la palabra y de los sacramentos. La santifican con su ejemplo, "no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey" (1 P 5, 3). Así es como llegan "a la vida eterna junto con el rebaño que les fue confiado"(LG 26).

. El obispo es el administrador, es decir, el que administra no es dueño, Jesús puso en manos de la iglesia unos medios de santificación y la iglesia los administra. Los sacramentos que Jesús puso en manos de la iglesia, ésta no se siente dueña de ella, la iglesia los administra con un respeto sumo de todos y cada uno de los signos que vienen de Jesús o que vienen de la tradición, hay un cuidado exquisito por parte de la iglesia en no pretender cambiar a nuestro gusto o parecer los distintos sacramentos. El que administra es aquél que cuida. La iglesia tiene sumo cuidado en la celebración de los sacramentos, y cuando en algún momento algún sacramento entra en crisis, se tiene la tentación de olvidarlo o pretender cambiar la esencia del mismo, como hacer una reconfiguración del sacramento conforme a la mentalidad cultural del momento, pero nosotros no somos quién para cambiar el depósito confiado de Cristo. Por lo tanto, la iglesia no es dueña sino servidora de los medios de santificación, somos administradores. Esto es clave para responder a un mundo que a veces dice “porqué la iglesia no cambia esto o lo otro?” y la respuesta es que no cambia esto porque proviene de Jesucristo y lo que proviene de Jesucristo nosotros no somos quienes para cambiarlo. La iglesia no se siente con autoridad para cambiar nada que proviene de Jesucristo.

. El mayor medio de santificación que tenemos es la eucaristía, lo mejor que podemos ofrecer por ejemplo para justificar a un difunto de nuestra familia es ofrecer la eucaristía por él, el mejor medio que tenemos para glorificar a Dios y darle gracias es ofrecer la eucaristía. La eucaristía es la oración perfecta. La tradición de la iglesia nos enseña que la celebración de la eucaristía presidida por el obispo constituye la fuente principal de la vida cristiana, y en la medida en que la celebración de una sola eucaristía fue insuficiente porque iba creciendo la iglesia y era imposible que todo el mundo asistiese a la eucaristía presidida por el obispo, se recurrió a la ayuda de los presbíteros. Ha quedado en la liturgia eucarística un signo que se llama “la comixtion” que es el momento en que el sacerdote parte la sagrada hostia en dos partes y una pequeña parte de ella la deposita en el cáliz mientras que pronuncia unas palabras en voz baja diciendo “el cuerpo y la sangre de nuestro señor Jesucristo unidos en este cáliz sean para nosotros alimento de vida eterna”. En la liturgia primitiva había hasta tres momentos en que se hacía este signo. Uno de los significados que tenía esta comixtion es que san Ireneo relataba que el Papa enviaba un pequeño trocito de la eucaristía al resto de los obispos porque la eucaristía es el sacramento de la unidad y manifestaba simbólicamente la unidad de las distintas iglesias con el Papa. Y cada obispo la enviaba a cada sacerdote.

. También el obispo y los presbíteros santifican a la iglesia con su oración y su trabajo. Los obispos y sacerdotes en su ordenación se les pide la promesa del rezo de la liturgia de las horas: laudes, hora intermedia, vísperas, completas y oficio de lectura, es decir, su quehacer es rezar por el pueblo, por las almas encomendadas, una de las funciones principales del sacerdote es rezar por el pueblo. La oración de ese sacerdote es una oración de intercesión ante el Padre, es como la imagen de Moisés cuando pide por el pueblo. El sacerdote es un hombre orante a imagen de Jesucristo, y la entroncamos con lo que nos dice especialmente san Lucas que Jesús se retiraba a orar con frecuencia. Uno de los peligros principales de los sacerdotes es el emplear su tiempo principal hablando a los hombres de Dios y no tener tiempo para hablar a Dios de los hombres. Es el peligro del camarero, que es aquél que sale de la cocina con una bandeja llena de canapés donde todo el mundo va cogiendo y se vuelve a la cocina sin haber probado nada, que puede morir de hambre repartiendo comida, y ciertamente los fieles han de orar por el sacerdote para que sea también un hombre de oración y para que no caiga en el peligro del activismo, viviendo siempre entre las cosas de Dios pero sin encontrar tiempos explícitos profundos para estar con Jesús de tú a tú. Lo que tiene de básico la santificación del sacerdote es la celebración de la eucaristía y la oración por el pueblo encomendado.

. 1ª Pedro 5,2-3 “Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey”, cuando uno cuida del rebaño encomendado no es que sea un oficio o una especie de acción asalariada, sino todo lo contrario, es el ser del sacerdote que voluntariamente, vocacionalmente hace lo que sale de su corazón que es lo que Cristo ha puesto en dicho corazón. El sacerdote es pastor en todo momento y en toda circunstancia.

. El obispo tiene una tarea clave en la supervisión de la administración de todos los sacramentos, al principio era el obispo el que celebraba el sacramento del bautismo pero cuando la iglesia se fue extendiendo ya era imposible que el obispo celebrase todos los bautismos y se encomendó a los presbíteros el sacramento del bautismo pero se reservaba para el obispo la imposición de las manos al salir de la piscina bautismal y es aquí cuando se desdobla el bautismo de la confirmación. En un tiempo el bautismo y la confirmación eran celebrados por el obispo en un mismo momento y cuando los sacerdotes comienzan a bautizar, se le reserva al obispo cuando venga o cuando pase por esa comunidad la imposición de las manos a la salida de la piscina bautismal. También por ejemplo al obispo, le corresponde la supervisión del sacramento del perdón de los pecados, le corresponde dar a los sacerdotes la facultad de perdonar los pecados o de retirarles esa facultad. El obispo tiene pues la tarea de cuidar que se celebren bien los sacramentos, de llamar la atención cuando se celebren mal, etcétera. Todos los sacerdotes celebran los sacramentos unidos al obispo.

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