Punto 925 Nacida en Oriente en los primeros siglos del cristianismo (cf. UR 15) y vivida en los institutos canónicamente erigidos por la Iglesia (cf. CIC, can. 573), la vida religiosa se distingue de las otras formas de vida consagrada por el aspecto cultual, la profesión pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común, y por el testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia (cf. CIC, can. 607).
. Las distintas formas de vida consagrada: institutos seculares, vida eremítica, vírgenes consagradas, sociedades de vida apostólica, vida religiosa, etcétera, todas tienen diferencias pero todas tienen rasgos comunes. Uno de ellos es lo que el Catecismo subraya con la palabra “dimensión escatológica” que hace referencia a la dimensión que nos deja vigilantes a la siguiente vida, eso es algo muy característico de la vida consagrada.
. La vida religiosa subraya la dimensión escatológica, es decir ser un signo ante el mundo de la vida venidera. En la iglesia primitiva, se vivió una espera muy intensa de la venida del Señor, incluso parece ser que el retorno en gloria del Señor iba a ser inminente, y san Pablo reprende a algunos para que no esperen con los brazos cruzados la llegada del Señor y les insiste en que “el que no trabaje que no coma”, sino que esperan la llegada de forma activa e instaurando el reino de Dios entre ellos.
. Uno de los textos de san Pablo que más
ayuda a los religiosos a vivir es 1ª Corintios 7, 29-31 donde se habla de esa dimensión
escatológica que san Pablo refiere a todos los cristianos pero que
especialmente podemos decir de los religiosos, dice “Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen
mujer, vivan como si no la tuviesen. Los que lloran, como si no llorasen. Los
que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no
poseyesen. Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la
apariencia de este mundo pasa”. Este mundo es pasajero, es un error
vivir en esta vida poniendo el corazón definitivamente en ella. La solución que
nos da san Pablo es amar las cosas creadas, las cosas que llevamos entre
manos pero al mismo tiempo sin apegarnos a ellas. Esto se lleva a cabo
amando las cosas no con amor propio sino que las ama con el amor de Cristo, ama
las cosas en la voluntad de Dios, “y quiero esto en la medida en la que Dios lo
quiera”, “y si Dios no lo quiere pues yo no me voy a llevar un berrinche”, sino
que como busco la voluntad de Dios por encima de todo, quedo en paz, amar sin
apego, tener sin apego.
. También al religioso le puede ocurrir que
su superior le cambie de destino y al religioso se le revuelve todo y entra en
crisis. Esto manifiesta que el apego no solo se manifiesta en la vida del
seglar sino que también es posible en la vida religiosa, pues las tentaciones
de satanás traspasan las paredes del monasterio, convento, etcétera, pero es
cierto que en cuanto estado de vida, el religioso tiene una vocación perfecta
para amar con intensidad y libremente. Que un cambio de destino le haga entrar
en crisis a un religioso puede ocurrir porque el religioso pensaba que estaba
amando en Cristo su destino anterior pero también lo estaba amando con amor
propio, y esa crisis es una ocasión perfecta para purificarse, de volver al
amor primero, de decir “fíjate que yo pensaba que estaba haciendo esto por
seguir a Cristo y ahora me cambian de destino y se me revuelven las entrañas, y
me doy cuenta que pensando que hacía las cosas para gloria de Dios pues también
las hacía por un amor propio, porque me sentía humanamente satisfecho con ello
y entonces entro en crisis”.
. Otro rasgo de la vida religiosa que
está muy remarcado es la vida fraterna, es el amarnos todos como el Señor
nos amó. Esta comunión fraterna tiene una gran trascendencia porque cuanto más
se viva esta comunión, se está ayudando a los seglares a creer en el
mandamiento de Cristo de amarnos los unos a los otros. Posiblemente, el aspecto
más costoso de la vida religiosa es la vida en común, y no tanto el voto de
pobreza, castidad u obediencia, porque la vida fraterna supone amar con un amor
espiritual. Cuando uno entra en una comunidad religiosa, uno no sabe con quien
va a convivir, pero los religiosos se comprometen a un amor recíproco
incondicional, con la capacidad de no juzgar a esa persona con la que convive, perdonándole
hasta setenta veces siete, poniéndolo todo en común con él, bienes materiales,
ideales apostólicos, experiencias espirituales, talentos, etcétera, uno lo
comparte todo con los miembros de la comunidad. Este aspecto es un gran
testimonio ante el mundo que hace creíble el mandamiento del amor al prójimo de
Jesús.
Punto 926 La vida religiosa nace del misterio de la
Iglesia. Es un don que la Iglesia recibe de su Señor y que ofrece como un
estado de vida estable al fiel llamado por Dios a la profesión de los consejos.
Así la Iglesia puede a la vez manifestar a Cristo y reconocerse como Esposa del
Salvador. La vida religiosa está invitada a significar, bajo estas diversas
formas, la caridad misma de Dios, en el lenguaje de nuestro tiempo. Punto 927 Todos los religiosos, exentos o no (cf. CIC, can. 591), se encuentran entre los colaboradores del obispo diocesano en su misión pastoral (cf. CD 33-35). La implantación y la expansión misionera de la Iglesia requieren la presencia de la vida religiosa en todas sus formas "desde el período de implantación de la Iglesia" (AG 18, 40). "La historia da testimonio de los grandes méritos de las familias religiosas en la propagación de la fe y en la formación de las nuevas Iglesias: desde las antiguas instituciones monásticas, las órdenes medievales y hasta las congregaciones modernas" (RM 69).
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