Punto
2.608 Ya en el Sermón de la Montaña, Jesús
insiste en la conversión del corazón: la reconciliación con el hermano
antes de presentar una ofrenda sobre el altar (cf Mt 5, 23-24), el
amor a los enemigos y la oración por los perseguidores (cf Mt 5, 44-45),
orar al Padre “en lo secreto” (Mt 6, 6), no gastar muchas palabras
(cf Mt 6, 7), perdonar desde el fondo del corazón al orar
(cf, Mt 6, 14-15), la pureza del corazón y la búsqueda del Reino
(cf Mt 6, 21. 25. 33). Esta conversión se centra totalmente en el
Padre; es lo propio de un hijo.
. Otro consejo que nos da Jesús lo tenemos en Mateo 6,6 “Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas,
que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien
plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su
paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de
cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que
ve en lo secreto, te recompensará”, si bien en otros pasajes evangélicos
vemos cómo se enfatiza el testimonio público
que hemos de dar ante los demás como cuando se dice que “no se enciende una lámpara
para esconderla y que no la vean los demás”, lo que se insiste es que la
finalidad última de la oración no tiene que ser el juicio o la aprobación de
los hombres sino buscar la complacencia de Dios, dicho de otra manera, quién es
mi público?, ante quién hago yo las cosas?, ante los demás para que me aplaudan
o para recibir algo de ellos a cambio?. La cuestión decisiva no es que me vean
o que no me vean, de hecho Jesús rezó en la sinagoga, ante sus discípulos y públicamente,
es decir, Jesús en esos momentos no estaba orando cerrado en su cuarto. La clave
está en cuál es mi público, el ser visto por los hombres o el ser visto por
Dios. Jesús quiere que nuestra oración sea un ponernos ante Dios, quiere que
busquemos la intimidad de estar con el Señor. Es bueno tener lugares de
especial intimidad con el Señor en la oración pues nos ayuda a crecer en conciencia
de que lo principal de la oración es estar con él.
. Jesús nos dice que no gastemos muchas palabras al
orar. Mateo 6,7: “Y al orar, no charléis
mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser
escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis
antes de pedírselo”. Este consejo de Jesús parece contrario a muchas
oraciones que hacemos como el Rosario, la oración de los Salmos o la Liturgia
de las horas. Sin embargo, como en todo, hay que entender lo que Jesús nos está
diciendo, Jesús no está diciendo que cuando oremos no digamos palabras sino que
sería un error muy grande pensar que el valor de la oración está en nuestro
discurso, en pensar que hemos hecho una composición y una estructura de nuestra
oración de una manera perfecta, como quien se prepara un discurso hilando muy
bien las frases. Las palabras no son el fin de la oración sino que son un
instrumento para ponernos en presencia de Dios. La clave de la oración está en ponernos
en presencia de Dios, lo principal de la oración es a quién me dirijo, con
quién estoy, antes de qué le digo.
. Mateo 6,21: “Dónde
tengas tus riquezas, allí tendrás el corazón”, es una llamada de atención que
nos hace Jesús. Nos pregunta dónde está el centro de gravedad de nuestra vida,
porque si la oración no ocupa un lugar central en nuestra vida, es que nuestro
centro de gravedad no está en Dios, estará en la televisión, en el ocio,
etcétera. Pregúntate en qué empleas tú tiempo, en qué descansas y en la
respuesta que te des, te delata dónde tienes puesto tú corazón.
. Mateo 6,25: “Por
eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por
vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y
el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni
cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No
valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más
que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido,
¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se
fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió
como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa
al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de
poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos
a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los
gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo
eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura”. Jesús en este pasaje nos enseña que la oración bien hecha nos
tiene que llevar al abandono, a abandonarte en manos de Dios sabiendo que
estamos en buenas manos. Yo no voy a vivir agobiado, el agobio es propio de
quien se piensa que está solo, un niño no está agobiado si sus padres están
cerca, uno está agobiado cuando se cree que está solo. La clave de nuestra vida
es entender que no estamos solos, es entender que nuestro Padre Dios nos
acompaña siempre, por tanto la oración bien hecha me da la conciencia de que no
me voy a agobiar en la vida, Dios me acompaña, Dios no me abandona en ningún momento.
El hombre de oración es el que se preocupa sobre todo de agradar a Dios y lo
demás ya vendrá por su propio peso. Hay un orden de prioridades y la oración nos
ayuda a vivirlo intensamente, la oración nos ordena los valores de la
existencia, y esto es un gran bien para el hombre. Saber poner a Dios lo
primero nos ayuda a entender que lo segundo y lo tercero pues son eso, lo
segundo y lo tercero. Cuántas veces el hombre sufre porque le está dando
prioridad a lo que no lo tiene. Este es el gran consejo que da Jesús para que
la oración sea un traer a Dios en nuestra vida y que ordene el resto de nuestra
existencia.
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