domingo, 21 de febrero de 2016

Catecismo 783-786. La Iglesia, pueblo de Dios. Un pueblo sacerdotal, profético y real

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Punto 783 Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas (cf .RH18-21).

. El pueblo de Dios está compuesto por todos los fieles, clérigo o seglares, y la jerarquía hay que entenderla en el marco de todo el pueblo de Dios, y está al servicio del pueblo de Dios. En un principio el término laico significó a todos los miembros de este pueblo y a partir del siglo tercero en la tradición de la iglesia el término laico pasó a designar a los que no eran clérigos. Lo importante es que todos los miembros bautizados tienen una  misma dignidad de hijos de Dios, de miembros de un pueblo. La iglesia no es el clero, sino que somos todos los bautizados, de modo que si dentro de la iglesia existe una jerarquía, es para el servicio del pueblo en la palabra, en el sacramento y en el gobierno. Al pueblo de Dios los hombres se incorporan por medio de la fe y el bautismo. De todos es la responsabilidad de evangelizar y de santificarse en la iglesia.

. Al igual que Cristo fue ungido en el río Jordán con el Espíritu Santo y es presentado por Dios ante el pueblo como sacerdote, profeta y rey. Así lo entiende Juan Bautista que entiende que su ser profeta ha alcanzado el culmen y señala a sus discípulos que ya no le sigan a él y le sigan a Jesús. Este es un momento culmen de manifestación de Jesús como el profeta. En nuestra liturgia católica, estas tres dimensiones de Jesús como sacerdote, profeta y rey, las celebramos de distintas maneras: en la culminación del año litúrgico celebramos la fiesta de Cristo rey del universo, en torno a Pentecostés celebramos la fiesta de Cristo sumo y eterno sacerdote. Como profeta no tenemos una fecha concreta, pero como profeta le estamos continuamente celebrando a diario en el evangelio. Esto que es Jesucristo, lo recibimos nosotros por el bautismo, lo que en Cristo es por esencia, por su propio ser, en nosotros es por adopción. En el bautismo hemos sido introducidos en Cristo por el Espíritu Santo y hemos pasado a forma parte como miembros de Cristo, que es sacerdote, profeta y rey, y es imposible ser miembro de Cristo si no se es sacerdote, profeta y rey, porque es su propio ser que es compartido en nosotros.

Punto 784 Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal: «Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo "un reino de sacerdotes para Dios, su Padre". Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo» (LG 10).

. Los fieles son sacerdotes, en cuanto miembros del pueblo de Dios sellados por el carácter bautismal. Lo propio del sacerdote es ofrecer un sacrificio a Dios Padre. El cristiano se ofrece al Padre. Sobre todo en la eucaristía es donde ejercitamos este sacerdocio al ofrecernos junto con Cristo como víctimas al Padre. El tema del sacerdocio es importante entenderlo pues la palabra sacerdote es dirigida a los presbíteros, a los curas, o a todos los bautizados, hay un sacerdocio ministerial y un sacerdocio común. Lutero negó el sacerdocio ministerial, el sacerdocio de los presbíteros y afirmó únicamente el sacerdocio de los bautizados, el común. Los católicos reaccionaron ante la herejía del sacerdocio ministerial, el sacerdocio ordenado por la sucesión apostólica, y esta reacción se pudo entender también contra el sacerdocio que todos recibimos por el bautismo, lo cual es verdad. Lutero negó el sacerdocio ministerial pero dijo una cosa que era verdad, que es que todos por el bautismo somos sacerdotes en el sentido de que ofrecemos sacrificios que son agradables a Dios y que nos unimos a la ofrenda de la eucaristía, no somos meros espectadores en la eucaristía de lo que hace el cura. Cuando participamos en la eucaristía, no hemos de ser espectadores porque vamos a participar activamente de ese sacrificio en el que el sacerdote transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor, y esto solo lo puede hacer el sacerdote por la imposición de las manos de los obispos, y ese sacrificio lo ofrece el sacerdote y todos nos unimos en esa ofrenda. En el ofertorio nos unimos al decir amén ejercitando el sacerdocio en esa ofrenda.

. En la alianza en el monte del Sinaí, Yahveh le dice a Moisés en Éxodo 19,6 “Vosotros me seréis un reino de sacerdotes, un pueblo consagrado a mí. Diles todo esto a los israelitas”. O en Isaías 61.6 ”Y a vosotros os llamarán sacerdotes del Señor, siervos de nuestro Dios”. Todo esto que se está prefigurando, ocurrirá en Cristo.
           
Punto 785 "El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo". Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando "se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre" (LG 12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo.

. Aquí se habla del carácter profético de Cristo del que nosotros también participamos. La palabra profético no significa adivinar, sino que significa enviado de Dios para anunciar su palabra. Todos los bautizados hemos recibido el don del Espíritu Santo para comprender el sentido profundo de la palabra de Dios y para transmitirla y constituirnos testigos de esa palabra delante de los demás. Lógicamente hay que hacerlo en comunión con la iglesia para no caer en peligros de subjetivismos o de relativismos, pero uno no puede dimitir de esa función, como si eso tuvieran que hacerlo otros y yo tengo como una especie de participación pasiva. El Espíritu Santo me ilumina a mí personalmente en la comprensión de la palabra y me fortalece para ser testigo de ella delante de los demás. La vocación de profeta la tenemos todos los bautizados.

Punto 786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir a Cristo es reinar" (LG 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.
«La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos debe saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?» (San León Magno, Sermo 4, 1).

. Ser rey lo ejerce el cristiano cuando Dios le da la gracia de ordenar interiormente su propia persona, de gobernar su cuerpo en su misión a Dios como dice san León Magno. Uno es rey en la medida en que su voluntad gobierna su vida y no es arrastrado por sus pasiones. La realeza del cristiano comienza por el propio gobierno de sus desordenes interiores. A medida que va creciendo el dominio del espíritu dentro de él, esa realeza se extiende a su alrededor. También existe la función de satanás que quiere desordenar, quiere que las cosas no estén hechas para gloria de Dios, y quiere que dentro  de nosotros mismos exista un desorden en el que las pasiones se adueñen de la voluntad. Ser rey es ejercitar el orden interior y el orden exterior en la sociedad en el que las pasiones son sometidas a la voluntad, y la voluntad propia es sometida a la voluntad de Dios.


. Ser rey no es darse la buena vida ni mandar y los que demás me obedezcan. Ser rey es primero mandarse a uno mismo, mandar en tus pasiones, por eso Jesús dijo “el que quiera ser primero que sea el último y el esclavo de todos”, pues reinar es servir a los demás y que todo sirva a la gloria de Dios. Jesús cuando lavaba los pies estaba reinando. 

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