domingo, 18 de diciembre de 2016

Catecismo 957-959. La comunión de los santos. La comunión entre la Iglesia del cielo y la de la tierra II

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Punto 957 La comunión con los santos. "No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino, sobre todo, para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva más cerca de Cristo, así la comunión con los santos nos une a Cristo, del que mana, como de fuente y cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios" (LG 50):
«Nosotros adoramos a Cristo porque es el Hijo de Dios; en cuanto a los mártires, los amamos como discípulos e imitadores del Señor, y es justo, a causa de su devoción incomparable hacia su rey y maestro; que podamos nosotros, también, ser sus compañeros y sus condiscípulos (Martirio de san Policarpo 17, 3: SC 10bis, 232 (Funk 1, 336)).

. Se hace una pequeña explicación de porqué veneramos el recuerdo de los santos: no solo lo hacemos como modelos cercanos de imitación sino sobre todo para que la unión de toda la iglesia en el Espíritu se vea reforzada en el amor fraterno, es decir, venerando a los santos que están en el cielo, estamos cumpliendo el mandato de Jesús de amarnos unos a otros. Amando a nuestros hermanos santos, a los miembros de la iglesia del cielo, estamos cumpliendo el mandato de Jesús. El amor al prójimo no solo se refiere al prójimo que está en la iglesia peregrinante.
. La comunión con los hermanos que peregrinan aquí en la tierra nos lleva a Cristo, nos pone en camino de ir hacia Cristo, es como decir ”me hago compañero tuyo para caminar junto contigo para que los dos vayamos a Cristo”, pero la unión con los hermanos que están en el cielo es distinta porque ellos ya están plenamente unidos a Cristo, entonces ya no es un caminar juntos sino que ellos nos traen a Cristo, se convierten en un conducto a través del cual Cristo llega a nosotros.

. Nosotros solo adoramos a Cristo y veneramos a los santos. Venerar a los santos es amarlos como discípulos imitadores del Señor, si los veneramos es a causa de la devoción incomparable hacia Cristo que ellos tenían, en el fondo lo que amamos en ellos es el que hayan sido tan amantes de Cristo. Por lo tanto no tenemos en los santos el fin, los santos no quitan la centralidad de Cristo, al contrario, al amar a los santos, amamos en ellos a Dios. Somos conscientes que los dones de los santos son recibidos de Dios, por lo cual uno al venerar a un santo está glorificando a Dios por los dones que ha dado a ese santo. Cuando uno ordena correctamente su veneración hacia los santos no quita a Cristo la centralidad, sino que glorifica a Dios por las obras que hace en los santos. Es decir, ser santo es participar de la santidad de Dios.

Punto 958 La comunión con los difuntos. «La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció sufragios por ellos; "pues es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados" (2 M 12, 46)"» (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor.

.  Aquí habla de la comunión con nuestros hermanos difuntos. El estado de purificación o el purgatorio es un estado de buena esperanza porque el alma es consciente que se está preparando para gozar de Dios. Podemos tener una comunión con ellos que es en el doble sentido, rezar nosotros por las almas del purgatorio y que ellas también interceden por nosotros. Nos podemos imaginar que nuestros fieles difuntos por los cuales hemos orado por su purificación, por la comunión que hay entre nosotros, nos podemos imaginar que ellos se sentirán con un agradecimiento inmenso hacia aquellos que han orado por ellos, se sentirán con la necesidad de devolver ese favor recibido en nuestra oración por su purificación con una intercesión ante Dios por nosotros. Las almas de aquellos fieles difuntos por los que hemos orado por su purificación, nos devuelven con creces esa intercesión que nosotros hemos hecho por ellos, en favor nuestro. Las almas del purgatorio y nosotros estamos de camino y nos apoyamos mutuamente.

Punto 959 En la única familia de Dios. "Todos los hijos de Dios y miembros de una misma familia en Cristo, al unirnos en el amor mutuo y en la misma alabanza a la Santísima Trinidad, estamos respondiendo a la íntima vocación de la Iglesia" (LG 51).


. Fruto del pecado original, tenemos una tendencia a la dispersión, y la iglesia está realizando esa vocación de unión para la que fue engendrada por Cristo, para convocar a todos sus hijos. Igual que Jesús tiene esas parábolas en el evangelio donde el buen pastor no descansa hasta reunir todo el rebaño, pues también la iglesia tiene la vocación de ser convocante de todos en una misma familia. La iglesia verá cumplida esta misión cuando en el cielo sea capaz de unir todos sus hijos, entonces la iglesia dirá “misión cumplida”. Para ello la iglesia tiene que purificar esa tendencia que tenemos a la dispersión, con frecuencia nos valoramos más por lo que nos diferencia que por lo que nos une, si uno no se ve distinto a los demás parece que uno no es nadie. Decir que soy hijo de Dios como los demás parece que no tiene chispa, parece que tengo que ser distinto y remarcar mis diferencias con los demás. Sin embargo la iglesia ha recibido la vocación del Señor de convocarnos a todos en una misma familia y de que nos valoremos todos por la común dignidad de hijos de Dios. Cuando estemos en el cielo, las diferencias por las que nos hemos peleado aquí en la tierra nos resultarán ridículas. La iglesia tiene la labor de que nos sintamos hermanos y de que esa comunión que vamos a tener en el cielo, comience ya aquí en la tierra, que nos sintamos aquí ya como hermanos.

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