miércoles, 17 de mayo de 2017

Catecismo 2579-2580. David y la oración del rey II

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Punto 2.579 David es, por excelencia, el rey “según el corazón de Dios”, el pastor que ruega por su pueblo y en su nombre, aquel cuya sumisión a la voluntad de Dios, cuya alabanza y arrepentimiento serán modelo de la oración del pueblo. Ungido de Dios, su oración es adhesión fiel a la promesa divina (cf 2 S 7, 18-29), confianza cordial y gozosa en aquel que es el único Rey y Señor. En los Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de la oración judía y cristiana. La oración de Cristo, verdadero Mesías e hijo de David, revelará y llevará a su plenitud el sentido de esta oración.

. Se nos presenta a David como el rey según el corazón de Dios. Esto es muy consolador porque David fue un hombre muy pecador, cometió pecados graves, incluso el homicidio por quedarse con la mujer de Urías, por quedarse con la mujer que no era la suya y lo hizo a costa de provocar que se matara a su esposo. Esto es consolador porque a nuestro alejamiento de Dios, a nuestro pecado que arrastramos, cuando pensamos que la santidad ya no es para mí, lo estamos haciendo desde nuestro amor propio humano y pensamos que la santidad es una obra del hombre y no un don de la gracia de Dios. El Señor nos dice que al que mucho se le perdonó, mucho amará, y a veces en la providencia, el Señor permite nuestros años de alejamiento de Él para que hagamos la experiencia de la misericordia y salgamos renovados con un deseo de amar y de reparar, y de recuperar el tiempo perdido en nuestra vida. Lo importante no es tanto el recorrido de la historia de nuestra vida sino la meta a la que llegamos.

. Las características de la oración de David que se nos muestran son las siguientes: sumisión a la voluntad de Dios, alabanza y arrepentimiento. Su oración le hacía más sumiso a la voluntad del Padre, le llevaba a un arrepentimiento profundo y de ahí se desprendía una alabanza. La calidad de la oración se mide por los efectos de transformación que se producen en nosotros, cada vez que David se pone a orar, se está sujetando más a la voluntad de Dios, confía más en los planes de Dios. Es tener un profundo arrepentimiento delante del Señor, es darnos cuenta de nuestra indignidad y a la vez experimentar nuestra necesidad de Él. Paradójicamente cuanto menos merezco al Señor, más le necesito. Así es la oración, es decir, una oración bien hecha no es la que dice palabras bonitas o la que tiene sensaciones románticas, sino aquella que nos lleve al arrepentimiento, que nos lleve a un corazón con deseo de renacer a una vida nueva en una confianza plena en la voluntad de Dios. La calidad de la oración se mide por la potencia de transformación que tiene en nuestra vida.

. David en su oración remarca la conciencia de indignidad, cuando uno se presenta ante Dios uno no se presenta con sentimientos de derechos ante Él sino todo lo contrario: “Señor no soy digno”. Este aspecto de como presentarnos delante de Dios es muy importante. Seguidamente, David le pide a Yahveh que le sostenga y que no sea un estorbo para llevar a cabo la obra de salvación que Dios quiere realizar en él. Cuando David hace oración tiene una obediencia a la voluntad de Dios y al mismo tiempo una confianza alegre en Él.


Punto 2.580 El Templo de Jerusalén, la casa de oración que David quería construir, será la obra de su hijo, Salomón. La oración de la Dedicación del Templo (cf 1 R 8, 10-61) se apoya en la Promesa de Dios y su Alianza, la presencia activa de su Nombre entre su Pueblo y el recuerdo de los grandes hechos del Exodo. El rey eleva entonces las manos al cielo y ruega al Señor por él, por todo el pueblo, por las generaciones futuras, por el perdón de sus pecados y sus necesidades diarias, para que todas las naciones sepan que Dios es el único Dios y que el corazón del pueblo le pertenece por entero a El.

martes, 9 de mayo de 2017

Catecismo 2578. David y la oración del rey I

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Punto 2.578 La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la morada de Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo —pastores y profetas— son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo “estar ante el Señor” (cf 1 S 1, 9-18) y del sacerdote Elí cómo escuchar su Palabra: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (cf 1 S 3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y el peso de la intercesión: “Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto” (1 S 12, 23).

. En estos puntos, estamos viendo cómo aprender a orar a través de las grandes figuras del Antiguo Testamento. La oración es un encuentro, y cuando decimos que Dios habita en “éste lugar”, venimos especialmente a éste lugar a hacer oración. Cuando entendemos la oración como una mera introspección pues poco importa cuál es la morada de Dios, pues entonces yo conmigo mismo me enfrasco en mis pensamientos, y entonces yo no voy al templo a orar, y me importa poco que Dios habite aquí o allá. Es fácil escuchar algunas personas decir que “yo rezo pensando en mis cosas, para mí rezar es pensar en mis cosas” y entonces confunden rezar con ensimismarse dándole vueltas a sus problemas, es como un rato de reflexión consigo mismo, y esto no es la oración, esto no es un encuentro. La oración del pueblo de Dios se desarrolló a la sombra de la morada de Dios, en lo alto de la montaña, en el templo, se busca la presencia de Dios y ante la presencia de Dios se ora porque la oración es un encuentro.

. Los maestros de oración fueron los propios reyes, profetas, los guías que Dios había elegido para guiar al pueblo de Israel. Así nos aplicamos hoy en día que el primer maestro de oración tienen que ser: el obispo, el sacerdote, el padre de familia, el superior de una casa religiosa, es decir, aquél a quien el Señor ha puesto como guía.


. En el primer libro de Samuel se nos ofrecen varios pasajes donde se nos muestran unos modelos concretos de oración. El Catecismo nos ofrece la oración de Ana como modelo de oración porque es importante que nosotros  cuando recemos ante Dios lo hagamos superando el rubor humano, uno reza ante Dios con el cuerpo entero, olvidándose de que es visto por los demás. Es una especie de despreocupación de uno mismo cuando está delante de Dios. Para poder orar bien, es básico, es fundamental el que a mí solo me importe como me mira Dios, que tenga despreocupación de como soy visto por los demás, es decir, no tenemos que avergonzarnos de que si tengo que llorar ante el Señor, pues lloro, de que si me postro ante el Señor no me tiene que importar como me miren los demás.



. Otro modelo de oración es el del sacerdote Elí que enseña a orar a Samuel sobre todo enseñándole a escuchar la palabra de Dios, a caer en cuenta que lo primero que hay que hacer para orar es escuchar, ponerse en una disposición de acogida de lo que Dios nos diga. Es muy frecuente que cuando intentamos enseñar a orar a alguien, la primera dificultad que nos dice es tan sencillo como “yo no oigo nada, si la oración es un dialogo y si no oigo nada, cómo sé lo que Dios me dice”. Tenemos la necesidad de hacer una escuela de oración para tener la sensibilidad de escuchar a Dios. Cuando uno dice “yo no oigo nada”, lo que está con  ello dando a entender es que no tiene una disposición, no se ha educado en la capacidad de acoger las mociones de Dios. Cuántas veces nosotros estamos siendo llamados por Dios, y esa llamada interior que igual nosotros la percibimos como una llamada a la plenitud, a la felicidad, como una insatisfacción en la que uno no está a gusto como van las cosas en su vida, y no nos damos cuenta que detrás de eso hay una llamada de Dios. Necesitas a alguien que se ponga cerca de ti y te diga que cuando sientas esa llamada a la felicidad te diga: “ponte delante de Dios, dile que te hable y escúchale”.

. Dios quiere que no nos presentemos ante Él en solitario sino cargando sobre nosotros a los que Él nos ha encomendado. Es el ministerio de la intercesión que tenemos unos por otros. El padre ora a Dios por sus hijos, el sacerdote ora a Dios por su parroquia, uno ora por su familia, y aquí no vale decir “allá cada uno con lo suyo”. Dios ha querido que la salvación de otros dependa de la nuestra.

. La gran enseñanza que nos quiere dar aquí el Catecismo es que la oración tiene que ser la columna vertebral de la labor pastoral de la iglesia.

jueves, 4 de mayo de 2017

Catecismo 2577. Moisés y la oración del mediador III

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Punto 2.577 De esta intimidad con el Dios fiel, lento a la ira y rico en amor (cf Ex 34, 6), Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. No pide por él, sino por el pueblo que Dios ha reunido. Moisés intercede ya durante el combate con los amalecitas (cf Ex 17, 8-13) o para obtener la curación de María (cf Nm 12, 13-14). Pero es sobre todo después de la apostasía del pueblo cuando “se mantiene en la brecha” ante Dios (Sal 106, 23) para salvar al pueblo (cf Ex 32, 1-34, 9). Los argumentos de su oración (la intercesión es también un combate misterioso) inspirarán la audacia de los grandes orantes tanto del pueblo judío como de la Iglesia. Dios es amor, por tanto es justo y fiel; no puede contradecirse, debe acordarse de sus acciones maravillosas, su gloria está en juego, no puede abandonar al pueblo que lleva su Nombre.

. Este punto se introduce con el texto de Éxodo 34,1-6 momento en el que Dios muestra su intimidad a Moisés: “Dijo Yahveh a Moisés. «Labra dos tablas de piedra como las primeras, sube donde mí, al monte y yo escribiré en las tablas las palabras que había en las primeras tablas que rompiste. Prepárate para subir mañana temprano al monte Sinaí; allí en la cumbre del monte te presentarás a mí. Que nadie suba contigo, ni aparezca nadie en todo el monte. Ni oveja ni buey paste en el monte.» Labró Moisés dos tablas de piedra como las primeras y, levantándose de mañana, subió al monte Sinaí como le había mandado Yahveh, llevando en su mano las dos tablas de piedra. Descendió Yahveh en forma de nube y se puso allí junto a él. Moisés invocó el nombre de Yahveh. Yahveh pasó por delante de él y exclamó: «Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad," en este episodio hay un detalle en el que se insiste que Moisés vaya solo, esto no lo entendemos como que los demás estorben sino que es una llamada a saber quedarnos solos para poder ponernos delante de Dios. Para entrar en la oración no tenemos que tener miedo a la soledad. Moisés tiene una experiencia profunda con Yahveh en este pasaje y de aquí saca su fuerza y su tenacidad, y esto nos lleva a los cristianos a aprender de Moisés de beber de la experiencia de Dios para tener fuerza y tenacidad independientemente de que recibamos desprecios o compensaciones. Dicho de otra forma, es la famosa expresión de la Madre Teresa de Calcuta: “a mí Dios no me ha pedido que tenga éxito, a mí Dios me ha pedido que sea fiel”, uno se tiene que olvidar de si tiene o no éxito, Moisés durante mucho tiempo en su vida no tuvo éxito y si no hubiera tenido la experiencia de Dios se habría cansado y lo habría dejado todo a medias. Cuando uno se preocupa de su éxito ocurre que no es fiel y al final no tiene éxito. Moisés extrae del encuentro que tiene con Yahveh su fuerza y su tenacidad y esta es una gran lección para la vida espiritual.

. Moisés no pide por él sino por el pueblo que Dios ha reunido, esto es muy interesante porque este hecho es signo de una oración auténtica, es una oración que nos lleva a olvidarnos de nosotros mismos. Un signo de una oración sana y bien realizada es aquella que nos va conduciendo al olvido de nosotros mismos. Es incompatible hacer una oración profunda y madura si estamos continuamente preocupándonos de nosotros mismos. La oración para que no sea una caricatura de oración, nos tiene que hacer salir de nuestro yo, no puede ser que la oración sea expresión del egocentrismo: yo, yo, yo y yo. En la oración de petición, como Moisés, hemos de ser embajadores delante Dios trayendo a nuestros hermanos, familiares, parroquia,… cuando estamos solos en la capilla estamos presentando a nuestros hermanos con nosotros, y si no es así tenemos una carencia que tenemos que ir puliendo.




. En el pasaje de Éxodo 17,8-13, donde Moisés está con los brazos levantados mientras se libra la batalla con los amalecitas, se no enseña como la imagen de la iglesia orante intercesora, de las almas contemplativas que en la retaguardia sin que nadie les vea están intercediendo por la evangelización que la iglesia lleva adelante. Y no solo sin que nadie les vea, sino que incluso algunos les ven y se ríen de las personas encerradas en un convento rezando. En Números 12,13-14, se nos enseña como Moisés pide por aquéllos que le critican.

. Un momento clave lo vemos en Éxodo 32 en el que resulta que el pueblo de Israel no tiene la capacidad de confiar en Dios y se hacen un ídolo, un becerro de oro. Pensaba Dios exterminar el pueblo pero Moisés intercedió delante de él para calmar su furia destructora. Moisés no sólo pide por el pueblo sino que se ofrece a sí mismo, le pide a Yahveh que le castigue a él también si no perdona al pueblo. Aquí vemos a Moisés prefigurando la imagen de Jesucristo, que pasa por pecador y recibe el castigo que nosotros debiéramos haber recibido y es Cristo el que paga por nuestro pecado.