Punto
2.578 La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la
morada de Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo
—pastores y profetas— son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel
aprendió de su madre Ana cómo “estar ante el Señor” (cf 1 S 1, 9-18)
y del sacerdote Elí cómo escuchar su Palabra: “Habla, Señor, que tu siervo
escucha” (cf 1 S 3, 9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y
el peso de la intercesión: “Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor
dejando de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto” (1
S 12, 23).
. En estos puntos, estamos viendo cómo aprender a orar a través de las grandes figuras del Antiguo Testamento. La oración es un encuentro, y cuando decimos que Dios habita en “éste lugar”, venimos especialmente a éste lugar a hacer oración. Cuando entendemos la oración como una mera introspección pues poco importa cuál es la morada de Dios, pues entonces yo conmigo mismo me enfrasco en mis pensamientos, y entonces yo no voy al templo a orar, y me importa poco que Dios habite aquí o allá. Es fácil escuchar algunas personas decir que “yo rezo pensando en mis cosas, para mí rezar es pensar en mis cosas” y entonces confunden rezar con ensimismarse dándole vueltas a sus problemas, es como un rato de reflexión consigo mismo, y esto no es la oración, esto no es un encuentro. La oración del pueblo de Dios se desarrolló a la sombra de la morada de Dios, en lo alto de la montaña, en el templo, se busca la presencia de Dios y ante la presencia de Dios se ora porque la oración es un encuentro.
. Los maestros de oración fueron los propios reyes, profetas, los guías que Dios había elegido para guiar al pueblo de Israel. Así nos aplicamos hoy en día que el primer maestro de oración tienen que ser: el obispo, el sacerdote, el padre de familia, el superior de una casa religiosa, es decir, aquél a quien el Señor ha puesto como guía.
. En estos puntos, estamos viendo cómo aprender a orar a través de las grandes figuras del Antiguo Testamento. La oración es un encuentro, y cuando decimos que Dios habita en “éste lugar”, venimos especialmente a éste lugar a hacer oración. Cuando entendemos la oración como una mera introspección pues poco importa cuál es la morada de Dios, pues entonces yo conmigo mismo me enfrasco en mis pensamientos, y entonces yo no voy al templo a orar, y me importa poco que Dios habite aquí o allá. Es fácil escuchar algunas personas decir que “yo rezo pensando en mis cosas, para mí rezar es pensar en mis cosas” y entonces confunden rezar con ensimismarse dándole vueltas a sus problemas, es como un rato de reflexión consigo mismo, y esto no es la oración, esto no es un encuentro. La oración del pueblo de Dios se desarrolló a la sombra de la morada de Dios, en lo alto de la montaña, en el templo, se busca la presencia de Dios y ante la presencia de Dios se ora porque la oración es un encuentro.
. Los maestros de oración fueron los propios reyes, profetas, los guías que Dios había elegido para guiar al pueblo de Israel. Así nos aplicamos hoy en día que el primer maestro de oración tienen que ser: el obispo, el sacerdote, el padre de familia, el superior de una casa religiosa, es decir, aquél a quien el Señor ha puesto como guía.
. En el
primer libro de Samuel se nos ofrecen varios pasajes donde se nos muestran unos
modelos concretos de oración. El Catecismo nos ofrece la oración de Ana como
modelo de oración porque es importante que nosotros cuando recemos ante Dios lo hagamos superando
el rubor humano, uno reza ante Dios con el cuerpo entero, olvidándose de que es
visto por los demás. Es una especie de despreocupación de uno mismo cuando está
delante de Dios. Para poder orar bien, es básico, es fundamental el que a mí
solo me importe como me mira Dios, que tenga despreocupación de como soy visto
por los demás, es decir, no tenemos que avergonzarnos de que si tengo que llorar
ante el Señor, pues lloro, de que si me postro ante el Señor no me tiene que
importar como me miren los demás.
. Otro modelo de oración es el del sacerdote Elí que enseña a orar a Samuel sobre todo enseñándole a escuchar la palabra de Dios, a caer en cuenta que lo primero que hay que hacer para orar es escuchar, ponerse en una disposición de acogida de lo que Dios nos diga. Es muy frecuente que cuando intentamos enseñar a orar a alguien, la primera dificultad que nos dice es tan sencillo como “yo no oigo nada, si la oración es un dialogo y si no oigo nada, cómo sé lo que Dios me dice”. Tenemos la necesidad de hacer una escuela de oración para tener la sensibilidad de escuchar a Dios. Cuando uno dice “yo no oigo nada”, lo que está con ello dando a entender es que no tiene una disposición, no se ha educado en la capacidad de acoger las mociones de Dios. Cuántas veces nosotros estamos siendo llamados por Dios, y esa llamada interior que igual nosotros la percibimos como una llamada a la plenitud, a la felicidad, como una insatisfacción en la que uno no está a gusto como van las cosas en su vida, y no nos damos cuenta que detrás de eso hay una llamada de Dios. Necesitas a alguien que se ponga cerca de ti y te diga que cuando sientas esa llamada a la felicidad te diga: “ponte delante de Dios, dile que te hable y escúchale”.
. Dios quiere que no nos presentemos ante Él en solitario sino cargando sobre nosotros a los que Él nos ha encomendado. Es el ministerio de la intercesión que tenemos unos por otros. El padre ora a Dios por sus hijos, el sacerdote ora a Dios por su parroquia, uno ora por su familia, y aquí no vale decir “allá cada uno con lo suyo”. Dios ha querido que la salvación de otros dependa de la nuestra.
. La gran enseñanza que nos quiere dar aquí el Catecismo es que la oración tiene que ser la columna vertebral de la labor pastoral de la iglesia.
Bellísima explicación.
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