Punto
2.604 La segunda oración nos la transmite san Juan
(cf Jn 11, 41-42), antes de la resurrección de Lázaro. La acción de
gracias precede al acontecimiento: “Padre, yo te doy gracias por haberme
escuchado”, lo que implica que el Padre escucha siempre su súplica; y Jesús
añade a continuación: “Yo sabía bien que tú siempre me escuchas”, lo que
implica que Jesús, por su parte, pide de una manera constante. Así,
apoyada en la acción de gracias, la oración de Jesús nos revela cómo
pedir: antes de que lo pedido sea otorgado, Jesús se adhiere a Aquél
que da y que se da en sus dones. El Dador es más precioso que el don otorgado,
es el “tesoro”, y en Él está el corazón de su Hijo; el don se otorga como “por
añadidura” (cf Mt 6, 21. 33).
La oración “sacerdotal” de Jesús (cf. Jn 17)
ocupa un lugar único en la Economía de la salvación. Su explicación se hace al
final de esta primera sección. Esta oración, en efecto, muestra el carácter
permanente de la plegaria de nuestro Sumo Sacerdote, y, al mismo tiempo,
contiene lo que Jesús nos enseña en la oración del Padre Nuestro, la cual se
explica en la sección segunda.
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La segunda oración la tenemos en Juan 11,41-42:”Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y
dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre
me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me
has enviado." Jesús rodeado de todos aquellos que están acompañando a
la familia de Lázaro, Jesús de repente interrumpe la conversación que tenía con
ellos, mira al cielo y nos muestra su intimidad con el Padre que la mayoría de
las veces no ha sido recogida en los evangelios. Se destaca de este
texto que la acción de gracias precede al acontecimiento, es decir, Jesús da
gracias porque le ha escuchado el Padre sin haber pedido el milagro de la resurrección
de Lázaro. La primera sorpresa que nos da Jesús es que él va a rezar sabiendo conscientemente
que antes de ir a rezar ya ha sido escuchado. Una de nuestras mayores pobrezas
es que proyectemos ante Dios el tipo de relación que tenemos entre nosotros, y
entre nosotros tenemos una relación muchas veces utilitarista, es decir, confío
en el prójimo en la medida en la que el prójimo me es digno de confianza, e
inevitablemente en esta relación que tenemos con el prójimo estamos aplicando
la fórmula de “te doy para que me des”. Hemos de acordarnos del pasaje del
evangelio que nos dice “si dais únicamente a aquellos de los que esperáis recibir,
entonces qué mérito tenéis?”, situación que es muy explicable desde la lógica carnal
pero que estamos llamados a trascender. Lo malo del asunto es que este tipo de relación
utilitarista tenemos el riesgo de proyectarla con Dios, de tal manera que uno
se dirige a Dios en la medida en la que me satisfaga lo que yo estoy buscando.
Jesús nos sorprende cuando dice “te doy gracias porque ya me has escuchado” y
se lo dice antes de pedir nada, es decir, hay una confianza tal que la voluntad
del Padre va a ser lo mejor para el Hijo, y el Hijo no busca otra cosa que la
voluntad del Padre, es una auténtica lección para nosotros. Uno para orar bien,
tiene que saber de antemano que ya ha sido escuchado y Dios me va a dar más de
lo que yo incluso le voy a pedir, porque yo no sé pedir bien, el amor
incondicional de Dios supera mi petición. Dios me quiere más y mejor de lo que
yo me quiero a mí mismo.
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Uno entiende así otros pasajes del evangelio como el de Marcos 11,22-24 "Jesús les respondió: Tened fe en Dios.
Yo os aseguro que quien diga a este monte: "Quítate y arrójate al
mar" y no vacile en su corazón sino que crea que va a suceder lo que dice,
lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo
habéis recibido y lo obtendréis." Cuando vayas a pedir, cree
firmemente que ya los has recibido antes de pedirlo y lo tendrás porque Dios te
quiere más y mejor y te va a dar lo que necesitas, igual esto me cuesta
entenderlo pero sé que lo que me va a dar es lo que yo le pedía y es posible
que bastante mejor. La clave para hacer bien oración es esta, confiar en el
amor misericordioso de Dios, en su voluntad, me fío más de él que de mí mismo.
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Ocurre a veces que tenemos que vivir el contraste de que lo que yo pensaba que
era bueno para mí, pues resulta que Dios pensaba otra cosa, y ese acto de
confianza en Dios tiene que verse purificado porque uno resulta que está
pasando penurias, está pasando situaciones de prueba, está pasando persecuciones,
lo está pasando mal, y le pide a Dios que le libere de su angustia, de su persecución,
de su pobreza, y uno ve que Dios aparentemente parece que no le escucha, pero
sin embargo el creyente sigue confiando en Dios, sigue creyendo firmemente que
su oración es escuchada, aunque no la vea yo realizada como yo esperaba. Hay un
himno del cántico de Habacuc 3,17-19 que dice: “Aunque la higuera no volverá a echar brotes, ni habrá que recoger en
las viñas. Fallará la cosecha del olivo, los campos no darán alimento, faltará
el ganado menor en el aprisco, no habrá ganado mayor en los establos. ¡Mas yo
en Yahveh me alegraré, jubilaré en el Dios de mi salvación! Yahveh mi señor es
mi fuerza", es decir, el profeta nos dice que no le damos a Dios
gracias por tener buena cosecha, por tener más ganado, etcétera, sino que le
damos gracias a Dios eternamente más allá de las pruebas. Como nos dice san
Juan Crisóstomo, a veces Dios retarda en conceder lo que le estamos pidiendo
para que mientras que se retarda su don, estemos con él, pues es más importante
estar con él pidiendo el don que recibir el don y olvidarnos de él. En los
planes de Dios, a nosotros nos cuesta entender que es lo que nos conviene.
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Jesús en su forma de pedir nos enseña que lo principal es la adhesión al dador
de los dones y no a los dones que Dios nos pueda dar. Es más importante que yo
busque al dador que a los dones. Si pongo mi corazón en lo que le he pedido a
Dios, tengo un peligro muy grande de que la oración esté mal hecha. Lo
importante en la oración bien hecha es que pongamos el corazón en la voluntad
de Dios y no en el don que yo espero de su voluntad. Es frecuente que nos quedemos
con los dones de Dios sin recapacitar en quién me lo ha dado y en el amor que
le ha movido para dármelos, y cuando esto es así hay mucho riesgo de que el tipo
de oración que yo haga se centre en los dones, en un mero utilitarismo y en una
falta de gratitud, con lo que mi oración va a estar viciada.
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En Mateo 6,21-33 se nos hace referencia a que el don se nos otorga por
añadidura: " "Nadie puede
servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se
entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero. Por
eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por
vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y
el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni
cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No
valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más
que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido,
¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se
fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió
como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa
al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de
poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos
a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los
gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo
eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por
añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí
mismo". Pongamos el corazón en Dios y lo demás vendrá por añadidura, a
lo mejor no en el orden que uno tiene pensado, pero procuremos que nuestro
tesoro sea Dios. Pensemos dónde tenemos nuestras riquezas: en el banco?, en el
prestigio?, o están en el sagrario, esto es lo que nos tiene que preocupar.
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