Punto
2.625 Estas oraciones son en primer lugar las que los
fieles escuchan y leen en la sagrada Escritura, pero las actualizan,
especialmente las de los salmos, a partir de su cumplimiento en Cristo
(cf Lc 24, 27. 44). El Espíritu Santo, que recuerda así a Cristo ante
su Iglesia orante, conduce a ésta también hacia la Verdad plena, y suscita
nuevas formulaciones que expresarán el insondable Misterio de Cristo que actúa
en la vida, los sacramentos y la misión de su Iglesia. Estas formulaciones se
desarrollan en las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales.
Las formas de la oración, tal como las revelan los escritos apostólicos
canónicos, siguen siendo normativas para la oración cristiana.
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Los primeros cristianos tuvieron a la sagrada Escritura como escuela principal
de su oración, es decir, utilizaban la Escritura para introducirse en la oración.
Corremos el riesgo de utilizar una oración estructurada en un formulismo rutinario,
o por el contrario utilizar la espontaneidad subjetiva como oración. Ante estos
riesgos, los primeros cristianos nos enseñan que el equilibrio lo encontramos haciendo
de la sagrada Escritura nuestra escuela de oración, es la fuente principal y
por eso nosotros recurrimos en primer lugar a ella. Tras leer y escuchar la
Escritura, la actualizamos aplicando esa palabra en nuestra vida y
especialmente con los salmos y ver como ese salmo se cumplió en Cristo y a
partir de ahí cómo se cumple en nosotros. Hay tres niveles en el rezo de un
salmo: el contexto histórico, el sentido Cristocéntrico del salmo, es decir, se
ha cumplido en Cristo, y nuestra vivencia existencial de ese salmo. Cristo
vivió y experimentó aquello que también nosotros estamos descubriendo en
nuestra vida, estamos descubriendo el sentido de nuestra existencia desde la
propia existencia de Cristo.
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Se nos remite al episodio de los discípulos de Emaús que lo tenemos en Lucas 24,13: "Aquel mismo día iban dos de ellos a
un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y
conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras
ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero
sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. El les dijo: «¿De qué
discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire
entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único
residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en
ella?» El les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno,
que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el
pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y
le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a
Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó.
El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque
fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo
que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron
también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres
habían dicho, pero a él no le vieron.» El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de
corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el
Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» Y, empezando por Moisés y
continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas
las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir
adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque
atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió
que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición,
lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le
reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No
estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el
camino y nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se
volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con
ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a
Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo
le habían conocido en la fracción del pan”. En este conocido pasaje se nos
presentan dos discípulos que estaban viviendo una situación de decepción, de
tristeza ante los recientes acontecimientos, pues pensaban que con la muerte de
Jesús había terminado todo. Puede ocurrir en nuestra vida que las adversidades,
el sufrimiento, la muerte, etcétera, roben el sentido a la existencia. Los
discípulos tenían la esperanza puesta en que Jesús liberaría a Israel pero ya
murió hace tres días y ante esta situación de adversidad en la que se encuentran
no son capaces de encontrar un sentido a la existencia. Continua el pasaje
indicando que Jesús camina junto a ellos, les escucha con paciencia y les deja
desahogarse para luego reprenderles. Nos enseña este pasaje la paciencia de
Dios con el hombre y al mismo tiempo nos enseña nuestra necedad y nuestra
torpeza para entender todo lo que ha ocurrido en nuestra vida. Dios tiene una
gran paciencia y al mismo tiempo nos sacude con fuerza por nuestra poca fe.
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Este pasaje termina en la eucaristía, termina reconociendo a Jesús al partir el
pan. La eucaristía es el lugar privilegiado para encontrarnos con Cristo. “Quien
come mi cuerpo y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Los discípulos
finalmente tras el encuentro con Cristo resucitado corren para reincorporarse a
la comunidad eclesial de la cual habían desertado en su tristeza y en su
desesperanza. Nuestra fe se debilita en la medida en que nos apartamos de la
comunión con la iglesia y de la vivencia comunitaria de la fe, lo cual quiere
decir que la oración también la hacemos comunitariamente.
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El Espíritu Santo nos prepara para la oración, camina con nosotros durante toda
nuestra vida incluso sin que nos enteremos, hasta que finalmente hay un momento
de gracia en el que percibimos a Jesús y aunque creamos que es en ese momento cuando
estamos con Cristo, lo que ocurre es que antes estaba y no lo reconocíamos y
ahora está y lo reconocemos, pero el Señor siempre ha estado con nosotros. El
momento de gracia es darse cuenta de que está, pero antes ya estaba. El
Espíritu Santo nos recuerda a Cristo desde las escrituras y nos manifiesta a
Cristo, nos presenta a Cristo para que viéndole a él nos entendamos a nosotros
mismos. Comprendiendo lo que Dios ha hecho en Cristo nos entendemos a nosotros,
en Cristo se revela el misterio del hombre. La cruz de Cristo no ha sido en
balde, ha sido el camino de redención y la puerta de la resurrección. Esto que
ha acontecido a Jesucristo lo aplicamos a nosotros y en la eucaristía se nos
abren los ojos para entenderlo y nos sumamos a la misión de la iglesia integrándonos
en ella.
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