viernes, 30 de marzo de 2018

Catecismo 2633. La oración de petición V

Haz clic AQUI  para escuchar el audio completo


Punto 2.633 Cuando se participa así en el amor salvador de Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13). Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20;Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).

. Cuando uno ora según hemos visto en los puntos anteriores, comprende que todas las necesidades, hasta las más pequeñas, pueden ser objeto de petición, podemos pedirle a Dios hasta lo más sencillo, lo más pequeño. El hecho de fijarnos en lo pequeño no nos descentra de lo esencial sino que lo concreta, pues el amor de Dios no es algo conceptual sino que ese amor de totalidad es capaz de descender a los detalles concretos. Un amor de totalidad si lo engloba todo, también engloba lo pequeño. Desde el amor de Dios todo nos interesa y nos preocupa. A Dios le interesas tú, y si le interesas tú, también le interesa hasta las pequeñas cosas de tu vida. A cualquier padre le preocupa también los pequeños detalles de sus hijos.

. Cristo ha asumido todo para rescatarlo todo, Jesús ha asumido las necesidades propias de nuestra corporalidad, y porque las ha asumido, las ha redimido. Los apóstoles que le acompañaron de cerca, pudieron ver el cansancio de Jesús, su debilidad, su dolor, su miedo, su sed… son todos una serie de sentimientos humanos propios de nuestro ser humano que Jesucristo los asumió. Una de las herejías de los primeros siglos de la iglesia fue la de decir que Dios adoptó una naturaleza humana como si fuera un disfraz, es la tentación de decir que la encarnación es más bien una figura humana para poder ver a Dios pero no es que Dios se hiciera hombre. Esta herejía la iglesia la rechazó porque Dios no solo tomó apariencia humana sino que se hizo hombre, y al hacerse hombre, asumió la condición humana con todas sus debilidades y la redimió. Por tanto, todas las necesidades, hasta las más materiales pueden ser objeto de petición, y no debemos avergonzarnos de ello porque Cristo en su condición humana lo asumió todo, Cristo también tuvo necesidades humanas y necesitaría pedir al Padre por sus propias necesidades y por las de toda la humanidad. Luego la oración en la que le pedimos a Dios tantos dones materiales no es una oración más imperfecta que la oración más espiritual.

. En Filipenses 4,6-7 se nos dice: "No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias." Uno de los signos de que la oración está bien hecha es el grado de confianza y abandono en Dios. El hecho de que seamos unos angustiados implica que nos falta confianza en Dios. Cuenta un misionero una anécdota sobre no inquietarse y estar tranquilo, cuando volando en avión desde África, el avión atravesó una zona de turbulencias más fuerte de lo normal, y se produjo un momento de tensión muy grande, todo se caía al suelo, y vio a un niño que viajaba solo en los primeros asientos. Estaba jugando con sus juguetes y los recogió, pero el niño parecía muy tranquilo, y el misionero se preguntaba por qué estaba tan tranquilo. Al terminar las turbulencias, el niño volvió a sacar sus juguetes y continuó jugando. El misionero se acercó al niño y le comentó lo valiente que era al no tener miedo y el niño le respondió “es que el piloto es mi padre”. El misionero aplicó esta anécdota a nuestra oración de petición, a estar tranquilos cuando sabemos que es Dios Padre quien es el piloto de nuestra vida, igual que ese niño tenía absoluta confianza y abandono en su padre que estaba pilotando el avión.

martes, 27 de marzo de 2018

Catecismo 2632. La oración de petición IV. El deseo y la búsqueda del Reino

Haz clic AQUI para escuchar el audio completo

Punto 2.632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11, 2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida. Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch 6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el apóstol por excelencia, que nos revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col1, 3-6; 4, 3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.

. Si ante la experiencia de Dios, el primer movimiento es pedir perdón, en este punto se nos dice que el objetivo último no es quedar limpio, sino dar gloria a Dios por su misericordia y buscar el Reino de Dios. Esta búsqueda del rostro de Dios es la oración de petición del Padre Nuestro cuando pedimos que sea santificado, que sea glorificado y que venga su reino, y lo demás se nos dará por añadidura. Entender que el objeto último de nuestra petición es pedir el amor de Dios es establecer un orden de prioridades en nuestra vida del que se tiene que desprender una gran paz interior y una superación de muchos agobios. Los agobios vienen porque los problemas están en nuestro corazón en un orden jerárquico equivocado. Poniendo a Dios en el lugar central de nuestra vida, lo demás se coloca en su lugar. En el Padre Nuestro aprendemos a pedir primero lo sustancial, lo fundamental.

. Qué entendemos por el Reino de Dios?, lo entendemos como el don del amor de Dios que nos ofrece la vida eterna, el Reino de Dios es el cielo pero al mismo tiempo el cielo es el don de Dios que comienza ya a establecerse entre nosotros, la gracia de Dios que se derrama en la tierra, que se realiza en el seno de la iglesia y que al mismo tiempo se ofrece a todos los hombres. No se puede separar el concepto Reino de Dios de ninguna de estas tres cosas, ni del cielo que es la culminación del Reino de Dios, ni de la iglesia, ni tampoco de la vida de gracia que el Espíritu Santo está suscitando en este mundo. En el fondo, el Reino de Dios se identifica con Jesucristo, decir “venga a nosotros tu Reino” es tanto como decir que “venga Cristo a nosotros”, que “venga el Espíritu Santo a nosotros”. La palabra Reino de Dios tiene todos estos matices que hay que sumarlos todos. Es un comenzar el cielo ya en la tierra, y que la iglesia sea la perfecta imagen de Cristo y al mismo tiempo el Espíritu Santo continúe difundiendo su gracia en toda la tierra.

. La oración tiene como fin último la búsqueda del Reino de Dios y aquí dice el Catecismo que después de haber pedido lo principal que es el Reino, pedimos también todo lo que es necesario para acoger el Reino y para cooperar con su venida. Se nos remite a Hechos 6,6 donde se cuenta como los apóstoles convocaron a los discípulos para resolver el problema que tenían de que no podían atender a todos los pobres y no les parecía bien abandonar la predicación de la palabra y entonces buscaron a siete hombres para ponerlos al frente del cuidado de los pobres y los apóstoles se pudieran dedicar al ministerio de la palabra y la oración. Es decir, no basta con pedir que venga el reino sino también pedir y buscar todo aquello que va a cooperar a su llegada. Algunos se piensan que las obras sociales que tiene la iglesia son un gancho para luego hablar de Dios, y sin embargo son dos dimensiones que están íntimamente ligadas, el Reino de Dios se concreta en el servicio al hombre, a sus necesidades, al cual le estamos anunciando al mismo tiempo a Jesucristo, luego no se puede dividir en partes la palabra Reino de Dios porque lo implica todo.


. La manera de saber que la petición “venga a nosotros tu Reino” ha sido acogida por nosotros es ver que tengamos más capacidad de querernos, de amarnos, y de saber que ese que está junto a nosotros es también algo querido por Dios. Cómo yo no voy a querer a los que Dios  quiere? Cómo yo voy a decir que quiero que me quieras sólo a mí? El termómetro definitivo para evaluar la calidad de esa oración se ve en la confianza en Dios y la caridad hacia el prójimo. Si vemos que después de hacer oración tenemos más confianza en Dios que nos da la paz y nos despreocupamos de los agobios quiere decir que la oración va por buen camino. Ahora bien, si mientras rezamos seguimos con agobios, es que algo está fallando. De la misma manera, si la oración lo que te hace es aislarte en lugar de implicarte más en el amor al prójimo, es que la oración está mal hecha. En conclusión, veamos si nuestra petición de que Dios lo sea todo para nosotros se traduce en una confianza que vence los miedos y las angustias, y en un amor hacia el prójimo incondicional. Confiar más en Dios que nos lleva al abandono y amar al prójimo. Que el Señor nos conceda tener una oración así.

martes, 20 de marzo de 2018

Catecismo 2631. La oración de petición III. La petición de perdón

Haz clic AQUI para escuchar el audio completo

Punto 2.631 La petición de perdón es el primer movimiento de la oración de petición (cf el publicano: “Oh Dios ten compasión de este pecador” Lc 18, 13). Es el comienzo de una oración justa y pura. La humildad confiada nos devuelve a la luz de la comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo, y de los unos con los otros (cf 1 Jn 1, 7-2, 2): entonces “cuanto pidamos lo recibimos de Él” (1 Jn 3, 22). Tanto la celebración de la Eucaristía como la oración personal comienzan con la petición de perdón.

. La petición de perdón es la primera oración de petición. A veces tenemos la sensación de que la oración de petición es igual a egoísmo, pero no, para purificar a la oración de petición de la posible acusación de egoísmo, de utilizar a Dios para uno mismo, la respuesta es que la primera oración de petición es la petición de perdón. La petición de perdón es hacer de Dios el centro de la oración y no hacer de uno mismo el centro de la oración. La parábola del fariseo y el publicano es muy clara, lo tenemos en Lucas 18,13: "En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!", y ciertamente el que ora como el publicano tiene muy claro que el centro de la oración es Dios, orar así: a distancia, con la mirada baja, golpeándose el pecho,… es tener una conciencia muy clara de delante de quien estoy. En la oración, no es más importante lo que se dice sino tener una conciencia viva que estoy en la presencia de Dios. El sentirse pecador no depende tanto de tener muchos o pocos pecados, sino de que haya o no haya una fuerte presencia de Dios. Si hay una fuerte presencia de Dios, uno tiene conciencia de ser pecador, pero si la presencia de Dios es pequeña uno no se siente pecador.

. Un ejemplo muy ilustrativo de esto lo tenemos con santa Teresa de Jesús cuando nos indica que estando en una habitación con las ventanas cerradas vio que la mesa estaba aparentemente limpia, pero al abrir una ventana y dejar entrar la luz vio que la mesa estaba llena de polvo. El polvo ya estaba antes de abrir la ventana pero no lo veías, y ahora con la luz te das cuenta que está sucio, y es ahora cuando comienza a haber esperanza de estar limpio. El sentirse pecador depende de cuanta presencia de Dios haya en tu vida. El que hace la negación del pecado lo que hace es dar a entender que no tiene experiencia de Dios, no se ha enterado de la grandeza y el amor de Dios y como no se ha enterado, no se siente pecador, es de los que dice que “yo ni robo ni mato, yo no he hecho nada malo”. La conciencia de ser pecador te da la esperanza, cuando Dios nos da esa luz que entra por la ventana y nos permite ver ese polvo que está encima de la mesa, se mezcla el dolor de la conciencia del pecado y la alegría de la esperanza. Cuando Dios nos permite hacer la oración de petición de perdón por nuestros pecados, estamos comenzando a rezar de verdad, por eso dice el Catecismo que es el primer movimiento de la oración de petición. Si alardeamos de no haber pecado, dejamos a Dios por mentiroso, que entregó a su hijo por la salvación de nuestros pecados, estaríamos diciendo que la redención de Cristo no era necesaria, estaríamos despreciando la redención de Jesús.

. La petición de perdón no solo nos permite recibir la gracia del perdón de Dios, sino que nos permite vivir en paz con todo el mundo que nos rodea porque cuando uno no está en paz con Dios está en guerra con todos los que le rodean. Nuestro enemigo es el pecado, no son los que te rodean. Se ha hablado mucho del don de lágrimas, que es una forma de oración de petición con lágrimas en lugar de con palabras, o bien con palabras bañadas en lágrimas, y sin duda alguna cuando Dios nos da ese don de lágrimas es signo de que la presencia de Dios es muy viva en nosotros. Cuando las lágrimas son por amor, porque yo me veo pecador y al mismo tiempo me veo amado por Dios, entonces el don de lágrimas es un símbolo de que nuestra petición de perdón ha sido aceptada. Si yo a Dios le pido perdón por mis pecados y según le estoy pidiendo perdón se me saltan las lágrimas porque estoy llorando al mismo tiempo de pena pero de alegría, eso es que mi petición de perdón ha sido aceptada. Pocos signos tienes más fuertes de que tu oración ha sido aceptada como tus propias lágrimas, esas lágrimas es como si Dios te dijese “te he escuchado”, y tu petición de perdón ha llegado al corazón de Dios.

miércoles, 14 de marzo de 2018

Catecismo 2630. La oración de petición II

Haz clic AQUI para escuchar el audio completo

Punto 2.630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones de lamentación, frecuentes en el Antiguo Testamento. En adelante, en Cristo resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición cristiana brota de otras profundidades, de lo que san Pablo llama el gemido: el de la creación “que sufre dolores de parto” (Rm 8, 22), el nuestro también en la espera “del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rm 8, 23-24), y, por último, los “gemidos inefables” del propio Espíritu Santo que “viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26).

. En el Antiguo Testamento encontramos frecuentemente oraciones de lamentación, y en el Nuevo Testamento se ha terminado dicha oración de lamentación porque el espíritu del Nuevo Testamento deja obsoleta ese tipo de oración, ahora la oración es sostenida por la esperanza. La palabra lamentaciones nos evoca al muro de las lamentaciones donde el pueblo judío tiene una expresión importante en su oración en dicho muro con un género de oración que nos recuerda al Antiguo Testamento pues el pueblo judío no ha reconocido en Jesucristo al mesías que espera Israel y por lo tanto está todavía en el Antiguo Testamento. Existió un género de las lamentaciones en el Antiguo Testamento que ha quedado superado en la esperanza cristiana.


. En la parte final del capítulo cuatro del evangelio de san Juan, leemos el encuentro entre Jesús y la samaritana. Cuando Jesús le dice a la mujer que “llega el momento en que para dar culto al Padre no tendréis que subir a este monte (Garizin) ni a Jerusalén, los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad…”, Jesús está dando respuesta al conflicto del muro de las lamentaciones, está dando respuesta a que para orar no hay que buscar un lugar en concreto, por lo tanto no nos lamentemos por no tener ese lugar concreto, sino que adoremos a Dios en espíritu y en verdad, porque la humanidad de Jesucristo es el verdadero templo de Dios.



. A nosotros también nos pasa que es posible que estemos realizando incorrectamente la oración, a base de lamentarnos y olvidándonos que estamos en la etapa de la esperanza firme ya realizada en Jesucristo. Podemos confundir la oración con un desahogo de nuestras penas porque a veces vamos a la oración diciendo “pobre de mí, nadie me entiende, tal y tal, todo es maldad a mi alrededor, menos mal que tú Jesús si me entiendes,…” es decir, una oración que en el fondo es como una especie de desahogo psicológico, y eso tiene poco de cristiano. Tenemos que hacer más auto crítica de nosotros mismos sin creernos que somos los buenos incomprendidos. La esencia de la oración no es la lamentación. La clave de la oración es pedir a Dios que nos enseñe a ver la realidad con sus ojos. La oración bien hecha es aquella que nos permite salir de ella con un tono más esperanzado, más confiado. La oración cristiana nos lleva a confiar no únicamente en el Señor, sino también en los demás.