Punto
2.633 Cuando se participa así en el amor salvador de
Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de
petición. Cristo, que ha asumido todo para rescatar todo, es glorificado por
las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre (cf Jn 14, 13).
Con esta seguridad, Santiago (cf St 1, 5-8) y Pablo nos exhortan a
orar en toda ocasión (cf Ef 5, 20;Flp 4,
6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).
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Cuando uno ora según hemos visto en los puntos anteriores, comprende que todas
las necesidades, hasta las más pequeñas, pueden ser objeto de petición, podemos
pedirle a Dios hasta lo más sencillo, lo más pequeño. El hecho de fijarnos en
lo pequeño no nos descentra de lo esencial sino que lo concreta, pues el amor
de Dios no es algo conceptual sino que ese amor de totalidad es capaz de
descender a los detalles concretos. Un amor de totalidad si lo engloba todo, también
engloba lo pequeño. Desde el amor de Dios todo nos interesa y nos preocupa. A
Dios le interesas tú, y si le interesas tú, también le interesa hasta las
pequeñas cosas de tu vida. A cualquier padre le preocupa también los pequeños
detalles de sus hijos.
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Cristo ha asumido todo para rescatarlo todo, Jesús ha asumido las necesidades
propias de nuestra corporalidad, y porque las ha asumido, las ha redimido. Los apóstoles
que le acompañaron de cerca, pudieron ver el cansancio de Jesús, su debilidad, su
dolor, su miedo, su sed… son todos una serie de sentimientos humanos propios de
nuestro ser humano que Jesucristo los asumió. Una de las herejías de los
primeros siglos de la iglesia fue la de decir que Dios adoptó una naturaleza
humana como si fuera un disfraz, es la tentación de decir que la encarnación es
más bien una figura humana para poder ver a Dios pero no es que Dios se hiciera
hombre. Esta herejía la iglesia la rechazó porque Dios no solo tomó apariencia
humana sino que se hizo hombre, y al hacerse hombre, asumió la condición humana
con todas sus debilidades y la redimió. Por tanto, todas las necesidades, hasta
las más materiales pueden ser objeto de petición, y no debemos avergonzarnos de
ello porque Cristo en su condición humana lo asumió todo, Cristo también tuvo
necesidades humanas y necesitaría pedir al Padre por sus propias necesidades y
por las de toda la humanidad. Luego la oración en la que le pedimos a Dios
tantos dones materiales no es una oración más imperfecta que la oración más
espiritual.
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En Filipenses 4,6-7 se nos dice: "No
os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios
vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción
de gracias." Uno de los signos de que la oración está bien hecha es el
grado de confianza y abandono en Dios. El hecho de que seamos unos angustiados
implica que nos falta confianza en Dios. Cuenta un misionero una anécdota sobre
no inquietarse y estar tranquilo, cuando volando en avión desde África, el
avión atravesó una zona de turbulencias más fuerte de lo normal, y se produjo
un momento de tensión muy grande, todo se caía al suelo, y vio a un niño que
viajaba solo en los primeros asientos. Estaba jugando con sus juguetes y los recogió,
pero el niño parecía muy tranquilo, y el misionero se preguntaba por qué estaba
tan tranquilo. Al terminar las turbulencias, el niño volvió a sacar sus juguetes
y continuó jugando. El misionero se acercó al niño y le comentó lo valiente que
era al no tener miedo y el niño le respondió “es que el piloto es mi padre”. El
misionero aplicó esta anécdota a nuestra oración de petición, a estar tranquilos
cuando sabemos que es Dios Padre quien es el piloto de nuestra vida, igual que
ese niño tenía absoluta confianza y abandono en su padre que estaba pilotando
el avión.