Punto
2.630 El Nuevo Testamento no contiene apenas oraciones
de lamentación, frecuentes en el Antiguo Testamento. En adelante, en Cristo
resucitado, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza, aunque
todavía estemos en la espera y tengamos que convertirnos cada día. La petición
cristiana brota de otras profundidades, de lo que san Pablo llama
el gemido: el de la creación “que sufre dolores de parto” (Rm 8, 22),
el nuestro también en la espera “del rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra
salvación es objeto de esperanza” (Rm 8, 23-24), y, por último, los
“gemidos inefables” del propio Espíritu Santo que “viene en ayuda de nuestra
flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26).
.
En el Antiguo Testamento encontramos frecuentemente oraciones de lamentación, y
en el Nuevo Testamento se ha terminado dicha oración de lamentación porque el
espíritu del Nuevo Testamento deja obsoleta ese tipo de oración, ahora la oración
es sostenida por la esperanza. La palabra lamentaciones nos evoca al muro de
las lamentaciones donde el pueblo judío tiene una expresión importante en su oración
en dicho muro con un género de oración que nos recuerda al Antiguo Testamento
pues el pueblo judío no ha reconocido en Jesucristo al mesías que espera Israel
y por lo tanto está todavía en el Antiguo Testamento. Existió un género de las
lamentaciones en el Antiguo Testamento que ha quedado superado en la esperanza
cristiana.
.
En la parte final del capítulo cuatro del evangelio de san Juan, leemos el
encuentro entre Jesús y la samaritana. Cuando Jesús le dice a la mujer que “llega
el momento en que para dar culto al Padre no tendréis que subir a este monte
(Garizin) ni a Jerusalén, los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en
espíritu y en verdad…”, Jesús está dando respuesta al conflicto del muro de las
lamentaciones, está dando respuesta a que para orar no hay que buscar un lugar
en concreto, por lo tanto no nos lamentemos por no tener ese lugar concreto,
sino que adoremos a Dios en espíritu y en verdad, porque la humanidad de Jesucristo
es el verdadero templo de Dios.
.
A nosotros también nos pasa que es posible que estemos realizando
incorrectamente la oración, a base de lamentarnos y olvidándonos que estamos en
la etapa de la esperanza firme ya realizada en Jesucristo. Podemos confundir la
oración con un desahogo de nuestras penas porque a veces vamos a la oración diciendo
“pobre de mí, nadie me entiende, tal y tal, todo es maldad a mi alrededor,
menos mal que tú Jesús si me entiendes,…” es decir, una oración que en el fondo
es como una especie de desahogo psicológico, y eso tiene poco de cristiano.
Tenemos que hacer más auto crítica de nosotros mismos sin creernos que somos
los buenos incomprendidos. La esencia de la oración no es la lamentación. La
clave de la oración es pedir a Dios que nos enseñe a ver la realidad con sus
ojos. La oración bien hecha es aquella que nos permite salir de ella con un
tono más esperanzado, más confiado. La oración cristiana nos lleva a confiar no
únicamente en el Señor, sino también en los demás.
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