Punto
2.619 Por eso, el cántico de María,
el Magnificat latino, el Megalinárion bizantino
(cf Lc 1, 46-55) es a la vez el cántico de la Madre de Dios y el de
la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios, cántico de
acción de gracias por la plenitud de gracias derramadas en la Economía de la
salvación, cántico de los “pobres” cuya esperanza ha sido colmada con el
cumplimiento de las promesas hechas a nuestros padres “en favor de Abraham y su
descendencia, para siempre”.
.
María después de haber recibido la visita del ángel, se pone en camino hacia
Ain Karen a casa de su prima Isabel y en el encuentro entre ambas María le responde
a Isabel con un cántico que llamamos Magnificat en el cual, algunos ven un
adelanto de las Bienaventuranzas. Lo vemos en el pasaje de Lucas 1,46-55: ”Proclama mi alma la grandeza del Señor, se
alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su
esclava”. Aquí se manifiesta la alegría del corazón de María y su gozo,
María estalla de alegría y necesita proclamarlo.
“Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es
santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Aquí María profetiza que será llamada bienaventurada por todas las
generaciones, María se sabe plenamente movida por Dios. A nosotros nos suele
ocurrir que pecamos de vanidad por hacer buenas obras y no darnos cuenta de la
presencia de Dios en nuestra vida al atribuirnos a nosotros mismos la obra que
Dios realiza en nosotros.
María
nos recalca que Dios ha hecho grandes cosas en ella. María nos dice de forma
clara que Dios es santo, es bueno, nos quiere, que no lo dude nadie, tiene una
historia de amor para cada uno de nosotros.
“El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba
del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los
colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. Aquí se diferencia entre el reino de Dios y el reino de los hombres, María
nos dice que un signo de la llegada del reino de Dios que Jesús viene a traer,
es la humillación de los soberbios, la derrota de los potentados, la exaltación
de los humildes y los pobres. María no está hablando de lucha de clases sino de
clases de almas porque de hecho los pobres y humildes de los que habla son de
los que solo cuentan con Dios en su corazón, pues puede haber personas pobres
con un corazón soberbio, y personas ricas con un corazón humilde.
“Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre”. En esta última parte, María se presenta como la hija de Sión, como la representante de todo su pueblo porque en ella se han cumplido las promesas que Dios hiciera a Abrahán.
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