jueves, 28 de diciembre de 2017

Catecismo 2623. La oración después de Pentecostés I

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Punto 2.623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, “reunidos en un mismo lugar” (Hch 2, 1), que lo esperaban “perseverando en la oración con un mismo espíritu” (Hch 1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también quien la instruya en la vida de oración.

. Con el libro de los Hechos de los apóstoles comienza la vida de la iglesia después de la marcha de Jesús a los cielos, lo primero que cuenta es la ascensión de Jesús a los cielos, y comienza prácticamente como terminan los evangelios. En concreto es en Hechos 1,11: "Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.»", y la cuestión es qué hacemos ahora?, estar unidos en la oración y perseverar confiando en Dios. La primera comunidad cristiana tuvo que afrontar el hueco que dejó uno de los doce apóstoles, tuvo que afrontar la herida y el escándalo que dejó Judas, y lo hicieron fundamentalmente con la oración, la oración fue el instrumento para sanar ésta herida, esto es una lección, los escándalos que suceden en el seno de la iglesia nos tienen que llevar a tener más oración. Así la primera comunidad oraba constantemente en íntima armonía tras el escándalo de Judas. En esa primera comunidad, el grupo de las mujeres estuvo presente desde el principio cosa que era novedosa porque los rabinos no tenían mujeres que les siguiesen, los discípulos de los rabinos eran varones y en la comunidad cristiana desde el principio había un amplio número de mujeres. Los once apóstoles junto con María y el grupo de mujeres van a salir de esta situación con una terapia de oración, oraban constantemente en intima armonía. Son pues dos lecciones: constancia y unión.



. El Espíritu Santo se derramó en un mismo lugar, donde hay unión, y al mismo tiempo, al venir, crea comunión. La unión es un don del Espíritu Santo pero al mismo tiempo, el Espíritu Santo no viene mientras que no luchemos contra los pecados de desunión. Nuestros pecados contra la unión, nuestros pecados de amor propio, de soberbia, de orgullo, de afán de protagonismo es un auténtico cáncer que imposibilita el don del Espíritu Santo.

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