domingo, 28 de febrero de 2016

Catecismo 796-801. La Iglesia,Cuerpo de Cristo.La Iglesia es la Esposa de Cristo.La Iglesia,templo del E.S. Los carismas

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Punto 796 La unidad de Cristo y de la Iglesia, Cabeza y miembros del cuerpo, implica también la distinción de ambos en una relación personal. Este aspecto es expresado con frecuencia mediante la imagen del esposo y de la esposa. El tema de Cristo Esposo de la Iglesia fue preparado por los profetas y anunciado por Juan Bautista (cf. Jn 3, 29). El Señor se designó a sí mismo como "el Esposo" (Mc 2, 19; cf. Mt 22, 1-14; 25, 1-13). El apóstol presenta a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo, como una Esposa "desposada" con Cristo Señor para "no ser con él más que un solo Espíritu" (cf. 1 Co 6,15-17; 2 Co 11,2). Ella es la Esposa inmaculada del Cordero inmaculado (cf. Ap 22,17; Ef 1,4; 5,27), a la que Cristo "amó y por la que se entregó a fin de santificarla" (Ef 5,26), la que él se asoció mediante una Alianza eterna y de la que no cesa de cuidar como de su propio Cuerpo (cf. Ef 5,29):

. La imagen de la esponsalidad no solo está subrayando la identificación tan grande entre Jesús y su iglesia, entre Jesús y nosotros, entre la cabeza y el cuerpo, además muestra una imagen de Jesucristo que está necesitado de nuestro amor. Cuando Jesús dice a la samaritana “dame de beber”, o a sus discípulos “orad conmigo”, es impresionante ver como Jesús que en sí es la plenitud, que no necesita de nosotros, ha querido necesitar de nosotros y ha querido mendigar nuestra reciprocidad. Esta imagen de esponsalidad, es una imagen de un amor de Dios que se implica con nosotros. En esta sociedad hay personas que no se implican por no complicarse.

. En Juan 3,29 “En una boda, el que tiene a la novia es el novio; y el amigo del novio, que está allí y le escucha, se llena de alegría al oírle hablar. Por eso, también mi alegría es ahora completa”, Juan Bautista se presenta aquí como el amigo del novio (Jesús es el novio que viene a desposarse con nosotros). En Marcos 2,19 leemos “Jesús les contestó: –¿Acaso pueden ayunar los invitados a una boda mientras el novio está con ellos? Mientras está presente el novio, no pueden ayunar”. Mientras que Jesús estuvo con sus discípulos, el estaba con los suyos, por lo tanto no era momento de ayunar, y cuando Jesús les sea arrebatado después de su muerte y ascensión, entones ayunaremos. Mateo 22,1-14 “…El reino de los cielos puede compararse a un rey que hizo un banquete para la boda de su hijo…”, se presenta el reino de los cielos con la imagen de un rey, imagen de Dios Padre, que celebra el banquete de bodas de su hijo, celebra el desposorio de su Hijo con la humanidad, con su iglesia. Otros textos parecidos los vemos en Mateo 25, 1-13 y en las cartas de san Pablo. Es frecuente en la sagrada escritura la imagen de la esponsalidad de Cristo con su iglesia.  

Punto 797 Quod est spiritus noster, id est anima nostra, ad membra nostra, hoc est Spiritus Sanctus ad membra Christi, ad corpus Christi, quod est Ecclesia ("Lo que nuestro espíritu, es decir, nuestra alma, es para nuestros miembros, eso mismo es el Espíritu Santo para los miembros de Cristo, para el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia"; san Agustín, Sermo 268, 2). "A este Espíritu de Cristo, como a principio invisible, ha de atribuirse también el que todas las partes del cuerpo estén íntimamente unidas, tanto entre sí como con su excelsa Cabeza, puesto que está todo él en la Cabeza, todo en el Cuerpo, todo en cada uno de los miembros" (Pío XII:Mystici Corporis: DS 3808). El Espíritu Santo hace de la Iglesia "el Templo del Dios vivo" (2 Co 6, 16; cf. 1 Co 3, 16-17; Ef 2,21):
«En efecto, es a la misma Iglesia, a la que ha sido confiado el "don de Dios" [...] Es en ella donde se ha depositado la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, arras de la incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escala de nuestra ascensión hacia Dios [...] Porque allí donde está la Iglesia, allí está también el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, está la Iglesia y toda gracia» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 3, 24, 1).

. San Agustín hace una comparación muy gráfica: lo que es el alma para nuestro cuerpo, es el Espíritu Santo para la iglesia. Un cuerpo sin alma es un cadáver, el momento de la muerte es el momento de la separación del cuerpo y el alma, y en el momento en que el alma abandona el cuerpo se pierde la vida, se desfigura el rosto en el momento en que esa persona deja de estar ahí. Lo mismo sería la iglesia sin el Espíritu Santo, sería un cadáver, sería meramente una organización llamada a descomponerse. Si la iglesia no tuviese el Espíritu Santo, hace tiempo que se habría descompuesto, que habría desaparecido. El alma habita en todo el cuerpo, si una parte del cuerpo se pierde, el alma deja de estar en esa parte amputada del cuerpo. Lo mismo pasa con la iglesia, cuando nos separamos de la iglesia, le impedimos al Espíritu Santo continuar inhabitando en nosotros y seguir siendo templo del Espíritu.

. Pío XXII complementa la imagen anterior de San Agustín diciendo que el Espíritu Santo está todo él en cada parte de la iglesia, todo él en la cabeza, todo él en el cuerpo, no pensemos que hay un trozo del Espíritu Santo en nosotros y otro poco en…, no el Espíritu Santo está plenamente en cada una de las partes de la iglesia. De la misma manera que fraccionamos el pan eucarístico en parte pequeñas, pues Cristo entero está cada una de esas partes pequeñas. Pio XII insiste en que todo el Espíritu Santo está en cada una de esas partes de la iglesia, y dentro de los distintos carismas asiste plenamente en cada uno. En 2ª Corintios 6.16 “somos santuario de Dios vivo, como dijo Dios, habitaré en medio de ellos” por lo tanto la iglesia es templo vivo de Dios. En 1ª Corintios 3,16-17 “no sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros”, otra vez se insiste en que somos santuario de Dios. Se habla de la iglesia como templo del Espíritu Santo, como santuario, como morada. Por lo tanto todo el Espíritu Santo habita en cada miembro humilde que formamos la iglesia.

. San Irineo (s.XII) habla de la iglesia como a la que se le ha confiado el don de Dios, que es depósito de la comunión con Cristo, es decir, depósito del Espíritu Santo, es decir, la iglesia es un lugar en el que el Espíritu Santo es depositado. Define a la iglesia como escala de nuestra ascensión hacia Dios. Y concluye diciendo que allí donde está la iglesia está el espíritu de Dios y viceversa.

Punto 798 El Espíritu Santo es "el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del cuerpo" (Pío XII, Mystici Corporis: DS 3808). Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el cuerpo en la caridad (cf. Ef 4, 16): por la Palabra de Dios, "que tiene el poder de construir el edificio" (Hch 20, 32), por el Bautismo mediante el cual forma el Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12, 13); por los sacramentos que hacen crecer y curan a los miembros de Cristo; por "la gracia concedida a los apóstoles" que "entre estos dones destaca" (LG 7), por las virtudes que hacen obrar según el bien, y por las múltiples gracias especiales [llamadas "carismas"] mediante las cuales los fieles quedan "preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia" (LG 12; cf. AA 3).

. El Espíritu Santo actúa de diversas formas en la edificación del cuerpo de Cristo: por la palabra de Dios que está formando a la iglesia, por el bautismo que nos incorpora a Cristo, por los sacramentos que hacen crecer y curar, por la gracia concedida a los apóstoles, por los carismas.

Punto 799 Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo.

. Los carismas son una de las formas a través de los cuales el Espíritu Santo va construyendo la iglesia. Hay carismas extraordinarios y también carismas humildes, pero todos ellos son gracias del Espíritu Santo. La verdadera medida de los carismas es la caridad. Pueden ser muchos los carismas pero si no tenemos amor no somos nada, si no hay caridad, los demás carismas quedan reducidos a la nada, si no hay caridad, no sirve de nada.

Punto 800 Los carismas se han de acoger con reconocimiento por el que los recibe, y también por todos los miembros de la Iglesia. En efecto, son una maravillosa riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad de todo el Cuerpo de Cristo; los carismas constituyen tal riqueza siempre que se trate de dones que provienen verdaderamente del Espíritu Santo y que se ejerzan de modo plenamente conforme a los impulsos auténticos de este mismo Espíritu, es decir, según la caridad, verdadera medida de los carismas (cf. 1 Co 13).

. Tenemos que valorar los carismas no tanto por su espectacularidad sino por que estén animados por la caridad. Los carismas tienen que ser acogidos con gratitud por todos nosotros, el hecho de que uno no tenga uno u otro carisma no te da derecho a juzgar o criticar los carismas recibidos en otras personas, no hemos de criticar los carismas porque no sean los nuestros, tenemos que mirar con reconocimiento y gratitud todos los carismas que el Espíritu Santo suscita en la iglesia y dar gracias a Dios porque haya gente que tenga carismas que yo no los tengo.

Punto 801 Por esta razón aparece siempre necesario el discernimiento de carismas. Ningún carisma dispensa de la referencia y de la sumisión a los pastores de la Iglesia. "A ellos compete especialmente no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno" (LG 12), a fin de que todos los carismas cooperen, en su diversidad y complementariedad, al "bien común" (cf. 1 Co 12, 7; cf. LG 30; CL, 24).

. Compete a los pastores de la iglesia no apagar el Espíritu, tienen que discernir y quedarse con lo bueno. Una de las claves para discernir cuando un carisma es verdadero es que sea dócil, que no tenga la terquedad de considerarse autosuficiente. Cuando un carisma es de Dios uno no pretende poseerlo, sino que lo pone con confianza en manos de la iglesia. En 1ªCorintios 12,7 “ a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común”, tenemos que tener mucha confianza en el provecho común, los carismas son para provecho común de todos, y habrá personas a las que ese carisma, aunque no sea el mío, Dios en su providencia lo haya suscitado para bien común de todos.


. El Espíritu Santo sopla donde quiere y muchas veces complementa con los carismas aquello que los ministerios de la iglesia no llegan a alcanzar. No falta el florecimiento de diversos carismas entre los fieles laicos hombres y mujeres, los carismas se conceden a personas concretas pero pueden ser participados por otros, de este modo continúan en el tiempo como herencia que genera una particular afinidad espiritual entre las personas. De la misma manera que en las órdenes religiosas ha existido un fundador y el carisma de ese fundador se ha extendido a través de los miembros de esa orden religiosa, también hay muchos movimientos apostólicos hoy en día en los que Dios ha dado un carisma a un laico fundador de ese movimiento y luego pues todos aquellos que han sentido una llamada del Espíritu Santo a participar de ese movimiento han prolongado y han continuado el carisma que Dios le dio a ese seglar fundador de ese movimiento en la iglesia. Es un signo de que el Espíritu Santo está continuamente llamando, suscitando, creando su iglesia, no solo a través de los ministerios sino también a través de los carismas.    

miércoles, 24 de febrero de 2016

Catecismo 790-795. La Iglesia, Cuerpo de Cristo. 'Un solo cuerpo'. Cristo, Cabeza de este Cuerpo

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Punto 790 Los creyentes que responden a la Palabra de Dios y se hacen miembros del Cuerpo de Cristo, quedan estrechamente unidos a Cristo: "La vida de Cristo se comunica a los creyentes, que se unen a Cristo, muerto y glorificado, por medio de los sacramentos de una manera misteriosa pero real" (LG 7). Esto es particularmente verdad en el caso del Bautismo por el cual nos unimos a la muerte y a la Resurrección de Cristo (cf. Rm 6, 4-5; 1 Co 12, 13), y en el caso de la Eucaristía, por la cual, "compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él y entre nosotros" (LG 7).

. La afirmación de este punto insiste en que estamos siendo alimentados, que Cristo alimenta su iglesia, que la cabeza alimenta al cuerpo. Y lo hace a través del bautismo y la eucaristía. El bautismo nos injerta en Cristo dándonos una vida nueva, y por otra parte el bautismo se complementa con la eucaristía dónde se nos alimenta. Primero nos injerta y luego nos alimenta. En el bautismo nace la unión con Cristo y en la eucaristía nos alimenta. Nuestra unión con Cristo no es por mero voluntarismo nuestro, no basta quererlo o desearlo, sino que esa unión se realiza por medio de los sacramentos que son el camino por el que se hace posible la unión. Los sacramentos son un don místico que nos supera, son pura gracia de Cristo. 

Punto 791 La unidad del cuerpo no ha abolido la diversidad de los miembros: "En la construcción del Cuerpo de Cristo existe una diversidad de miembros y de funciones. Es el mismo Espíritu el que, según su riqueza y las necesidades de los ministerios, distribuye sus diversos dones para el bien de la Iglesia". La unidad del Cuerpo místico produce y estimula entre los fieles la caridad: "Si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro es honrado, todos los miembros se alegran con él" (LG 7). En fin, la unidad del Cuerpo místico sale victoriosa de todas las divisiones humanas: "En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 27-28).

. Cuando tenemos una parte de nuestro cuerpo enferma no se nos ocurre decir mi estómago está enfermo o mi brazo está enfermo, sino que decimos estoy enfermo, porque tenemos bien claro que cuando nos duele el estómago u otro miembro nos afecta al resto del cuerpo. Tener un miembro del cuerpo enfermo nos condiciona al resto de nuestro cuerpo. Tal es la unidad que formamos en la iglesia, que no podemos fraccionar nuestras partes, uno no puede desprenderse de una parte sin que eso afecto al todo. Esta imagen que tenemos del cuerpo es aplicable a la iglesia.

. Unidad y diversidad: nos cuesta un montón compaginar la unidad y la diversidad. Hemos de integrar unidad y diversidad con la caridad. La caridad es la clave, en el momento en que hay un amor que nos mueve a todos los que formamos la iglesia, deja de haber problemas entre unidad y diversidad. Si hay caridad no hay conflicto y se alcanza la unidad. Cuando falta la caridad somos muy dados a subrayar lo que nos diferencia. Cuando estamos unidos en Cristo esas diferencias son anecdóticas y cuando no estamos llenos de la caridad de Cristo las diferencias suelen ser siempre motivo de fricción porque parece que yo afirmo lo mío frente a lo tuyo, es una especie de afirmar para contraponerte a otra persona y no para complementar. Cuando es el espíritu de Cristo las diferencias son motivo de alegría pero cuando no estamos movidos por el Espíritu Santo, las diferencias son motivo de pique, de fricción, de comparación, tendemos a restar en lugar de sumar. El Espíritu Santo es el que forma la unidad en la iglesia sin que sea en detrimento de la diversidad y forma la diversidad sin que sea en detrimento de la unidad.       

Punto 792 Cristo "es la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia" (Col 1, 18). Es el Principio de la creación y de la redención. Elevado a la gloria del Padre, "él es el primero en todo" (Col 1, 18), principalmente en la Iglesia por cuyo medio extiende su reino sobre todas las cosas.

. Este punto remarca el cristo-centrismo, Cristo como centro, como alfa y omega, principio y fin.

Punto 793 Él nos une a su Pascua: Todos los miembros tienen que esforzarse en asemejarse a él "hasta que Cristo esté formado en ellos" (Ga 4, 19). "Por eso somos integrados en los misterios de su vida [...], nos unimos a sus sufrimientos como el cuerpo a su cabeza. Sufrimos con él para ser glorificados con él" (LG 7).

. Cristo no me salva desde fuera sin transfórmame. La salvación no es algo extrínseco. Cristo ha de formarse en nosotros para que la redención sea completa en el sentido de que el Señor nos transforme por dentro. Cristo que es la cabeza configura el cuerpo conforme a la gracia que le está dando, gradualmente, poco a poco la gracia de esa cabeza va transformando al cuerpo. Siendo integrados en los misterios de la vida de Jesús nos vamos transformando, recordando por ejemplo cuando Jesús se retiró al desierto cuarenta días, nosotros comenzamos la Cuaresma, y se nos predica la penitencia, el ayuno, es decir, nos integramos en los misterios de Jesús, y cuando recordamos la Pasión de Jesús, nosotros nos disponemos a morir al hombre viejo, al pecado que arrastramos para nacer de nuevo, es decir, para que no solo seamos espectadores de lo que le pasó a Jesús sino que lo que le ocurrió a Jesús pase por nosotros. Es una unión entre la cabeza y el cuerpo.      

Punto 794 Él provee a nuestro crecimiento (cf. Col 2, 19): Para hacernos crecer hacia él, nuestra Cabeza (cf. Ef 4, 11-16), Cristo distribuye en su Cuerpo, la Iglesia, los dones y los servicios mediante los cuales nos ayudamos mutuamente en el camino de la salvación.

. En Efesios 4,11-16 “Y él mismo concedió a unos ser apóstoles, y a otros, profetas; a otros anunciar el evangelio, y a otros ser pastores y maestros. Así preparó a los suyos para un acto de servicio, para la edificación del cuerpo de Cristo…”, Cristo nuestra cabeza provee al crecimiento del cuerpo, y lo hace por ejemplo en la vida sacramental, en la oración, en la vida eclesial, en el testimonio de los santos, etc.   

Punto 795 Cristo y la Iglesia son, por tanto, el "Cristo total" [Christus totus]. La Iglesia es una con Cristo. Los santos tienen conciencia muy viva de esta unidad:
«Felicitémonos y demos gracias por lo que hemos llegado a ser, no solamente cristianos sino el propio Cristo. ¿Comprendéis, hermanos, la gracia que Dios nos ha hecho al darnos a Cristo como Cabeza? Admiraos y regocijaos, hemos sido hechos Cristo. En efecto, ya que Él es la Cabeza y nosotros somos los miembros, el hombre todo entero es Él y nosotros [...] La plenitud de Cristo es, pues, la Cabeza y los miembros: ¿Qué quiere decir la Cabeza y los miembros? Cristo y la Iglesia» (San Agustín, In Iohannis evangelium tractatus, 21, 8).
Redemptor noster unam se personam cum sancta Ecclesia, quam assumpsit, exhibuit ("Nuestro Redentor muestra que forma una sola persona con la Iglesia que Él asumió") (San Gregorio Magno, Moralia in Job, Praefatio 6, 14)
Caput et membra, quasi una persona mystica ("La Cabeza y los miembros, como si fueran una sola persona mística") (Santo Tomás de Aquino, S.th. 3, q. 48, a. 2, ad 1).
Una palabra de Santa Juana de Arco a sus jueces resume la fe de los santos doctores y expresa el buen sentido del creyente: "De Jesucristo y de la Iglesia, me parece que es todo uno y que no es necesario hacer una dificultad de ello" (Juana de Arco, Dictum: Procès de condamnation).


. Se subraya por parte de san Agustín que hemos llegado a ser no solamente cristianos sino que hemos llegado a ser Cristo porque tal es la unión entre la cabeza y el cuerpo que no se diferencian. Si Cristo es mi cabeza no es que sea una parte de mí, es que soy yo. Cristo cuando le dice a Pablo “yo soy Jesús a quien tú persigues”, Cristo se identifica totalmente con su iglesia, entiende que la iglesia no es que sea su cuerpo, es que es él mismo.

domingo, 21 de febrero de 2016

Catecismo 787-789. La Iglesia, Cuerpo de Cristo. La Iglesia es comunión con Jesús

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Punto 787 Desde el comienzo, Jesús asoció a sus discípulos a su vida (cf. Mc. 1,16-20; 3, 13-19); les reveló el Misterio del Reino (cf. Mt 13, 10-17); les dio parte en su misión, en su alegría (cf. Lc 10, 17-20) y en sus sufrimientos (cf. Lc 22, 28-30). Jesús habla de una comunión todavía más íntima entre Él y los que le sigan: "Permaneced en mí, como yo en vosotros [...] Yo soy la vid y vosotros los sarmientos" (Jn 15, 4-5). Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: "Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Jn 6, 56).

. Marcos 1,16-20 dice “Paseaba Jesús por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores y estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: –Seguidme, y os haré pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. Un poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca reparando las redes. Al punto Jesús los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, se fueron con Jesús”. En Marcos 3.13-19 nos dice que Jesús pasó la noche haciendo oración y al día siguiente instituyó los doce apóstoles. Jesús asoció a sus discípulos a su vida, es decir, Jesús se rodeó de los apóstoles al comienzo de su vida pública, compaginó su predicación a todas las masas con una experiencia de intimidad con un grupo reducido en torno a él, que estaban recibiendo un discipulado de Jesucristo. Jesús no elige de entre las masas a un grupo, sino que lo hace al mismo tiempo que comienza su predicación.   

 . Lógicamente los discípulos comentarían cosas con Jesús, preguntarían sus dudas. Jesús les reveló a sus discípulos el misterio del reino, en Mateo 13,10-17 “Los discípulos se acercaron a Jesús, y le preguntaron por qué hablaba a la gente por medio de parábolas.  Jesús les contestó: “A vosotros, Dios os da a conocer los secretos de su reino; pero a ellos no. Pues al que tiene, se le dará más y tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo que tiene se le quitará. Por eso les hablo por medio de parábolas; porque ellos miran, pero no ven; escuchan, pero no oyen ni entienden. En ellos se cumple lo que dijo el profeta Isaías: ‘Por mucho que escuchéis, no entenderéis; por mucho que miréis, no veréis. Pues la mente de este pueblo está embotada: son duros de oído y han cerrado sus ojos, para no ver ni oír, para no entender ni volverse a mí y que yo los sane.’ “Pero dichosos vosotros, porque tenéis ojos que ven y oídos que oyen.  Os aseguro que muchos profetas y gente buena desearon ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; desearon oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron”.  Jesús reveló el misterio del reino especialmente utilizando parábolas, que era un género muy adecuado y sugerente para quien tiene deseo de conocer porque sugieren mucho. Para quién no tiene el corazón abierto las parábolas son un género difícil, oscuro y fastidioso, porque en el fondo no tiene el deseo de un conocimiento profundo y vital, más bien está a la defensiva y la parábola le estorba. En ese discipulado tan íntimo que tenía Jesús, utilizó las parábolas para revelar la esencia del reino de Dios.  

. Es el hombre el que no quiere entender lo que sugieren las parábolas y aunque escuchan no entienden, y por mucho que miran no ven. Los que tienen deseo de conocer a Jesús le pueden conocer y los que no tienen deseo de conocer a Jesús no le van a entender, les va a resultar fastidioso. Jesús respeta esa cerrazón de los hombres. Se dice que no hay razones para quien no quiere entender y basta una sugerencia para quien está deseando entender, y esa sugerencia era la parábola.

. Jesús les dio parte en su misión y en sus alegrías, Jesús compartió con ese discipulado. En Lucas 10,17-20 “Los setenta y dos regresaron muy contentos, diciendo: –¡Señor, hasta los demonios nos obedecen en tu nombre! Jesús les dijo:–Sí, pues yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Os he dado poder para que pisoteéis serpientes y alacranes y para que triunféis sobre toda la fuerza del enemigo sin sufrir ningún daño. Pero no os alegréis de que los espíritus os obedezcan, sino de que vuestros nombres ya estén escritos en el cielo”. Aparte de los doce, había un círculo un poco más amplio cuando vemos a los setenta y dos que tuvieron como su primera experiencia apostólica y venían radiantes de alegría al ver que lo que Jesús les había enseñado tenían la capacidad de ponerlo en práctica y estaban sorprendidos de reproducir las enseñanzas. Estaban contentos y gozosos al igual que Jesús.

. Jesús habla de una comunión más íntima con los que le siguen “permaneced en mí como yo en vosotros, yo soy la vid y vosotros los sarmientos. Anuncia una comunión misteriosa y real entre su propio cuerpo y el nuestro: quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él“, es decir, nos recuerda como esa comunión se prolonga más allá de la convivencia de Jesús con sus discípulos. Estamos recibiendo de continuo la vida de Cristo en nosotros, especialmente por la eucaristía.   

Punto 788 Cuando fueron privados los discípulos de su presencia visible, Jesús no los dejó huérfanos (cf. Jn 14, 18). Les prometió quedarse con ellos hasta el fin de los tiempos (cf. Mt28, 20), les envió su Espíritu (cf. Jn 20, 22; Hch 2, 33). Por eso, la comunión con Jesús se hizo en cierto modo más intensa: "Por la comunicación de su Espíritu a sus hermanos, reunidos de todos los pueblos, Cristo los constituye místicamente en su cuerpo" (LG 7).

. Juan 14,16-18 “Y yo pediré al Padre que os envíe otro defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con vosotros. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero vosotros lo conocéis, porque él está con vosotros y permanecerá siempre en vosotros. No voy a dejaros abandonados: volveré para estar con vosotros”, Jesús habla de cómo el mundo en el sentido mundano, no conoce al Espíritu, y lo que Jesús había hecho en sus discípulos era prepararles para que tengan una apertura al Espíritu Santo. Si los discípulos ahora pueden recibir el Espíritu Santo es porque Jesús había hecho que ellos conociesen al Espíritu y por eso él dice “le pediré al Padre que os envíe otro paráclito”. Jesús ha ido preparando a los discípulos para que tengan sed, ya han comenzado a conocerle porque ya mora en ellos, Jesús ha ido purificando a los discípulos de sus apegos para que no tengan obstáculos en recibir el Espíritu Santo.

. Jesús no nos deja huérfanos, en Mateo 28, 19-20 “Id, pues, y haced mis discípulos a todos los habitantes del mundo; bautizadlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo  y enseñadles a cumplir todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Este texto es importante porque hay una diferencia esencial entre el discipulado humano que ocurre en el seno de una familia, de una escuela o universidad, en el que el discipulado humano hace que uno en la medida en que ha sido formado cada vez es más independiente de su maestro, pero con Jesús es distinto, el discipulado no consiste luego en independizarse de él, sino que cada vez uno se une más a Él. Cada vez uno recibe más de Jesús y se llega a entender la frase de que sin Él no somos nada hasta el punto de que san Pablo llega a decir “ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”. El discipulado no se queda en una época de nuestra vida en la que nos llenamos de conceptos, aprendemos, y luego vamos por libre. El verdadero discipulado es aquél que se siente más dependiente de Jesús, cada vez está más unido a Jesús hasta formar parte de él. Esto es importante distinguir para no confundir el discipulado humano del discipulado de Jesús. La madurez no es hacerse independiente sino en estar más unido a Jesús.      
Punto 789 La comparación de la Iglesia con el cuerpo arroja un rayo de luz sobre la relación íntima entre la Iglesia y Cristo. No está solamente reunida en torno a Él: siempre está unificada en Él, en su Cuerpo. Tres aspectos de la Iglesia "cuerpo de Cristo" se han de resaltar más específicamente: la unidad de todos los miembros entre sí por su unión con Cristo; Cristo Cabeza del cuerpo; la Iglesia, Esposa de Cristo.


. No nos basta con decir que la iglesia está reunida en torno a Cristo, no se trata de que estemos coordinados con Cristo, sino que hablamos de que la iglesia está unificada con Cristo en su cuerpo. Cuando san Pablo está persiguiendo a la iglesia, es derribado del caballo camino de Damasco, escucha una voz, Pablo pregunta quién eres tú, la voz contesta yo soy Jesús a quien tu persigues. Pablo persiguiendo a la iglesia, aún sin saberlo, Pablo está persiguiendo a Jesús. Es un texto bien claro de la unificación que hay entre Jesús y su iglesia. En Mateo 10,40 Jesús nos dice “El que os recibe a vosotros, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió”, qué unión tan grande hay entre Jesús y sus discípulos que la compara a la unión que hay entre Jesús y el Padre, y en el evangelio de san Juan vemos como Jesús dice que “el Padre y yo somos una sola cosa”, por lo que en consecuencia lógica podemos decir “mi iglesia y yo somos una sola cosa”. 

Catecismo 783-786. La Iglesia, pueblo de Dios. Un pueblo sacerdotal, profético y real

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Punto 783 Jesucristo es Aquél a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo y lo ha constituido "Sacerdote, Profeta y Rey". Todo el Pueblo de Dios participa de estas tres funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas (cf .RH18-21).

. El pueblo de Dios está compuesto por todos los fieles, clérigo o seglares, y la jerarquía hay que entenderla en el marco de todo el pueblo de Dios, y está al servicio del pueblo de Dios. En un principio el término laico significó a todos los miembros de este pueblo y a partir del siglo tercero en la tradición de la iglesia el término laico pasó a designar a los que no eran clérigos. Lo importante es que todos los miembros bautizados tienen una  misma dignidad de hijos de Dios, de miembros de un pueblo. La iglesia no es el clero, sino que somos todos los bautizados, de modo que si dentro de la iglesia existe una jerarquía, es para el servicio del pueblo en la palabra, en el sacramento y en el gobierno. Al pueblo de Dios los hombres se incorporan por medio de la fe y el bautismo. De todos es la responsabilidad de evangelizar y de santificarse en la iglesia.

. Al igual que Cristo fue ungido en el río Jordán con el Espíritu Santo y es presentado por Dios ante el pueblo como sacerdote, profeta y rey. Así lo entiende Juan Bautista que entiende que su ser profeta ha alcanzado el culmen y señala a sus discípulos que ya no le sigan a él y le sigan a Jesús. Este es un momento culmen de manifestación de Jesús como el profeta. En nuestra liturgia católica, estas tres dimensiones de Jesús como sacerdote, profeta y rey, las celebramos de distintas maneras: en la culminación del año litúrgico celebramos la fiesta de Cristo rey del universo, en torno a Pentecostés celebramos la fiesta de Cristo sumo y eterno sacerdote. Como profeta no tenemos una fecha concreta, pero como profeta le estamos continuamente celebrando a diario en el evangelio. Esto que es Jesucristo, lo recibimos nosotros por el bautismo, lo que en Cristo es por esencia, por su propio ser, en nosotros es por adopción. En el bautismo hemos sido introducidos en Cristo por el Espíritu Santo y hemos pasado a forma parte como miembros de Cristo, que es sacerdote, profeta y rey, y es imposible ser miembro de Cristo si no se es sacerdote, profeta y rey, porque es su propio ser que es compartido en nosotros.

Punto 784 Al entrar en el Pueblo de Dios por la fe y el Bautismo se participa en la vocación única de este Pueblo: en su vocación sacerdotal: «Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo pueblo "un reino de sacerdotes para Dios, su Padre". Los bautizados, en efecto, por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo» (LG 10).

. Los fieles son sacerdotes, en cuanto miembros del pueblo de Dios sellados por el carácter bautismal. Lo propio del sacerdote es ofrecer un sacrificio a Dios Padre. El cristiano se ofrece al Padre. Sobre todo en la eucaristía es donde ejercitamos este sacerdocio al ofrecernos junto con Cristo como víctimas al Padre. El tema del sacerdocio es importante entenderlo pues la palabra sacerdote es dirigida a los presbíteros, a los curas, o a todos los bautizados, hay un sacerdocio ministerial y un sacerdocio común. Lutero negó el sacerdocio ministerial, el sacerdocio de los presbíteros y afirmó únicamente el sacerdocio de los bautizados, el común. Los católicos reaccionaron ante la herejía del sacerdocio ministerial, el sacerdocio ordenado por la sucesión apostólica, y esta reacción se pudo entender también contra el sacerdocio que todos recibimos por el bautismo, lo cual es verdad. Lutero negó el sacerdocio ministerial pero dijo una cosa que era verdad, que es que todos por el bautismo somos sacerdotes en el sentido de que ofrecemos sacrificios que son agradables a Dios y que nos unimos a la ofrenda de la eucaristía, no somos meros espectadores en la eucaristía de lo que hace el cura. Cuando participamos en la eucaristía, no hemos de ser espectadores porque vamos a participar activamente de ese sacrificio en el que el sacerdote transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre del Señor, y esto solo lo puede hacer el sacerdote por la imposición de las manos de los obispos, y ese sacrificio lo ofrece el sacerdote y todos nos unimos en esa ofrenda. En el ofertorio nos unimos al decir amén ejercitando el sacerdocio en esa ofrenda.

. En la alianza en el monte del Sinaí, Yahveh le dice a Moisés en Éxodo 19,6 “Vosotros me seréis un reino de sacerdotes, un pueblo consagrado a mí. Diles todo esto a los israelitas”. O en Isaías 61.6 ”Y a vosotros os llamarán sacerdotes del Señor, siervos de nuestro Dios”. Todo esto que se está prefigurando, ocurrirá en Cristo.
           
Punto 785 "El pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo". Lo es sobre todo por el sentido sobrenatural de la fe que es el de todo el pueblo, laicos y jerarquía, cuando "se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida a los santos de una vez para siempre" (LG 12) y profundiza en su comprensión y se hace testigo de Cristo en medio de este mundo.

. Aquí se habla del carácter profético de Cristo del que nosotros también participamos. La palabra profético no significa adivinar, sino que significa enviado de Dios para anunciar su palabra. Todos los bautizados hemos recibido el don del Espíritu Santo para comprender el sentido profundo de la palabra de Dios y para transmitirla y constituirnos testigos de esa palabra delante de los demás. Lógicamente hay que hacerlo en comunión con la iglesia para no caer en peligros de subjetivismos o de relativismos, pero uno no puede dimitir de esa función, como si eso tuvieran que hacerlo otros y yo tengo como una especie de participación pasiva. El Espíritu Santo me ilumina a mí personalmente en la comprensión de la palabra y me fortalece para ser testigo de ella delante de los demás. La vocación de profeta la tenemos todos los bautizados.

Punto 786 El Pueblo de Dios participa, por último, en la función regia de Cristo. Cristo ejerce su realeza atrayendo a sí a todos los hombres por su muerte y su resurrección (cf. Jn 12, 32). Cristo, Rey y Señor del universo, se hizo el servidor de todos, no habiendo "venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28). Para el cristiano, "servir a Cristo es reinar" (LG 36), particularmente "en los pobres y en los que sufren" donde descubre "la imagen de su Fundador pobre y sufriente" (LG 8). El pueblo de Dios realiza su "dignidad regia" viviendo conforme a esta vocación de servir con Cristo.
«La señal de la cruz hace reyes a todos los regenerados en Cristo, y la unción del Espíritu Santo los consagra sacerdotes; y así, además de este especial servicio de nuestro ministerio, todos los cristianos espirituales y perfectos debe saber que son partícipes del linaje regio y del oficio sacerdotal. ¿Qué hay más regio que un espíritu que, sometido a Dios, rige su propio cuerpo? ¿Y qué hay más sacerdotal que ofrecer a Dios una conciencia pura y las inmaculadas víctimas de nuestra piedad en el altar del corazón?» (San León Magno, Sermo 4, 1).

. Ser rey lo ejerce el cristiano cuando Dios le da la gracia de ordenar interiormente su propia persona, de gobernar su cuerpo en su misión a Dios como dice san León Magno. Uno es rey en la medida en que su voluntad gobierna su vida y no es arrastrado por sus pasiones. La realeza del cristiano comienza por el propio gobierno de sus desordenes interiores. A medida que va creciendo el dominio del espíritu dentro de él, esa realeza se extiende a su alrededor. También existe la función de satanás que quiere desordenar, quiere que las cosas no estén hechas para gloria de Dios, y quiere que dentro  de nosotros mismos exista un desorden en el que las pasiones se adueñen de la voluntad. Ser rey es ejercitar el orden interior y el orden exterior en la sociedad en el que las pasiones son sometidas a la voluntad, y la voluntad propia es sometida a la voluntad de Dios.


. Ser rey no es darse la buena vida ni mandar y los que demás me obedezcan. Ser rey es primero mandarse a uno mismo, mandar en tus pasiones, por eso Jesús dijo “el que quiera ser primero que sea el último y el esclavo de todos”, pues reinar es servir a los demás y que todo sirva a la gloria de Dios. Jesús cuando lavaba los pies estaba reinando. 

domingo, 14 de febrero de 2016

Catecismo 781-782. La Iglesia,pueblo de Dios,Cuerpo de Cristo,Templo del E. S. La Iglesia,pueblo de Dios.Características

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Punto 781 "En todo tiempo y lugar ha sido grato a Dios el que le teme y practica la justicia. Sin embargo, quiso santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviera con una vida santa. Eligió, pues, a Israel para pueblo suyo, hizo una alianza con él y lo fue educando poco a poco. Le fue revelando su persona y su plan a lo largo de su historia y lo fue santificando. Todo esto, sin embargo, sucedió como preparación y figura de su alianza nueva y perfecta que iba a realizar en Cristo [...], es decir, el Nuevo Testamento en su sangre, convocando a las gentes de entre los judíos y los gentiles para que se unieran, no según la carne, sino en el Espíritu" (LG 9).

. La Iglesia como pueblo de Dios. Comienza el catecismo matizando que a Dios le es grato todos los pueblos que han intentado practicar la justicia, que todos los pueblos son pueblos de Dios, no hay ningún pueblo que no sea pueblo de Dios. En la iglesia como pueblo de Dios, lo más importante es ser hijo de Dios y no ser obispo o ser Papa. Lo que nos da dignidad y nos hace sentir privilegiados y elegidos por Dios es antes que nada ser hijos de Dios, ser bautizados.

. Aunque en el sentido de cómo Dios quiso darse a conocer, Dios eligió un pueblo concreto que fue el pueblo de Israel. Dios no nos quiso santificar aisladamente, sino formando un pueblo en nosotros. Formar parte de un pueblo nos sirve para ir purificando nuestro egocentrismo, nos ayuda a superar la mentalidad del hombre autónomo. Cada uno tenemos unos talentos personales que desarrollamos con el estímulo exterior de nuestros hermanos, poniéndolos al servicio de los demás. El ideal del ser humano no es el hombre autónomo sino que es el hombre comunión, aquél que entiende que debe de encontrar su plenitud en la comunión con Cristo y con los demás. Tenemos que purificar la sensación que tenemos a veces de que los demás nos estorban para unirnos a Dios. Dios ha querido revelarse a nosotros en el contexto de una familia, de una comunidad.

. La Iglesia es prefigurada desde el origen en la Trinidad, nace de Dios, nace convocada por Dios, es preparada en la historia de Israel, constituida en Cristo y manifestada por la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés.     

Las características del Pueblo de Dios

Punto 782 El Pueblo de Dios tiene características que le distinguen claramente de todos los grupos religiosos, étnicos, políticos o culturales de la historia:
— Es el Pueblo de Dios: Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero Él ha adquirido para sí un pueblo de aquellos que antes no eran un pueblo: "una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa" (1 P 2, 9).

. La Iglesia es el pueblo de Dios pero Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo, nosotros somos propiedad de Dios pero Dios no es propiedad nuestra. Dios estará siempre con nosotros.

Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el "nacimiento de arriba", "del agua y del Espíritu" (Jn 3, 3-5), es decir, por la fe en Cristo y el Bautismo.

 . Juan 3.3-5 “Jesús le dijo: –Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le preguntó: –Pero ¿cómo puede nacer un hombre que ya es viejo? ¿Acaso puede entrar otra vez dentro de su madre para volver a nacer? Jesús le contestó: –Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”.  Aquí se remarca que la pertenencia a ese pueblo de Dios se va purificando de una visión carnal. El pueblo de Israel tenía el peligro de entender mal eso de ser el pueblo elegido, ser el pueblo de Dios tenía el peligro de entenderse como si fuese una elección de raza, como si fuera un mérito de la propia raza o linaje. Este peligro es lo que Jesucristo quiere purificar. Para formar parte de este pueblo, de esta Iglesia, hay que nacer de nuevo, del agua y del espíritu, hay que nacer desde la conversión, se nace siendo un hombre nuevo.

Este pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo [Ungido, Mesías]: porque la misma Unción, el Espíritu Santo fluye desde la Cabeza al Cuerpo, es "el Pueblo mesiánico".

— "La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo" (LG 9).

— "Su ley, es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo mismo nos amó (cf. Jn 13, 34)". Esta es la ley "nueva" del Espíritu Santo (Rm 8,2; Ga 5, 25).

Su misión es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt 5, 13-16). "Es un germen muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano" (LG 9.


— "Su destino es el Reino de Dios, que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve también a su perfección" (LG 9).

viernes, 12 de febrero de 2016

Catecismo 774-776. El Misterio de la Iglesia. La Iglesia, sacramento universal de la salvación

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Punto 774 La palabra griega mysterion ha sido traducida en latín por dos términos: mysterium y sacramentum. En la interpretación posterior, el término sacramentum expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación, indicada por el término mysterium. En este sentido, Cristo es Él mismo el Misterio de la salvación: Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus ("No hay otro misterio de Dios fuera de Cristo"; san Agustín, Epistula 187, 11, 34). La obra salvífica de su humanidad santa y santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también "los santos Misterios"). Los siete sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene, por tanto, y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es llamada "sacramento".

. La palabra sacramento se utilizó de forma novedosa en el Concilio Vaticano II referida a la Iglesia. Hasta entonces la Iglesia no había utilizado en su magisterio la expresión “sacramento”. La palabra sacramento quiere decir “un signo visible de una gracia que es invisible y que también es instrumento”, por una parte significa algo, es un signo, y por otra parte es un instrumento eficaz. Por ejemplo, el agua del bautismo es un sacramento porque es un signo visible que simboliza la nueva vida, la pureza del alma, la limpieza del pecado original, etc, y el agua además de símbolo es un instrumento, Dios a través del agua nos purifica, nos santifica, nos da una vida nueva de hijos de Dios. El agua no es solo un signo pues, es además instrumento.  Sacramento es pues signo visible e instrumento eficaz. El ejemplo del agua lo vemos para la Iglesia como sacramento, al ser signo visible de una presencia invisible de Dios entre nosotros y además es instrumento a través del cual Dios nos santifica.

. Una de las grandes afirmaciones del Concilio Vaticano II fue la de la sacramentalidad de la Iglesia, y eso es tener conciencia de la vocación que Dios ha dado a la Iglesia, porque es un signo visible de Dios para salvar al mundo, porque la Iglesia tiene conciencia de que está llamada a ser instrumento de Dios para toda la humanidad. Todos están llamados a pertenecer a la Iglesia porque todos estamos llamados a Dios, la Iglesia no es pues un “club particular” de unos pocos.

. Ha existido siempre la tentación de reducir a la iglesia a una visión interiorista o a una visión institucional. Los que hablan de la iglesia desde fuera tienen más la tentación de reducirla a una mera institución, a una organización humana, quedándose en algo visible negando lo invisible. Mientras que desde los cristianos que formamos la iglesia existe la tentación contraria, de ver en la iglesia únicamente una comunidad de fe negando el aspecto visible, el aspecto institucional de la iglesia, quedándose en una comunión en el amor donde sobra la jerarquía y las instituciones. El mundo secularizado que ve a la iglesia desde fuera no quiere ver a la iglesia como signo de Cristo ni instrumento de Cristo ni nada por el estilo, y sin embargo algunos cristianos que están dentro de la iglesia tienen la tentación contraria de un supuesto espiritualismo que rechaza la institución, solo les importan los valores de Cristo pero no quieren ninguna institución que les dicte ni gobierne, quieren solo una iglesia espiritualista. La iglesia tiene dos dimensiones inseparables, iglesia institucional e iglesia espiritual. No decimos Cristo: Dios u hombre; Iglesia: institución o lugar del espíritu. No decimos “o”, sino que decimos “y”: Cristo Dios y hombre verdadero; Iglesia institución y cuerpo místico de Cristo.

. Jesús puso a Pedro como roca incluso cuando era un pecador, y aunque la iglesia de la tierra haya pecado en los miembros que la formamos, aunque seamos pecadores, es la verdadera iglesia del Señor. No hemos de escandalizarnos por el hecho de que los que formamos parte de esta iglesia seamos pecadores, Jesús ya sabía que Pedro era pecador y no por eso dejó de elegirle como roca sobre la que funda su iglesia.

. Lutero negaba la institución de la iglesia, diciendo que toda mediación humana corrompe la gracia de Dios y la pureza de la palabra de Dios. Por eso decía que le sobra toda mediación humana entre Dios y los hombres, y esta es una gran tentación porque Dios ha querido esa mediación y esa mediación ha sido en primer lugar Cristo y en segundo lugar la iglesia que prolonga la mediación de Cristo. El Señor quiso mediaciones humanas, cuando eligió a los doce apóstoles sabía que iban a ser una mediación a través de la cual los hombres iban a conocer a Cristo por la predicación de esos doce apóstoles. La iglesia entiende su esencia prolongando lo que es el ser de Cristo.

. No hay que escandalizarse de la iglesia, el que se escandaliza de la iglesia se escandaliza de Cristo. El motivo último por el que los fariseos querían apedrear a Jesús no eran tanto sus obras sino su pretensión de ser hijo de Dios, de su divinidad, esto es lo que no aguantaban los fariseos. Esto mismo pasa hoy en día con la iglesia, muchos están muy a favor de las obras de la iglesia, y lo que molesta es que la iglesia sea sacramento visible de Dios entre los hombres, tener conciencia de prolongar a Cristo entre los hombres. Hoy no se soporta que la existencia de Dios se haga histórica, se haga presente, se haga cercana a nosotros, y nos recuerde la voluntad de Dios, la frontera entre el bien y el mal, que rompe la idea cómoda de un Dios.

Punto 775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres "de toda nación, raza, pueblo y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es "signo e instrumento" de la plena realización de esta unidad que aún está por venir.

. La Iglesia es signo de la unidad de Dios con la humanidad y signo de la unión entre nosotros. Es pues la iglesia un antídoto del pecado que por definición es dispersión, divorcio del hombre con Dios, divorcio del hombre entre sí y divorcio interior del hombre.

Punto 776 Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo "como instrumento de redención universal" (LG 9), "sacramento universal de salvación" (LG 48), por medio del cual Cristo "manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al hombre" (GS 45, 1). Ella "es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad" (Pablo VI, Discurso a los Padres del Sacro Colegio Cardenalicio, 22 junio 1973) que quiere "que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del Espíritu Santo" (AG 7; cf. LG 17).

. La Iglesia es instrumento eficaz, no solo simboliza la unidad de Dios con los hombres y la unión entre nosotros. Llamó la atención de que Jesucristo no solo dijese palabras hermosas, sino que esas palabras también eran efectivas, por ejemplo “Pero quien es este que hasta el viento y el mar le obedecen”, llamaba la atención el poder de la palabra de Cristo, no solo decía sino que hacía, que su palabra era eficaz. Por ejemplo “le manda a Lázaro salir de la tumba y Lázaro resurge de la tumba”. La palabra de Cristo está llena de poder, y además Cristo le da poder a la iglesia para que también sea eficaz, por ejemplo “lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo”, por lo tanto cuando la iglesia dice aquí “tus pecados son perdonados”, también en el cielo quedan perdonados. Esto es un misterio porque Dios se está de alguna manera supeditando a la palabra de la iglesia, y Dios es obediente y se compromete a la palabra del sacerdote.


. Hay pues una forma nueva de definir a la Iglesia que es muy gráfica, que es decir que la iglesia es sacramento de Dios. Un sacramento es algo que significa (como el agua que simboliza la pureza del alma) y realiza eficazmente. Tomando ese ejemplo de lo que es un sacramento, se le aplica a la iglesia, y la iglesia es un signo visible de la presencia de Cristo entre nosotros que realiza eficazmente las mismas cosas que Cristo realizó porque Cristo le ha puesto ese poder de eficacia.

martes, 9 de febrero de 2016

Catecismo 772-773. El Misterio de la Iglesia. La Iglesia, Misterio de la unión de los hombres con Dios

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Punto 772 En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de designio de Dios: "recapitular todo en Cristo" (Ef 1, 10). San Pablo llama "gran misterio" (Ef5, 32) al desposorio de Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo (cf. Ef 5, 25-27), por eso se convierte a su vez en misterio (cf. Ef 3, 9-11). Contemplando en ella el misterio, san Pablo escribe: el misterio "es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria" (Col 1, 27).

. Efesios 1,10 “Dios va a unir bajo el gobierno de Cristo todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra”. La iglesia solo puede ser entendida en el designio primero de Dios que es que toda la humanidad retorne a Dios en Cristo. Hemos salido de Dios, por amor nos creó, pero por el camino nos perdimos, vino el misterio del pecado donde el hombre perdió su rumbo, comienza a deambular sin saber cuál es su origen ni su meta. Pierde su propia personalidad, no sabe de dónde viene ni a dónde va. En medio de este drama, el Padre en su misericordia envía a su hijo Jesucristo para que la humanidad vuelva de nuevo al seno, a las manos del Padre del cual había salido. De él venimos y a él volvemos. Dios no se queda con los brazos cruzados viendo el drama del hombre sino que envía a su hijo. Hoy sigue haciendo lo mismo, se está reviviendo continuamente a través del misterio de la iglesia que presta su ser a Jesucristo para que siga recapitulando todo hacia Dios Padre.

. Dice san Pablo que Dios quiso recapitular todo a través de un desposorio, en una alianza de amor, Cristo se desposa con la humanidad, con nosotros para volvernos a recapitular con el plan primero de Dios. La iglesia continúa ese misterio de desposorio de Cristo con la iglesia, de Cristo con la humanidad.   

Punto 773 En la Iglesia esta comunión de los hombres con Dios por "la caridad que no pasará jamás"(1 Co 13, 8) es la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio sacramental ligado a este mundo que pasa (cf. LG 48). «Su estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo. Y la santidad se aprecia en función del "gran misterio" en el que la Esposa responde con el don del amor al don del Esposo» (MD 27). María nos precede a todos en la santidad que es el misterio de la Iglesia como la "Esposa sin mancha ni arruga" (Ef 5, 27). Por eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina" (ibíd.).

. La iglesia está ordenada para llevarnos a la caridad y la santidad. La iglesia está para esto, para hacer santos, nos va gestando con buenos ejemplos y nos encomienda a Dios. El ser de la iglesia es engendrar hijos para el cielo. Entender la estructura de la iglesia de otra manera es no entender su razón de ser.


. La dimensión mariana de la iglesia precede a su dimensión petrina; la dimensión sacerdotal y la dimensión mariana. Pedro encarna la dimensión sacerdotal. Decir que la iglesia excluye a la mujer del sacerdocio y la relega a puestos secundarios, deja patente la incapacidad para entender este rico misterio de espiritualidad mariana. En la iglesia, lo que uno puede llamar poder, Cristo lo llama servicio. En la iglesia es más esencial ser santo que tener un puesto de responsabilidad mayor o menor, lo importante en la iglesia es la santidad, no es la jerarquía ni los puestos de responsabilidad. Si algunos Papas han pasado a la historia, es por haber sido santos, por eso es más importante la dimensión mariana de la iglesia que la dimensión petrina.