lunes, 9 de enero de 2017

Catecismo 979-980. Creo en el perdón de los pecados. Un solo bautismo para el perdón de los pecados II

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Punto 979 En este combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y vigilante para evitar toda herida del pecado? "Puesto que era necesario que, además de por razón del sacramento del bautismo, la Iglesia tuviera la potestad de perdonar los pecados, le fueron confiadas las llaves del Reino de los cielos, con las que pudiera perdonar los pecados de cualquier penitente, aunque pecase hasta el final de su vida" (Catecismo Romano, 1, 11, 4).

. Aquí se nos recuerda que tras el bautismo quedó una inclinación al mal en aquel que incluso había sido puesto bajo la bandera de Cristo por el bautismo. Aunque el bautismo deja a una persona plenamente purificada y preparada para ir al cielo, no suprime la tendencia que tiene nuestra naturaleza a la concupiscencia, esa inclinación al mal que no es pecado en sí misma. En esa lucha contra esa inclinación al mal, era previsible que la iglesia fuera a necesitar de un instrumento más para purificarnos, que después del bautismo era previsible que el hombre fuera a caer bajo las garras de la tentación, y no iba a ser suficiente el bautismo para la mayoría de los cristianos, pues como vemos en la carta de Pedro “satanás anda rondando en torno a vosotros queriendo también apartaros de la gracia bautismal”.

. La vida es combate, es milicia, estamos llamados a no pactar con el pecado, a ser luchadores con la gracia de Cristo. Se habla de milicia en el sentido estimulante de recibir la fuerza de Cristo para combatir y no pactar con satanás sino hacer de Cristo nuestro rey y luchar por la instauración del reino de Cristo. La iglesia con el paso de los siglos fue desarrollando el sacramento de la penitencia como instrumento de ese combate contra el mal.

Punto 980 Por medio del sacramento de la Penitencia, el bautizado puede reconciliarse con Dios y con la Iglesia:
«Los Padres tuvieron razón en llamar a la penitencia "un bautismo laborioso" (San Gregorio Nacianceno, Oratio 39, 17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la salvación este sacramento de la Penitencia, como lo es el Bautismo para quienes aún no han sido regenerados» (Concilio de Trento: DS 1672).

. Siendo Dios rico en misericordia, y sabiendo que somos de barro, procuró un remedio que de vida para quienes después del bautismo nos hubiésemos entregado por desgracia a la esclavitud del pecado, al poder del demonio, a saber, el sacramento de la penitencia. Por su misericordia quiso Dios dar a luz este sacramento, por el que se aplica el beneficio de la muerte de Cristo a quienes hemos caído después del bautismo, se presenta de alguna manera como un complemento del bautismo.
. En los primeros siglos los padres llamaban al sacramento de la confesión, el segundo bautismo o segunda tabla de salvación. Jesús nos indicó: “id por todo el mundo y perdonad los pecados, a quienes les perdonéis los pecados quedaran perdonados….” Pero Jesús no explicitó a los apóstoles de qué manera tenían que llevar a cabo ese sacramento, por ejemplo, Jesús no les dijo a los apóstoles con qué frecuencia debían administrar dicho sacramento. De hecho en los primeros siglos, la iglesia permitía la administración del sacramento de la penitencia una única vez en la vida, como una segunda tabla de salvación. Esto cambió con el tiempo porque los cristianos iban posponiendo para el momento casi final de su vida la recepción de este sacramento con lo que se iba convirtiendo más o menos en una especie de unción de enfermos. La iglesia entendió que el sacramento de la penitencia era bueno que pudiese ser reiterada, y también se dejaría iluminar por las palabras de Jesús (Mateo 18,23 “Pedro se acercó entonces y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.” Imaginamos que estas palabras iluminaron a la iglesia para que la confesión no fuera una única vez en la vida sino que se pudiera reiterar a lo largo de la vida.

. En los primeros siglos, el sacramento de la penitencia era hecho de una manera más pública, existía el orden de los penitentes. Aquellos que pedían reconciliarse con la iglesia ingresaban en el orden de los penitentes y de esa manera se les pedía un tiempo de penitencia que podía durar incluso varios años hasta que finalmente eran reconciliados en la iglesia. Estaban también tarifadas las penitencias según los distintos pecados, y uno ingresaba en el orden de los penitentes y podía estar más o menos tiempo dependiendo de la gravedad de sus pecados. Esto no significa que la confesión del pecado fuese pública, pero de alguna manera como todos sabían a qué tipo de pecado correspondían las penitencias, pues casi, casi se intuían los pecados de cada uno. Se cumplía la penitencia antes de recibir la absolución, no como ahora que recibimos la absolución y después cumplimos la penitencia. En aquél tiempo uno ingresaba en el orden de los penitentes y hasta que no cumplía la penitencia no era reconciliado con la iglesia. El orden de los penitentes no participaba de la eucaristía, sino que se ponían en la entrada de la iglesia como sentido de que mientras no cumpliesen la etapa de purificación no podían acceder a la plena celebración del sacramento de la eucaristía. Esto marcaba una forma muy seria de vivir la eucaristía.

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