Punto 979 En este
combate contra la inclinación al mal, ¿quién será lo suficientemente valiente y
vigilante para evitar toda herida del pecado? "Puesto que era necesario
que, además de por razón del sacramento del bautismo, la Iglesia tuviera la
potestad de perdonar los pecados, le fueron confiadas las llaves del Reino de
los cielos, con las que pudiera perdonar los pecados de cualquier penitente,
aunque pecase hasta el final de su vida" (Catecismo Romano, 1, 11,
4).
. Aquí se nos recuerda que tras el bautismo quedó una inclinación al
mal en aquel que incluso había sido puesto bajo la bandera de Cristo por el
bautismo. Aunque el bautismo deja a una persona plenamente purificada y
preparada para ir al cielo, no suprime la tendencia que tiene nuestra
naturaleza a la concupiscencia, esa inclinación al mal que no es pecado en sí
misma. En esa lucha contra esa inclinación al mal, era previsible que la
iglesia fuera a necesitar de un instrumento más para purificarnos, que después del
bautismo era previsible que el hombre fuera a caer bajo las garras de la tentación,
y no iba a ser suficiente el bautismo para la mayoría de los cristianos, pues como
vemos en la carta de Pedro “satanás anda rondando en torno a vosotros queriendo
también apartaros de la gracia bautismal”.
. La vida es combate, es milicia, estamos llamados a no pactar con
el pecado, a ser luchadores con la gracia de Cristo. Se habla de milicia en el
sentido estimulante de recibir la fuerza de Cristo para combatir y no pactar
con satanás sino hacer de Cristo nuestro rey y luchar por la instauración del
reino de Cristo. La iglesia con el paso de los siglos fue desarrollando el
sacramento de la penitencia como instrumento de ese combate contra el mal.
Punto 980 Por medio
del sacramento de la Penitencia, el bautizado puede reconciliarse con Dios y
con la Iglesia:
«Los Padres tuvieron razón en llamar a la penitencia
"un bautismo laborioso" (San Gregorio Nacianceno, Oratio 39,
17). Para los que han caído después del Bautismo, es necesario para la
salvación este sacramento de la Penitencia, como lo es el Bautismo para quienes
aún no han sido regenerados» (Concilio de Trento: DS 1672).
. Siendo Dios rico en misericordia, y sabiendo que somos de barro,
procuró un remedio que de vida para quienes después del bautismo nos hubiésemos
entregado por desgracia a la esclavitud del pecado, al poder del demonio, a
saber, el sacramento de la penitencia. Por su misericordia quiso Dios dar a luz
este sacramento, por el que se aplica el beneficio de la muerte de Cristo a
quienes hemos caído después del bautismo, se presenta de alguna manera como un
complemento del bautismo.
. En los primeros siglos los padres llamaban al sacramento de la confesión,
el segundo bautismo o segunda tabla de salvación. Jesús nos indicó: “id por
todo el mundo y perdonad los pecados, a quienes les perdonéis los pecados
quedaran perdonados….” Pero Jesús no explicitó a los apóstoles de qué manera tenían
que llevar a cabo ese sacramento, por ejemplo, Jesús no les dijo a los apóstoles
con qué frecuencia debían administrar dicho sacramento. De hecho en los
primeros siglos, la iglesia permitía la administración del sacramento de la
penitencia una única vez en la vida, como una segunda tabla de salvación. Esto
cambió con el tiempo porque los cristianos iban posponiendo para el momento
casi final de su vida la recepción de este sacramento con lo que se iba convirtiendo
más o menos en una especie de unción de enfermos. La iglesia entendió que el
sacramento de la penitencia era bueno que pudiese ser reiterada, y también se dejaría
iluminar por las palabras de Jesús (Mateo 18,23 “Pedro se acercó entonces y le dijo: Señor, ¿cuántas veces tengo que
perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Dícele Jesús: No
te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.” Imaginamos que
estas palabras iluminaron a la iglesia para que la confesión no fuera una única
vez en la vida sino que se pudiera reiterar a lo largo de la vida.
. En los primeros siglos, el sacramento de la penitencia era hecho
de una manera más pública, existía el orden de los penitentes. Aquellos que
pedían reconciliarse con la iglesia ingresaban en el orden de los penitentes y
de esa manera se les pedía un tiempo de penitencia que podía durar incluso varios
años hasta que finalmente eran reconciliados en la iglesia. Estaban también tarifadas
las penitencias según los distintos pecados, y uno ingresaba en el orden de los
penitentes y podía estar más o menos tiempo dependiendo de la gravedad de sus
pecados. Esto no significa que la confesión del pecado fuese pública, pero de
alguna manera como todos sabían a qué tipo de pecado correspondían las
penitencias, pues casi, casi se intuían los pecados de cada uno. Se cumplía la penitencia
antes de recibir la absolución, no como ahora que recibimos la absolución y después
cumplimos la penitencia. En aquél tiempo uno ingresaba en el orden de los
penitentes y hasta que no cumplía la penitencia no era reconciliado con la
iglesia. El orden de los penitentes no participaba de la eucaristía, sino que
se ponían en la entrada de la iglesia como sentido de que mientras no
cumpliesen la etapa de purificación no podían acceder a la plena celebración del
sacramento de la eucaristía. Esto marcaba una forma muy seria de vivir la
eucaristía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario