miércoles, 29 de marzo de 2017

Catecismo 1047-1050. La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva II

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Punto 1.047 Así pues, el universo visible también está destinado a ser transformado, "a fin de que el mundo mismo restaurado a su primitivo estado, ya sin ningún obstáculo esté al servicio de los justos", participando en su glorificación en Jesucristo resucitado (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses 5, 32, 1).

. La plenitud del hombre se manifiesta en la plenitud de la creación, no podemos pensar en que Dios salve a un hombre sacándole del entorno en el que vive y que sea el hombre el que tenga una vida eterna sin entorno, no, el hombre tiene un entorno. Igual que Adán y Eva tuvieron el entorno del paraíso terrenal, Dios quiere que el hombre tenga un entorno de unos cielos nuevos y una tierra nueva. El mundo ha sido llamado por Dios a la existencia antes de que el hombre fuera creado, las estrellas, el agua, la luz, las plantas, los animales…. existieron previamente al hombre, nosotros necesitábamos de esas cosas para existir y por amor a nosotros fueron creadas. Dios nos preparó un entorno donde habitar al que estamos unidos y Dios nos dio superioridad sobre dicho entorno. El mundo es confiado al hombre para que lo administre. Según la sagrada escritura, el pecado del hombre tiene consecuencias destructoras hacia el orden que había sido creado en la naturaleza, tras el pecado, la naturaleza muestra un rostro hostil hacia el hombre. En Romanos 8,20 san Pablo nos dice: “La creación, en efecto, fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, las criaturas están sujetas a la vanidad, es decir, al mal, sujetas por satanás, y la naturaleza participa de la esperanza de ser liberada.
. La afirmación del Catecismo es que Cristo también es la plenitud de la naturaleza, puesto que Cristo es la plenitud del hombre, Cristo es también la plenitud de la naturaleza. La creación será librada de la corrupción por Cristo, la naturaleza será también redimida y puesta al servicio del hombre. Esta transformación de la creación ya fue profetizada en el Antiguo Testamento, en Isaías 65,17 “porque voy a crear cielos nuevos y tierra nueva, y ya no se recordará lo pasado, ya no habrá de ello memoria”. Cuando Cristo profetiza en su discurso del juicio, la catástrofe final, promete a la vez un cielo nuevo y una tierra nueva, hay una promesa que tras la destrucción vendrá la recreación del mundo. En definitiva, Cristo cumple una función transformadora de la creación.
Punto 1.048 "Ignoramos el momento de la consumación de la tierra y de la humanidad, y no sabemos cómo se transformará el universo. Ciertamente, la figura de este mundo, deformada por el pecado, pasa, pero se nos enseña que Dios ha preparado una nueva morada y una nueva tierra en la que habita la justicia y cuya bienaventuranza llenará y superará todos los deseos de paz que se levantan en los corazones de los hombres"(GS 39).

Punto 1.049 "No obstante, la espera de una tierra nueva no debe debilitar, sino más bien avivar la preocupación de cultivar esta tierra, donde crece aquel cuerpo de la nueva familia humana, que puede ofrecer ya un cierto esbozo del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios" (GS 39).

. El progreso humano y el reino de Dios son dos cosas que están en relación, la instauración del reino de Cristo entre nosotros debe tener expresiones de progreso humano, pero no se identifican las dos cosas al cien por cien. Ha de ser un progreso humano que no esté basado en la soberbia, en la comodidad, en la auto satisfacción, etcétera que entonces es un progreso que lo que puede hacer es destruir al hombre. Nosotros debemos de intentar que el progreso sea expresión de la llegada de Dios a nosotros, el progreso por el progreso no dignifica al hombre. Todo lo que el hombre hace en su trabajo, en su esfuerzo de transformación del mundo tiene un aspecto perecedero y otro inmortal. Los esfuerzos que hace el hombre por transformar la materia, por crear riqueza en el mundo, en parte aquí se van a quedar y en parte, en la medida en que la pone al servicio del reino de Cristo trascenderá la vida eterna. La creación de un reino de riqueza egocéntrico aquí se va a quedar, acordaros de lo que nos dice Jesús “para qué amontonar tesoros donde la polilla puede roerlos”, nos advierte de esos esfuerzos para acumular nuestras riquezas materiales aquí se van a quedar, pero hay otra dimensión que trascenderá, por ejemplo cuando dice san Juan de la Cruz que al final de la vida se nos examinará del amor, en el fondo ese amor ha tenido lugar a través de la expresión de cómo hemos utilizado los bienes. Cuando la naturaleza ha sido creada y trabajada por amor y al servicio de los hombres, al final de la vida se nos examinará del amor con el que hemos transformado y trabajado la naturaleza, y eso no se quedará aquí, eso traspasará la vida eterna.

Punto 1.050 "Todos estos frutos buenos de nuestra naturaleza y de nuestra diligencia, tras haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y según su mandato, los encontraremos después de nuevo, limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal" (GS 39; cf. LG 2). Dios será entonces "todo en todos" (1 Co 15, 22), en la vida eterna:
«La vida subsistente y verdadera es el Padre que, por el Hijo y en el Espíritu Santo, derrama sobre todos sin excepción los dones celestiales. Gracias a su misericordia, nosotros también, hombres, hemos recibido la promesa indefectible de la vida eterna» (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses illuminandorum 18, 29).

. Creemos en la dignidad de la materia, nosotros no participamos de la concepción más bien oriental en la que el espíritu tiene que desprenderse de la materia sino que también lo material está llamado a la salvación. El hombre no es un espíritu puro sino que está encarnado, la salvación de Dios lo abarca todo, también lo material, ese trabajo tuyo también está llamado a ser transfigurado por Cristo. A Dios no se le escapa nada, Dios no se desdice de nada de lo que ha creado. La salvación de Dios lo abarca todo, el  cielo y la tierra transfigurados sobre los que ser reúne la humanidad salvada cantan al Padre en el Espíritu Santo un himno de alabanzas y de acción de gracias.

viernes, 24 de marzo de 2017

Catecismo 1042-1046. La esperanza de los cielos nuevos y de la tierra nueva I

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Punto 1.042 Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado:
La Iglesia [...] «sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo [...] cuando llegue el tiempo de la restauración universal y cuando, con la humanidad, también el universo entero, que está íntimamente unido al hombre y que alcanza su meta a través del hombre, quede perfectamente renovado en Cristo» (LG 48).

. El Señor en el evangelio presenta el reino de Dios como un misterio cuando les dice a sus apóstoles “el reino de Dios se parece a un grano de mostaza…”, cuando lo siembras es el más pequeño de los granos, pero luego crece de una manera increíble y bajo sus ramas se cobijan tantos pájaros. Hay una insistencia por parte de Jesús en ese misterio del reino de Dios que está creciendo continuamente, de una manera invisible pero ya se está realizando aquí. El reino crece mezclado entre trigo y cizaña, crece a pesar de nuestros pecados. Si la llegada de Cristo es como el reino de Dios iniciado, el cielo es como el reino de Dios consumado. Así entendemos el cielo como una continuidad a lo que ya ha comenzado aquí en la gracia, el cielo no es una ruptura completa con lo que estamos viviendo aquí en Cristo en esta vida sino una continuidad del reino de Dios ya iniciado en esta vida.

. En qué consistirá el reino de Dios?, lo primero que nos indica es reinar con Cristo, la realeza de Cristo es compartida con el hombre; lo segundo que nos indica es la glorificación en cuerpo y alma, pues ambos están llamados a la salvación, y lo tercero es que el universo será renovado.

Punto 1.043 La sagrada Escritura llama "cielos nuevos y tierra nueva" a esta renovación misteriosa que trasformará la humanidad y el mundo (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de "hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra" (Ef 1, 10).

. 2ª Pedro 3,13 nos dice: “El Día del Señor llegará como un ladrón; en aquel día, los cielos, con ruido ensordecedor, se desharán; los elementos, abrasados, se disolverán, y la tierra y cuanto ella encierra se consumirá.... Pero esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia. Por lo tanto, queridos, en espera de estos acontecimientos, esforzaos por ser hallados en paz ante él, sin mancilla y sin tacha." Nosotros cuando leemos la Escritura tenemos que hacerlo con mucha humildad, hay misterios que nos superan, nos trascienden y hemos de quedarnos con los datos que se nos revelan. En los textos bíblicos se nos habla de la consumación de los tiempos como en un momento en el que este mundo llega a su fin, pero luego sin embargo se nos habla de unos cielos nuevos y una tierra nueva, es decir, parece que se nos dice que con este mundo va a pasar algo similar a lo que va a ocurrir con nuestro cuerpo que es caduco, nuestro cuerpo mortal está llamado a la corrupción, pero sin embargo el Señor nos promete una resurrección con un cuerpo glorioso. Algo así ocurrirá también con la naturaleza, con este mundo creado. En 1ª Corintios 15,44, san Pablo nos dice “sembramos un cuerpo material y cosechamos un cuerpo espiritual”, pues algo parecido ocurrirá con los cielos nuevos y con esta tierra nueva. Apocalipsis 21,1 “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva - porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya".

Punto 1.044 En este "universo nuevo" (Ap 21, 5), la Jerusalén celestial, Dios tendrá su morada entre los hombres. "Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado" (Ap 21, 4; cf. 21, 27).

. Aquí se nos habla de que esta tierra, este mundo viejo pasará y dará lugar a un mundo nuevo, Cristo con su redención hace un mundo nuevo, Cristo reconquista el terreno al pecado, Cristo al asumir el dolor de la naturaleza está sanando la naturaleza enferma, Cristo está redimiendo al universo entero.

Punto 1.045 Para el hombre esta consumación será la realización final de la unidad del género humano, querida por Dios desde la creación y de la que la Iglesia peregrina era "como el sacramento" (LG 1). Los que estén unidos a Cristo formarán la comunidad de los rescatados, la Ciudad Santa de Dios (Ap 21, 2), "la Esposa del Cordero" (Ap 21, 9). Ya no será herida por el pecado, las manchas (cf. Ap 21, 27), el amor propio, que destruyen o hieren la comunidad terrena de los hombres. La visión beatífica, en la que Dios se manifestará de modo inagotable a los elegidos, será la fuente inmensa de felicidad, de paz y de comunión mutua.

. Aquí se nos remarca que el cielo será un lugar en el que estaremos como hermanos, estaremos como una familia unida.    

Punto 1.046 En cuanto al cosmos, la Revelación afirma la profunda comunidad de destino del mundo material y del hombre:
«Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios [...] en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción [...] Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior [...] anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8, 19-23).


. La creación gime esperando una liberación, espera la consumación de los cielos nuevos y la tierra nueva. La naturaleza se unirá al hombre glorificado en cuerpo y alma para glorificar a Dios.

miércoles, 22 de marzo de 2017

Catecismo 1038-1041. El Juicio final

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Punto 1.038 La resurrección de todos los muertos, "de los justos y de los pecadores" (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será "la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz [...] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá "en su gloria acompañado de todos sus ángeles [...] Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda [...] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna." (Mt 25, 31. 32. 46).

. Este punto del Catecismo recoge casi literalmente varios textos de la Sagrada Escritura. Hay tres acontecimientos escatológicos que se unen: la resurrección de los muertos, la venida en gloria de Jesucristo (la parusía) y el juicio final, son tres acontecimientos que la Sagrada Escritura nos narra de forma seguida. En primer lugar tendrá lugar la resurrección de los muertos que precederá inmediatamente a la venida en gloria de Cristo y que entonces Cristo vendrá a juzgar a vivos y muertos. Con respecto a la resurrección de los muertos, con ella concluye el tiempo de espera, es como ponernos en pie ante la llegada de Cristo que viene como juez de cielos y tierra, es como cuando dicen “pónganse en pie en la sala que va a entrar el juez”.

. Qué añade el juicio final al juicio particular?,en el punto 1.022 vimos que el juicio particular tiene lugar inmediatamente después de la muerte y cada hombre después de morir recibe en su alma inmortal una retribución eterna en un juicio particular. El juicio final no cambia el veredicto del juicio particular. El juicio final añade en primer lugar que hay una retribución no solamente al alma, sino una retribución al hombre entero: cuerpo y alma. En el juicio particular cuando el alma se separa del cuerpo, es el alma la que recibe en primer lugar la retribución, bien sea en el cielo, infierno o purgatorio. En el juicio final, el cuerpo resucitado se une a su alma. En segundo lugar, el juicio final supone la conclusión del purgatorio, supone el final de ese estado de purificación para todas las almas. En tercer lugar, añade que ahora se vive también la plenitud de la comunión de los santos, es decir, la familia del cielo está completada, ya no falta nadie por llegar. Al gozo de la visión de Dios se añade el gozo de ver que la familia entera está completa en el cielo, están todos los que han respondido a la llamada de gracia de Jesucristo. Por último, el juicio final añade una dimensión pública, añade un aspecto público en el que toda la iglesia está presente en ese momento en el que Cristo viene como juez de vivos y muertos.

Punto 1.039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:
«Todo el mal que hacen los malos se registra y ellos no lo saben. El día en que "Dios no se callará" (Sal 50, 3) [...] Se volverá hacia los malos: "Yo había colocado sobre la tierra —dirá Él—, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre, pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí"» (San Agustín, Sermo 18, 4, 4).

. Cómo conjugamos la autoexclusión y el juicio?, por un lado entendemos que el infierno es más la autoexclusión propia del hombre que el hecho de que sea Dios quien nos condena, y por otro lado hay textos de la Sagrada Escritura que parecen decir lo contrario, que Dios viene como juez que juzga y dicta sentencia y en su caso condena. En Juan 12,46 dice: “Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas. Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no le juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien le juzgue: la Palabra que yo he hablado, ésa le juzgará el último día.” Aquí Jesús nos viene a decir que él no juzga a quien no oye sus palabras sino que es uno mismo el que se juzga a sí mismo porque son tus propias obras las que se constituyen en tu juez, tus obras son testigos de tu bondad o de tu maldad. La voluntad de Cristo es salvarte, no es juzgarte. Cristo como juez en su juicio final viene a sentenciar respetando nuestra libertad, es decir, el juicio de Dios coincide al milímetro con la opción libre que el hombre ha hecho de recoger la gracia o de rechazarla. En el juicio final, Cristo no hace más que corroborar lo que nuestra libertad ha elegido. Si uno se ha autoexcluido, el juicio de Dios es de condenación y si uno se ha abierto a la gracia, el juicio de Dios es de salvación.

. Frente a Cristo que es la verdad, la verdad será puesta al desnudo, esto nos recuerda el texto de Lucas 12,2-5, que dice “"Nada hay encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado desde los terrados", este texto habla de que el juicio consiste en que ante Cristo, que es la verdad, toda la verdad del hombre es puesta al descubierto. Nuestra capacidad de juzgar a las personas es limitadísima, por eso Jesús nos dice en el evangelio “no juzguéis y no seréis juzgados” porque no tenemos ni idea, porque las verdaderas obras del hombre permanecen ocultas ante nuestros ojos. Tenemos que pedir que Dios sea mi público, que no busque el ser visto por los demás, que lo que me importe es lo que Dios piense de mí y no lo que los demás piensen de mí.

. San Agustín nos recuerda que las personas necesitadas, pobres, enfermas, personas que Dios a puesto en nuestro camino que son personas a las que cuidar y entregarse, son como comisionados que formaban parte de la providencia de Dios para recoger nuestras buenas obras y llevarlas delante de Dios. Esas personas nos dan la ocasión de presentar nuestras buenas obras delante de Dios. Lázaro era un enviado de Dios que el rico Epulón no supo ver.


Punto 1.040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).

. Aquí se dice algo muy importante que es que en el juicio final hay también como un triunfo definitivo de la justicia sobre el mal. Muchas veces decimos que en este mundo parece que triunfa el mal, y nos preguntamos porqué Dios lo permite. Nosotros tenemos que decir que Dios calla pero no calla para siempre y reserva su última palabra para el juicio final donde se restablecerá definitivamente la justicia. También hay que decir que calla en parte porque está hablando por medio de su iglesia. En el juicio final supone restablecer plenamente la justicia, entonces conoceremos el sentido de muchas cosas que en esta vida no hemos entendido su sentido, entenderemos el sentido salvífico de muchas situaciones donde aparentemente reinaba el mal. Tenemos que proclamar que el mal tiene sus días contados, no tenemos que escandalizarnos porque en este mundo aparentemente y momentáneamente parezca que triunfa el mal.

Punto 1.041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía "el tiempo favorable, el tiempo de salvación" (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la "bienaventurada esperanza" (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que "vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído" (2 Ts 1, 10).


. La existencia del juicio final es una llamada a que vivamos este tiempo como tiempo favorable, como tiempo de salvación para que todos nos preparemos para comparecer ante Dios. Hoy tenemos dos concepciones del hombre, una en la que se dice que el hombre tiene una conciencia autónoma en la que no tiene que responder ante nadie de sus obras, nadie tiene que decirle lo que es bueno o malo sino que es uno mismo el que lo decide y uno responde por sí mismo ante su propia conciencia constituyéndose el mismo en su propio juez sin tener que responder ante ninguna instancia superior. Sin embargo hay otra concepción que no es tan soberbia sino que es mucho más humilde, que es entender que nuestra conciencia no es autónoma sino que es un reflejo de la autoridad de Dios ante la cual yo debo responder. El hombre responde ante Dios, no responde únicamente ante si mismo. En la conciencia percibimos la aprobación o la reprobación y hemos de descubrir detrás de ella a la autoridad de Dios ante la cual el hombre debe de responder, el hombre no es autónomo sino que responde ante la grandeza de Dios.  

sábado, 18 de marzo de 2017

Catecismo 1033-1037. El infierno

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Punto 1.033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra Él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: "Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él" (1 Jn3, 14-15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si no omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

. “Salvo que elijamos amar libremente a Dios no podemos estar unidos a él”: el cielo es aceptar la amistad de Dios y el infierno es rechazar la amistad de Dios. Una amistad no se puede imponer, uno no le puede imponer a otro su amistad. Una amistad se acepta libremente, no se puede imponer. Dios no me puede imponer su amistad, Dios me propone su amistad y soy yo quien me abro o me cierro a ella. La amistad es cosa de dos. El cielo que es la amistad con Dios, supone que no basta con que él me ame sino que yo también le tengo que amar, es decir, yo tengo que corresponder esa amistad, uno no puede ir al cielo sin aceptar voluntaria y libremente la amistad de Dios porque sino es una contradicción. Si uno no se quiere salvar, ni siquiera Dios te puede salvar porque Dios ha decidido hacernos libres y respetar nuestra voluntad. El infierno es el estado de autoexclusión de la comunión con Dios. La condena de Dios es respetar la autoexclusión, la condena no es una venganza de Dios sino respetar nuestra libertad. El juicio de Dios coincide al milímetro con el respeto a nuestra libertad, con el respeto a esa autoexclusión que tiene el hombre de la gracia de Dios.

. No podemos amar a Dios si estamos pecando gravemente contra él, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos. Estar abierto a la amistad de Dios se traduce en nuestras obras, quien ama no peca, quien ama no se hace esclavo de las obras del pecado.

Punto 1.034 Jesús habla con frecuencia de la "gehenna" y del "fuego que nunca se apaga" (cf. Mt 5,22.29; 13,42.50; Mc 9,43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse , y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf. Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que "enviará a sus ángeles [...] que recogerán a todos los autores de iniquidad (maldad), y los arrojarán al horno ardiendo" (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:" ¡Alejaos de mí malditos al fuego eterno!" (Mt 25, 41).

. Jesús utiliza distintas imágenes sobre las penas del infierno, en estos puntos se nos muestras varios pasajes bíblicos, pues Jesús habla claramente del infierno por lo menos en 14 ocasiones, por ejemplo Mateo 5,22 “Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego”. O también en Mateo 13,42 “El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. O Marcos 9,43 “Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga”, etcétera, etcétera, es decir, la predicación de Jesús es clarísima.

. Gehena - etimología: este lugar en la antigüedad era el basurero de Jerusalén, y por ello una fuente de malos olores (la cañada o barranco de Hinón), a eso se suma que quemaban azufre para disimular los olores, así que el lugar se transformaba en un verdadero infierno en la Tierra.

Punto 1.035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; Credo del Pueblo de Dios, 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

. La reflexión que hace la iglesia nos dice que la pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios, ese es el mayor sufrimiento, el rechazo de la visión de Dios, el rechazo de la verdad, el rechazo del bien. Es la desesperación de darse uno cuenta que su opción ha sido contraria a la felicidad, ha sido autoexcluirse de la felicidad. El alma condenada no tiene arrepentimiento sino que está endurecida en su opción de maldad porque en el momento de la muerte el alma de alguna manera se reafirma en esa opción, bien sea de amor a Dios o de rechazo de Dios.

. La teología tradicionalmente distinguió entre pena de daño que consiste en el sufrimiento por el rechazo de Dios, que es de alguna manera emperrarse en rechazar tú bien, y la pena de sentido son las penas que nos describen las imágenes como las llamas del fuego del infierno que se añaden a la pena de daño.              
Punto 1.036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran" (Mt 7, 13-14):
«Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Para que así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra mereceremos entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos manden ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde "habrá llanto y rechinar de dientes"» (LG 48).

. Las enseñanzas de la iglesia y las afirmaciones de la Sagrada Escritura sobre las penas del infierno son un llamamiento a nuestra responsabilidad, a tomarnos en serio nuestra vida. No hay libertad sin responsabilidad, en todas las opciones que tomamos libremente vamos tomando un camino u otro. Mateo 7,13-14 nos advierte de lo fácil que es dejarse llevar por un camino de condenación pues basta dejarse arrastrar por las apetencias, por la comodidad, por el ambiente,…. Jesús nos advierte de no dejarnos llevar.

. No es correcto decir que existe el infierno pero que estará vacío, eso es incorrecto porque pretender hablar de un infierno al que no va nadie es contrario a las escrituras. Estas hablan de un futuro real: “y entonces dirá a los de su izquierda ir al fuego eterno porque tuve hambre y no me disteis de comer”. Si decimos que el infierno es un estado pues lo que es imposible es que haya un estado en el que no esté nadie, un estado en el que no esté nade es como decir que no existe el estado del infierno. El infierno es un estado de rechazo de Dios del cual Jesús nos advierte porque Jesús quiere que vivamos en la verdad y el ejercicio de nuestra libertad tiene consecuencias eternas.

Punto 1.037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que "quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (2 P 3, 9):
«Acepta, Señor, en tu bondad, esta ofrenda de tus siervos y de toda tu familia santa, ordena en tu paz nuestros días, líbranos de la condenación eterna y cuéntanos entre tus elegidos (Plegaria eucarística I o Canon Romano, 88: Misal Romano)


. Dios no predestina a nadie al infierno, la iglesia rechazó como una herejía la afirmación de que unos estaban predestinados al cielo y otros al infierno. Cristo murió en la cruz por todos, por los que aceptaban su salvación y por los que la rechazaban. Para que el infierno llegue a ocurrir como un estado de autoexclusión es necesaria una aversión voluntaria y persistir en ella. El estado de rechazo de la gracia de Dios no es un descuido puntual sino una opción clara y persistente de rechazo de esa gracia.

miércoles, 15 de marzo de 2017

Catecismo 1030-1032. La purificación final o purgatorio

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Punto 1.030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

. La finalidad de este misterio de la purificación es obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo, porque en el cielo solamente se puede entrar siendo santo, el cielo es la santidad y sería una contradicción pensar que se puede estar en la santidad sin estar santificado. Una imagen catequética del purgatorio puede ser imaginar el purgatorio como el misterio que puede ocurrir detrás de este ejemplo: “imaginemos un espeleólogo que se adentra en las cuevas y durante varios días permanece alejado de la luz del sol y está acostumbrando su vista solamente a la luz de una linterna. Después de varios días en la cueva, si saliese a la luz del sol quedaría cegado y para poder salir a la luz del sol tienen que pasar varios días acostumbrándose poco a poco a la luz del sol hasta que finalmente sus ojos sean capaces de contemplar la luz del día sin quedar cegado”. Utilizando este ejemplo, hay que entender que Dios es la luz y que el pecado es la oscuridad. Así la santidad de Dios podría dañar nuestros ojos cuando no estamos capacitados para contemplarla y gozarla. La finalidad del estado de purificación que es el purgatorio, es santificarnos y purificarnos para poder gozar de la luz de Dios.

. Uno podría decir “qué es eso que hay que purificar después de esta vida, qué eso que no ha quedado purificado”. Ayuda mucho a entender esto la definición del pecado que dice san Agustín: “el pecado es apartarse de Dios por apegarse indebidamente a las creaturas”, tiene pues dos aspectos el pecado, uno que te aparta de Dios y otro que te entrega con un amor desordenado a las criaturas. Cuando pecamos no solemos hacerlo con la intención de apartarnos y de ofender a Dios, el hijo pródigo cuando marchó de la casa de su padre no lo hizo para ofenderle, más bien pensaba que se lo iba a pasar mejor yéndose y entregándose desordenadamente a los placeres. Cuando uno se arrepiente de sus pecados y se convierte, pide perdón a Dios, y Dios que es misericordioso, borra totalmente la culpa del pecado. Ante Dios ese pecado no ha existido, pero lo que sí que existe en nosotros es ese desorden de esa entrega indebida a las criaturas que habíamos tenido. El apego a las criaturas y la entrega desordenada del pasado es lo que en nosotros ha quedado desordenado y es lo que tiene que ser purificado, esto es lo que en la teología se llama la pena temporal del pecado. El hijo pródigo tenía necesidad de hacer penitencia para que ese desorden que se había producido dentro de él se reordenase, para que sus afectos se ordenasen, para que su corazón estuviese puesto solo en su padre. Eso es lo que necesita ser purificado en nuestra vida y por eso tenemos que hacer penitencia aunque nuestros pecados estén totalmente perdonados ante Dios pues han dejado en nosotros un desorden interior. La pena temporal del pecado o ese desorden que el pecado ha dejado en nosotros es lo que tiene que ser purificado bien mediante la penitencia en esta vida o bien mediante el purgatorio después de la muerte, y la finalidad de ello es obtener la santidad necesaria para entrar en el cielo.

Punto 1.031 La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).

. Eso que la iglesia llama purgatorio es una purificación final completamente distinta del castigo de los condenados, no tiene nada que ver el purgatorio con el infierno. A veces hemos representado el purgatorio como un infierno que tiene fin, el infierno es eterno y el purgatorio sería como un infierno pero en corto. Esto no es correcto. El purgatorio es un estado de esperanza y el infierno es un estado de desesperanza y por eso son completamente distintos. Del purgatorio no existe otra salida que la del cielo. La imagen del fuego purificador del purgatorio no tiene nada que ver con la del fuego que destruye del infierno aunque hayamos podido confundirlas. El fuego del purgatorio es como la imagen que nos ofrece san Juan de la Cruz del tronco húmedo que al arder empieza a echar espumarajos por la humedad. El fuego mientras haya humedad en el tronco, no lo puede convertir en brasa. Cuando el tronco se ha secado, el fuego convierte en brasa al tronco. Ese tronco húmedo que somos nosotros nos purifica de nuestros apegos y una vez que el tronco se ha convertido en brasa se convierte en una sola cosa con el fuego del Espíritu Santo.

. San Gregorio Magno dice por deducción que si en Mateo 12,31 se dice que “si uno a blasfemado contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este siglo ni en el futuro”, pues por deducción entiende que hay faltas que sí pueden ser purificadas en esta vida o en la siguiente.

Punto 1.032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
«Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).


. En 2ª Macabeos 12,46 tenemos “Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado”, cuando la iglesia católica ora por un difunto lo hace porque existe la posibilidad de que ese difunto necesite de nuestras oraciones. Si está en Dios no las necesita y si está en estado de condenación eterna es inútil, no le sirven de nada nuestras oraciones. Si se nos pide en la sagrada escritura que es bueno, es santo, es justo como dice el libro de los Macabeos, orar por los difuntos para su purificación, es que evidentemente uno deduce que tiene que existir un estado en el que existe esa posibilidad de purificación después de la muerte. El purgatorio es una deducción teológica que la iglesia extrae de la propia sagrada escritura y la afirma como una realidad de fe. La iglesia lleva desde los primeros tiempos ofreciéndose en favor de los difuntos. Otra cosa es que nosotros no sepamos quien necesita de purificación y quien no necesita de purificación, de hecho siempre se pide en la santa Misa por todos los difuntos.     

viernes, 3 de marzo de 2017

Catecismo 1026-1029. El cielo II

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Punto 1.026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.

. El cielo antes de la muerte y resurrección de Jesús permanecía “cerrado”, y Jesús inaugura el cielo. El poder entrar en la intimidad de Dios es tan grande que no es proporcional a nuestros merecimientos, el cielo es algo que sobrepasa todo mérito humano, es un regalo obtenido por la muerte y resurrección de Cristo, es muy superior a lo que Adán y Eva tenían en el paraíso. El cielo permanecía por lo tanto cerrado hasta la muerte y resurrección de Cristo. En el texto de Apocalipsis 5,1-10 se habla de cómo el libro estaba cerrado con siete sellos, como diciendo que es absolutamente inalcanzable a la capacidad humana inscribir nuestro nombre en ese libro de la vida, y Cristo, el cordero degollado con su muerte y resurrección abre el libro, solo él es digno de abrir el libro, solo él es capaz de abrir el cielo, Dios pues ha abierto su intimidad a nosotros:  “Vi también en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro, escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos. Y vi a un Angel poderoso que proclamaba con fuerte voz: «¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos?. Pero nadie era capaz, ni en el cielo ni en la tierra ni bajo tierra, de abrir el libro ni de leerlo. Y yo lloraba mucho porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Pero uno de los Ancianos me dice: «No llores; mira, ha triunfado el León de la tribu de Judá, el Retoño de David; él podrá abrir el libro y sus siete sellos.» Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono.Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra”.
Punto 1.027 Este misterio de comunión bienaventurada con Dios y con todos los que están en Cristo, sobrepasa toda comprensión y toda representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso: "Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).

. El cielo que es la comunión bienaventurada con Dios, que es participar de la infinita felicidad de Dios, trasciende nuestro lenguaje, es decir, las palabras se nos quedan cortas para expresar esa felicidad del cielo. Por eso aquí el Catecismo nos indica como la Escritura utiliza imágenes que son pequeñas representaciones del cielo como por ejemplo: vida, Dios ha querido que el hombre viva para siempre, Dios ha sembrado en nosotros un instinto de vida para siempre y participar de la eternidad de Dios, no nos resignamos a vivir una vida que no sea en plenitud. Luz, el cielo es la luz, en esta vida caminamos a tientas, y en el cielo no habrá necesidad de luz de lámpara, ni de luz de sol porque en el cielo Dios nos alumbrará. Paz, el cielo como mansión de paz, nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Dios, en el cielo lo tenemos todo y nuestro corazón no desea nada más y queda en paz. Paraíso, Jesús le dice en la cruz al buen ladrón “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Cada uno de estos términos aporta un matiz a la descripción de lo que es el cielo y entre todos ellos se va componiendo un misterio que se nos escapa a nuestro lenguaje, que es inefable, que eso significa la palabra inefable, que no puede ser descrito con palabras.

Punto 1.028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica":
«¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios [...], gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada» (San Cipriano de Cartago, Epistula 58, 10).

. Por naturaleza Dios es espíritu, y nosotros tenemos que ser un espíritu purificado para poder ver a Dios, de lo contrario esa luz de Dios en lugar de ser nuestro gozo, sería una luz que nos haría daño, es como cuando tenemos los ojos  acostumbrados a la penumbra y al salir a la luz, esa luz en vez de ser un gozo, a uno le dañaría los ojos porque tiene la vista acostumbrada a la sombra y no es capaz de disfrutar la luz. La visión beatífica es la capacitación de Dios para poder contemplar eso que nos trasciende y que por naturaleza no somos capaces de contemplar, es la capacidad de ver, entender y amar a Dios.

Punto 1.029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él "ellos reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).

. En el Padre Nuestro se dice “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” pues el modelo para nosotros del cumplimiento de la voluntad es el que tiene lugar en el cielo, que se haga en la tierra como se hace en el cielo, en el cielo se cumple perfectamente la voluntad de Dios.