Punto 1.026 Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él.
. El cielo antes de la muerte y resurrección
de Jesús permanecía “cerrado”, y Jesús inaugura el cielo. El poder entrar en la
intimidad de Dios es tan grande que no es proporcional a nuestros
merecimientos, el cielo es algo que sobrepasa todo mérito humano, es un regalo
obtenido por la muerte y resurrección de Cristo, es muy superior a lo que Adán
y Eva tenían en el paraíso. El cielo permanecía por lo tanto cerrado hasta la
muerte y resurrección de Cristo. En el texto de Apocalipsis 5,1-10 se habla de
cómo el libro estaba cerrado con siete sellos, como diciendo que es
absolutamente inalcanzable a la capacidad humana inscribir nuestro nombre en
ese libro de la vida, y Cristo, el cordero degollado con su muerte y resurrección
abre el libro, solo él es digno de abrir el libro, solo él es capaz de abrir el
cielo, Dios pues ha abierto su intimidad a nosotros: “Vi
también en la mano derecha del que está sentado en el trono un libro,
escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete sellos. Y vi a un
Angel poderoso que proclamaba con fuerte voz: «¿Quién es digno de abrir el
libro y soltar sus sellos?. Pero nadie era capaz, ni en el cielo ni en la
tierra ni bajo tierra, de abrir el libro ni de leerlo. Y yo lloraba mucho
porque no se había encontrado a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Pero
uno de los Ancianos me dice: «No llores; mira, ha triunfado el León de la tribu
de Judá, el Retoño de David; él podrá abrir el libro y sus siete sellos.»
Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los
Ancianos, un Cordero, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos,
que son los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la tierra. Y se acercó y
tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono.Cuando lo
tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del
Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son
las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres digno
de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para
Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has
hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la
tierra”.
Punto 1.027 Este misterio de comunión bienaventurada con Dios
y con todos los que están en Cristo, sobrepasa toda comprensión y toda
representación. La Escritura nos habla de ella en imágenes: vida, luz, paz,
banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso:
"Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo
que Dios preparó para los que le aman" (1 Co 2, 9).. El cielo que es la comunión bienaventurada con Dios, que es participar de la infinita felicidad de Dios, trasciende nuestro lenguaje, es decir, las palabras se nos quedan cortas para expresar esa felicidad del cielo. Por eso aquí el Catecismo nos indica como la Escritura utiliza imágenes que son pequeñas representaciones del cielo como por ejemplo: vida, Dios ha querido que el hombre viva para siempre, Dios ha sembrado en nosotros un instinto de vida para siempre y participar de la eternidad de Dios, no nos resignamos a vivir una vida que no sea en plenitud. Luz, el cielo es la luz, en esta vida caminamos a tientas, y en el cielo no habrá necesidad de luz de lámpara, ni de luz de sol porque en el cielo Dios nos alumbrará. Paz, el cielo como mansión de paz, nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en Dios, en el cielo lo tenemos todo y nuestro corazón no desea nada más y queda en paz. Paraíso, Jesús le dice en la cruz al buen ladrón “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Cada uno de estos términos aporta un matiz a la descripción de lo que es el cielo y entre todos ellos se va componiendo un misterio que se nos escapa a nuestro lenguaje, que es inefable, que eso significa la palabra inefable, que no puede ser descrito con palabras.
Punto 1.028 A causa de su transcendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia "la visión beatífica":
«¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios [...], gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad alcanzada» (San Cipriano de Cartago, Epistula 58, 10).
. Por naturaleza Dios es espíritu, y nosotros tenemos que ser un espíritu purificado para poder ver a Dios, de lo contrario esa luz de Dios en lugar de ser nuestro gozo, sería una luz que nos haría daño, es como cuando tenemos los ojos acostumbrados a la penumbra y al salir a la luz, esa luz en vez de ser un gozo, a uno le dañaría los ojos porque tiene la vista acostumbrada a la sombra y no es capaz de disfrutar la luz. La visión beatífica es la capacitación de Dios para poder contemplar eso que nos trasciende y que por naturaleza no somos capaces de contemplar, es la capacidad de ver, entender y amar a Dios.
Punto 1.029 En la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la voluntad de Dios con relación a los demás hombres y a la creación entera. Ya reinan con Cristo; con Él "ellos reinarán por los siglos de los siglos" (Ap 22, 5; cf. Mt 25, 21.23).
. En el Padre Nuestro se dice “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” pues el modelo para nosotros del cumplimiento de la voluntad es el que tiene lugar en el cielo, que se haga en la tierra como se hace en el cielo, en el cielo se cumple perfectamente la voluntad de Dios.
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