miércoles, 15 de marzo de 2017

Catecismo 1030-1032. La purificación final o purgatorio

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Punto 1.030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.

. La finalidad de este misterio de la purificación es obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo, porque en el cielo solamente se puede entrar siendo santo, el cielo es la santidad y sería una contradicción pensar que se puede estar en la santidad sin estar santificado. Una imagen catequética del purgatorio puede ser imaginar el purgatorio como el misterio que puede ocurrir detrás de este ejemplo: “imaginemos un espeleólogo que se adentra en las cuevas y durante varios días permanece alejado de la luz del sol y está acostumbrando su vista solamente a la luz de una linterna. Después de varios días en la cueva, si saliese a la luz del sol quedaría cegado y para poder salir a la luz del sol tienen que pasar varios días acostumbrándose poco a poco a la luz del sol hasta que finalmente sus ojos sean capaces de contemplar la luz del día sin quedar cegado”. Utilizando este ejemplo, hay que entender que Dios es la luz y que el pecado es la oscuridad. Así la santidad de Dios podría dañar nuestros ojos cuando no estamos capacitados para contemplarla y gozarla. La finalidad del estado de purificación que es el purgatorio, es santificarnos y purificarnos para poder gozar de la luz de Dios.

. Uno podría decir “qué es eso que hay que purificar después de esta vida, qué eso que no ha quedado purificado”. Ayuda mucho a entender esto la definición del pecado que dice san Agustín: “el pecado es apartarse de Dios por apegarse indebidamente a las creaturas”, tiene pues dos aspectos el pecado, uno que te aparta de Dios y otro que te entrega con un amor desordenado a las criaturas. Cuando pecamos no solemos hacerlo con la intención de apartarnos y de ofender a Dios, el hijo pródigo cuando marchó de la casa de su padre no lo hizo para ofenderle, más bien pensaba que se lo iba a pasar mejor yéndose y entregándose desordenadamente a los placeres. Cuando uno se arrepiente de sus pecados y se convierte, pide perdón a Dios, y Dios que es misericordioso, borra totalmente la culpa del pecado. Ante Dios ese pecado no ha existido, pero lo que sí que existe en nosotros es ese desorden de esa entrega indebida a las criaturas que habíamos tenido. El apego a las criaturas y la entrega desordenada del pasado es lo que en nosotros ha quedado desordenado y es lo que tiene que ser purificado, esto es lo que en la teología se llama la pena temporal del pecado. El hijo pródigo tenía necesidad de hacer penitencia para que ese desorden que se había producido dentro de él se reordenase, para que sus afectos se ordenasen, para que su corazón estuviese puesto solo en su padre. Eso es lo que necesita ser purificado en nuestra vida y por eso tenemos que hacer penitencia aunque nuestros pecados estén totalmente perdonados ante Dios pues han dejado en nosotros un desorden interior. La pena temporal del pecado o ese desorden que el pecado ha dejado en nosotros es lo que tiene que ser purificado bien mediante la penitencia en esta vida o bien mediante el purgatorio después de la muerte, y la finalidad de ello es obtener la santidad necesaria para entrar en el cielo.

Punto 1.031 La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cf. DS 1304) y de Trento (cf. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador:
«Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).

. Eso que la iglesia llama purgatorio es una purificación final completamente distinta del castigo de los condenados, no tiene nada que ver el purgatorio con el infierno. A veces hemos representado el purgatorio como un infierno que tiene fin, el infierno es eterno y el purgatorio sería como un infierno pero en corto. Esto no es correcto. El purgatorio es un estado de esperanza y el infierno es un estado de desesperanza y por eso son completamente distintos. Del purgatorio no existe otra salida que la del cielo. La imagen del fuego purificador del purgatorio no tiene nada que ver con la del fuego que destruye del infierno aunque hayamos podido confundirlas. El fuego del purgatorio es como la imagen que nos ofrece san Juan de la Cruz del tronco húmedo que al arder empieza a echar espumarajos por la humedad. El fuego mientras haya humedad en el tronco, no lo puede convertir en brasa. Cuando el tronco se ha secado, el fuego convierte en brasa al tronco. Ese tronco húmedo que somos nosotros nos purifica de nuestros apegos y una vez que el tronco se ha convertido en brasa se convierte en una sola cosa con el fuego del Espíritu Santo.

. San Gregorio Magno dice por deducción que si en Mateo 12,31 se dice que “si uno a blasfemado contra el Espíritu Santo no será perdonado ni en este siglo ni en el futuro”, pues por deducción entiende que hay faltas que sí pueden ser purificadas en esta vida o en la siguiente.

Punto 1.032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos:
«Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos» (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).


. En 2ª Macabeos 12,46 tenemos “Por eso mandó hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado”, cuando la iglesia católica ora por un difunto lo hace porque existe la posibilidad de que ese difunto necesite de nuestras oraciones. Si está en Dios no las necesita y si está en estado de condenación eterna es inútil, no le sirven de nada nuestras oraciones. Si se nos pide en la sagrada escritura que es bueno, es santo, es justo como dice el libro de los Macabeos, orar por los difuntos para su purificación, es que evidentemente uno deduce que tiene que existir un estado en el que existe esa posibilidad de purificación después de la muerte. El purgatorio es una deducción teológica que la iglesia extrae de la propia sagrada escritura y la afirma como una realidad de fe. La iglesia lleva desde los primeros tiempos ofreciéndose en favor de los difuntos. Otra cosa es que nosotros no sepamos quien necesita de purificación y quien no necesita de purificación, de hecho siempre se pide en la santa Misa por todos los difuntos.     

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