Punto 300 Dios es infinitamente más grande que todas sus obras (cf. Si 43,28): "Su majestad es más alta que los cielos" (Sal 8,2), "su grandeza no tiene medida" (Sal 145,3). Pero porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas: "En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). Según las palabras de san Agustín, Dios es superior summo meo et interior intimo meo ("Dios está por encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi intimidad") (Confessiones, 3,6,11).
. Cómo imaginamos a Dios? Como alguien que
está por encima de todo, más allá de todo o como alguien que está en lo más
íntimo, en lo más escondido de mi interior, bueno pues tenemos que afirmar
las dos cosas, la trascendencia de Dios y la inmanencia de Dios. La majestad de
Dios está por encima de todo lo creado y la infinitud de Dios está presente en
lo más íntimo de nosotros.
. Si Dios sólo
está por encima de lo más alto de mí, se me hace inalcanzable e implica una
especie de ruptura entre el hombre y Dios porque está demasiado lejos para mí,
y por otro lado si es sólo intimidad se sigue el riesgo de olvidar que Dios
trasciende todo y se convierte a Dios en un producto mío, de mi subjetivismo, como
si yo lo fabricara a mi imagen y semejanza.
. Fruto del
pecado y de lo que el pecado ha originado en nosotros, cuando se dice que Dios
es grande, el pecado hace que eso nos de miedo, Adán y Eva tuvieron miedo de
Dios y se escondieron de Dios. Antes del pecado al hombre no le daba miedo la grandeza
de Dios. Cuando pecan tienen miedo y se esconden de la grandeza de Dios. Al
mismo tiempo la inmanencia, la intimidad de Dios, por el pecado acabamos
manipulando a Dios al querer hacerlo a nuestra manera, un Dios a mi servicio.
El pecado ha distorsionado este equilibrio entre la grandeza y la intimidad de
Dios. La revelación de Dios en Jesucristo, por la encarnación del verbo, se
hace hombre y se hace cercano al hombre. Y en la resurrección se subraya la grandeza
de Jesucristo. Es decir, la inmanencia y la trascendencia recobran su pleno
sentido en la encarnación y en la resurrección.
. S Agustín: “Dios
está por encima de lo más alto que hay en mí y está en lo más hondo de mi
intimidad”: Dios está por encima de todo, esto nos tiene llevar a relativizar
muchas cosas, nos tiene que ayudar a no ahogarnos en un vaso de agua y al mismo
tiempo no pensar que nunca estamos solos, Dios camina junto a nosotros, no nos
deja de la mano, no pensar que nos lanzó a la existencia y se olvidó de
nosotros hasta el día del juicio final, Dios es mi amigo y me ofrece su
intimidad.
Punto 301 Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:
«Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo, Señor que amas la vida» (Sb 11, 24-26).
. El acto creador de Dios no se limita al momento puntual de la creación, Dios no abandona a la criatura. Lo que sigue a la creación es una permanencia. Dios nos da el ser y existir, y sostiene nuestro obrar respetando nuestra acción libre, siendo nosotros responsables de nuestra libertad. Las obras que hacemos son cien por cien nuestras porque Dios nos ha hecho autónomos y tenemos una libertad y responsabilidad en todos nuestros actos. Sin embargo es cierto que también son cien por cien obras de Dios en todo lo bueno que hemos hecho, lo que propiamente es nuestro es el pecado. Toda obra buena está sostenida por la gracia de Dios.
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