martes, 28 de febrero de 2017

Catecismo 1023-1025. El cielo I

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Punto 1.023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
«Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos [...] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron [...]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte [...] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura» (Benedicto XII: Const. Benedictus Deus: DS 1000; cf. LG 49).

. La afirmación fundamental que se nos ofrece aquí sobre el misterio del cielo es que aquellos que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, y están suficientemente purificados estarán con Cristo en el cielo. El cielo comienza en esta vida con lo que es vivir en Cristo, siendo inhabitados por Cristo ya aquí. En 1ª Juan 3,2 leemos: “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”, y en 1ª Corintios 13,12 “Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, donde nos recuerda que tenemos un conocimiento parcial de Dios, pero que cuando venga el cara a cara desaparecerá lo parcial y llegará la totalidad. En el cielo, muchas cosas que ahora nos agobian, las vamos a ver con la misma distancia con la que ahora como adultos vemos las cosas que nos agobiaban cuando eramos niños. Algún día, estando en Dios y cuando El sea nuestro único tesoro nos acordaremos de lo que ahora nos agobia y nos reiremos porque ahora somos como niños. En el cielo nos conoceremos en profundidad, entenderé mi vida, me entenderé a mí mismo.

Punto 1.024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo". El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.

. El cielo es la realización suprema de las aspiraciones del hombre, el hombre tiene un deseo de felicidad, un deseo de plenitud que no va a ser alcanzado en esta vida, alcanzará metas parciales insuficientes. Hay una insatisfacción en la consecución de todas las metas parciales que tenemos en esta vida, sin embargo, el cielo es la realización plena. En esta vida no descansamos, estamos siempre inquietos buscando otras metas, y cuando alcanzamos una meta, pues estamos pensando en otra, y no se trata de una forma ansiosa de ser, sino que tenemos esa continua insatisfacción incluso en estados equilibrados. El cielo será aquél lugar en el que el hombre se verá plenamente colmado y satisfecho con la finalidad de su vida, con la meta de su vida.

. El cielo por tanto no es tanto un lugar sino una forma de estar con Dios. Hay una famosa anécdota de cuando el primer astronauta ruso dio la primera vuelta a la tierra en el espacio, a su regreso a la tierra, afirmó públicamente que no había visto a Dios en el cielo, y un sacerdote ruso hizo el siguiente comentario: “si no lo ha encontrado en la tierra, es imposible que pueda encontrarlo en el cielo”, el astronauta que había sido educado en el ateísmo se imaginaba o pretendía ridiculizar a los creyentes hablando del cielo fuera un lugar con puerta y portero, lo cual es una visión absurda. El sacerdote le dio una respuesta profunda, pues si no encontramos a Dios en nuestro corazón será muy difícil encontrarlo en otro sitio. El cielo no es un lugar sino una comunión, es un estar con, en el amor da igual el lugar, lo que importa es estar en comunión de amor.

Punto 1.025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):
«Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino» (San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam 10,121).

. Se ofrecen tres textos, el de Juan 14,3 “Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros“, donde se nos recuerda que Cristo es tanto el camino para ir al cielo como el mismo cielo, el camino que hay que recorrer y la meta, por eso decimos que uno puede comenzar el cielo ya en la tierra, porque mientras va de camino con Jesús, ya está en el cielo aunque sea en medio de este exilio. En Filipenses 1,23 “Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor”, san Pablo estima que todo lo que no sea estar con Cristo lo estima basura, y en 1ª Tesalonicenses 4,17 “Y así estaremos siempre con el Señor”, cuando seamos llamados a la vida eterna hemos de tener el consuelo de que vamos a estar con Cristo. En Apocalipsis 2,17 se nos dice “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré maná escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe“, aquí es curioso que al hablar de la vida eterna recibiremos un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe. Esto nos indica que solamente en Cristo se revela la verdadera identidad del hombre, solo en Cristo se conoce uno a sí mismo, en Cristo encuentra el hombre su plenitud, en Cristo se desvela el misterio del hombre.


. Cómo podemos preparar el encuentro con Cristo?. La esperanza nos hace puros, 1ª Juan 3,3 “Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro“, es decir, el deseo de Dios purifica al hombre, cuando uno desea el cielo, desea estar con Dios, ese deseo le está purificando porque le está desapegando de los bienes materiales, le está desapegando de sus planes, desapegando de sus ritmos, desapegando de que las cosas tienen que ser como uno tiene previsto y planeado. Ante el deseo de estar con Cristo, todos esos apegos se relativizan y nos purificamos de ellos. De alguna manera, cogemos distancia frente a tantas cosas que nos agobian en esta vida, eso que nos agobia en esta vida queda muy relativizado desde el deseo del cielo. La esperanza del cielo nos purifica. Ese deseo nos preparará para el cielo. Allí donde pongamos nuestra esperanza quedarán ordenadas nuestras cosas. 

sábado, 25 de febrero de 2017

Catecismo 1020-1022. Creo en la vida eterna. El juicio particular

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Punto 1.020 El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la entrada en la vida eterna. Cuando la Iglesia dice por última vez las palabras de perdón de la absolución de Cristo sobre el cristiano moribundo, lo sella por última vez con una unción fortificante y le da a Cristo en el viático como alimento para el viaje. Le habla entonces con una dulce seguridad:
«Alma cristiana, al salir de este mundo, marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo, que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san José y todos los ángeles y santos [...] Te entrego a Dios, y, como criatura suya, te pongo en sus manos, pues es tu Hacedor, que te formó del polvo de la tierra. Y al dejar esta vida, salgan a tu encuentro la Virgen María y todos los ángeles y santos [...] Que puedas contemplar cara a cara a tu Redentor» (Rito de la Unción de Enfermos y de su cuidado pastoral, Orden de recomendación de moribundos, 146-147).

. En este punto, el Catecismo recuerda que el cristiano está uniendo su muerte a la de Cristo para que también la resurrección de Cristo se una a la suya. La iglesia en el momento de la muerte quiere acompañar a sus hijos y quiere acompañarles para reconfortarles, el acompañamiento que les da es múltiple, por una parte la absolución tras la confesión de los pecados, la unción de los enfermos, uniendo la pasión personal con la pasión de Cristo, el viático o alimento para el viaje que es la eucaristía que se administra a las personas moribundas pues lo único que nos llevamos de esta vida es la gracia de Cristo especialmente en la eucaristía, el viático, todo lo demás aquí se queda como los tesoros de los faraones que se quedaron aquí, que así nos dijo Jesús “no acumuléis tesoros…”.

. Lo último que hace la iglesia es la oración de encomendación del alma a Dios, encomendar su alma a Dios, que es una de las oraciones más hermosas, la iglesia en esta oración está como haciendo un parto, la iglesia da a luz a sus hijos para Dios.

Punto 1.021  La muerte pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10). El Nuevo Testamento habla del juicio principalmente en la perspectiva del encuentro final con Cristo en su segunda venida; pero también asegura reiteradamente la existencia de la retribución inmediata después de la muerte de cada uno como consecuencia de sus obras y de su fe. La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento (cf. 2 Co 5,8; Flp 1, 23; Hb 9, 27; 12, 23) hablan de un último destino del alma (cf. Mt 16, 26) que puede ser diferente para unos y para otros.

. Distinguimos entre juicio particular y juicio universal, el primero tiene lugar inmediatamente después de la muerte y el segundo es el que tendrá lugar al final de los tiempos cuando Cristo venga como juez de vivos y muertos en su parusía coincidiendo con nuestra resurrección.

. En el momento de la muerte termina el tiempo de conversión, termina el tiempo en el que el hombre tenía la capacidad de optar libremente de aceptar o rechazar la gracia, tras la muerte, el hombre una vez que pasa a la presencia de Dios, queda fijada su opción. Tras la muerte puede tener lugar el momento de purificación pero no tanto de conversión porque la conversión supone un ejercicio de libertad que es previo a la muerte. La mayoría de los textos que hablan del juicio, hablan del juicio universal que vendrá al final de los tiempos, por ejemplo en Mateo 25,31 “Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos.Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda…”, es decir generalmente en la Sagrada Escritura cuando se habla del juicio se habla en esa perspectiva del juicio universal o final. Pero eso no quita que también haya diversos textos que hablan del juicio particular como por ejemplo, la parábola del pobre Lázaro en Lucas 16,22 “Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno…”, es decir, vemos que se habla que inmediatamente después de la muerte, Lázaro va al seno de Abraham imagen del cielo y el rico Epulón va al infierno, al Hades, al lugar de los tormentos, es decir, habla de una retribución inmediata después de la muerte. Lo mismo cabe decir de la frase que le dijo Jesús al buen ladrón en la cruz cuando el buen ladrón le dice “acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”, el le dice “hoy estarás conmigo en el paraíso”, y le dice “hoy”, no le dice “al final de los tiempos”, le dice “hoy”. La muerte supone un partir y estar ya con Cristo, hay una retribución inmediata sin esperar al juicio universal.
Punto 1.022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Concilio de Lyon II: DS 856; Concilio de Florencia: DS 1304; Concilio de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo (cf. Concilio de Lyon II: DS 857; Juan XXII: DS 991; Benedicto XII: DS 1000-1001; Concilio de Florencia: DS 1305), bien para condenarse inmediatamente para siempre (cf. Concilio de Lyon II: DS 858; Benedicto XII: DS 1002; Concilio de Florencia: DS 1306).
«A la tarde te examinarán en el amor» (San Juan de la Cruz, Avisos y sentencias, 57).

. El alma al comparecer ante la presencia de Dios, la mera presencia de Dios ya nos dice a cada uno cual es nuestro lugar, ante la luz de Dios cada uno de nosotros sabe inmediatamente cual es nuestro lugar, todo queda claro. En la presencia de Dios sabemos si uno necesita purificación, si uno ya está preparado o si el estado de uno es de absoluto rechazo de su luz.


. Satanás ha infiltrado muchos errores tanto dentro como fuera de la iglesia, sin embargo, la iglesia no puede cambiar su fe, la iglesia trasmite lo que ha recibido, no es dueña de lo que ha recibido y tiene que ser fiel para trasmitirlo, la iglesia no cambia la fe como si esta fuera algo que tuviera que cambiar con las modas o con lo que está bien visto o mal visto. Eso sería confundir la fe con las ideologías las cuales están recibiendo continua influencia del momento que se vive, sin embargo la fe es un deposito puesto en manos de la iglesia, y la iglesia estaría traicionando ese depósito si lo estuviera mercadeando o cambiando para por ejemplo tener una imagen más moderna o más atrayente. Dice la primera carta de Timoteo 6,20 “Timoteo, guarda el depósito. Evita las palabrerías profanas, y también las objeciones de la falsa ciencia”, ya preveía Pablo los errores y palabrerías que surgirían con el paso del tiempo.

jueves, 23 de febrero de 2017

Catecismo 1012-1014. Morir en Cristo Jesús. El sentido de la muerte cristiana II

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Punto 1.012 La visión cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia:
«La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. (Misal  Romano,  Prefacio de difuntos).

. 1ª Tesalonicenses 4,13-14 “Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús”, es decir, el testimonio de Cristo de lo que aconteció con su muerte y resurrección es un motivo para la esperanza. La muerte es muy triste para quien no tiene esperanza, uno puede hacerse el planteamiento en esta de vida de “para qué ilusionarse en esta vida si luego todo va a terminar en la nada?”. Cuando uno vive la muerte sin esperanza, para qué tanta lucha?. La muerte sin esperanza lleva a plantearse si verdaderamente merece la pena luchar e ilusionarse, muchas personas que se han hecho estos planteamientos han acabado en suicidio, es que la cosa es muy seria. La muerte es tristísima y el hecho de que si uno no tiene fe no es que únicamente no tenga sentido su muerte sino que es que tampoco tiene sentido su vida. Habría que decir que estamos mal hechos, el que no tenga fe tendría que sacar una conclusión más o menos diciendo que la evolución se ha equivocado con el hombre porque al hombre le ha dado un deseo de vivir para luego tener que acabar en la frustración. Uno diría que la evolución se ha equivocado porque es como si hubiera construido un coche capaz de correr a gran velocidad para luego acabar estrellándose contra un muro. La muerte es muy triste para aquellos que no tengan esperanza, para aquellos que no tengan fe. Lo que vemos en Cristo es lo que acontecerá en nosotros, en Cristo vemos que su sufrimiento no es inútil, vemos que estamos llamados a tener esa separación de alma y cuerpo hasta que tenga lugar la parusía de Cristo. Mientras tanto confiamos en que nuestra alma esté en Dios o al menos purificándose.
. Nosotros los cristianos tenemos motivos para la esperanza, no podemos entristecernos como los demás que no tienen esperanza, no podemos vivir el acontecimiento de la muerte como si eso no hubiera acontecido en Jesucristo. No puede ser que después de que Cristo nos haya mostrado el camino después de su muerte y resurrección pues nuestra esperanza sea la misma que la de alguien que no cree en Cristo, porque el acontecimiento de Cristo es definitivo para valorar la vida e interpretarla desde otra valoración de los hechos. La vida de los cristianos no termina, se transforma, cuando termina nuestra morada terrenal, cuando comenzamos nuestras enfermedades, hemos de darnos cuenta que son un signo de gracia para deshacernos de nuestra morada terrenal para ir a vivir en un cuerpo glorificado. Estamos llamados para vivir eternamente en el cielo y con un cuerpo glorificado, ese es nuestro destino eterno. Lo que es importantísimo en esta vida es caer en cuenta de que la vida es fugaz, de que la vida es de paso, es que eso en teoría lo sabemos de sobra pero aun así, nos hacemos planteamientos de vida como si esto fuese eterno, y ahí nos equivocamos.
Punto 1.013 La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena" (LG48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueran una sola vez" (Hb 9, 27). No hay "reencarnación" después de la muerte.

. En esta vida vamos de camino y en la muerte se fija definitivamente la opción del hombre ante Dios. La vida es el tiempo en el que el hombre debe purificarse con el arrepentimiento y la conversión. No hay más que una vida, el hombre muere una sola vez.      

Punto 1.014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte ("De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor": Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros "en la hora de nuestra muerte" (Avemaría), y a confiarnos a san José, patrono de la buena muerte:
«Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?» (De imitatione Christi 1, 23, 1).
«Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa de su persecución;
¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!»

(San Francisco de Asís, Canticum Fratris Solis)

. La iglesia nos llama a prepararnos para la hora de la muerte, y esto en este mundo parece algo escandaloso, es escandaloso eso de pensar en la realidad de la muerte. La iglesia nos llama a vivir ese acontecimiento con paz, sin angustias. Tradicionalmente se ha considerado una buena muerte la que ha venido precedida de un tiempo de enfermedad que a uno le ha dado tiempo para prepararse a ello. Hoy en día sin embargo, hemos casi identificado buena muerte con morir sin enterarse. La enfermedad es un tiempo de gracia en el que Dios nos permite prepararnos para la muerte, luego no entendamos una mala muerte a una enfermedad prolongada porque nos da la ocasión de prepararnos, de purificarnos. Sin embargo hoy en día en nuestra mentalidad secularizada, soñamos en una muerte en la que no tengamos tiempo de pensar en ella y eso es vivir de espaldas a la realidad en vez de vivir de cara a ella. Quien tiene la conciencia en paz no teme a la muerte. A veces en un proceso de una enfermedad grave, al último al que se le llama es al sacerdote.

miércoles, 22 de febrero de 2017

Catecismo 1010-1011. Morir en Cristo Jesús. El sentido de la muerte cristiana I

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Punto 1.010 Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. "Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia" (Flp 1, 21). "Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él" (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente "muerto con Cristo", para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este "morir con Cristo" y perfecciona así nuestra incorporación a El en su acto redentor:
«Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a Él, que ha muerto por nosotros; lo quiero a Él, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima [...] Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre» (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos 6, 1-2).

. Este punto hace una afirmación fundamental de partida que es que gracias a Cristo, la muerte tiene un sentido positivo. Pero no olvidemos que también reconoce que tiene un sentido negativo, Jesús lloró ante la muerte de su amigo Lázaro. El Catecismo no niega que la muerte tenga un sentido negativo, la muerte es un drama en cuanto que es una separación de cuerpo y alma, es una separación temporal de nuestros seres queridos, y es también un enfrentarse con ese instinto de supervivencia natural que tenemos todos. No es una imperfección el llorar la muerte, pues el mismo Jesús lo hizo, sin embargo hay que añadir que gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene también un sentido positivo.

. El sentido positivo de la muerte lo vemos en Filipenses 1,21 “pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger....Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros”, san Pablo ve una ganancia en la muerte pues tras ella viene el encuentro con Cristo. El motivo por el que dice el Catecismo que hay un sentido positivo en la muerte es porque estar con Cristo es lo mejor.
. San Ignacio de Antioquía nos habla como un corazón enamorado de Jesús, que le busca, le quiere, no solo tiene fe sino que está enamorado de Jesús. Se refiere a la muerte como un parto para la vida eterna, la vida es una gestación de esa vida eterna. Vivimos esa gestación como un niño y cuando llegue a la vida eterna, llegaremos a la plena madurez, el hombre no es verdaderamente maduro hasta que no esté en el cielo, estando aquí es inmaduro, como un niño gestando.
Punto 1.011 En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de san Pablo: "Deseo partir y estar con Cristo" (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo (cf. Lc 23, 46):
«Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir» (Santa Teresa de Jesús, Poesía, 7).
«Yo no muero, entro en la vida» (Santa Teresa del Niño Jesús, Lettre (9 junio 1987).

. En la muerte Dios nos llama a su presencia, la muerte es también una llamada que está en consonancia con todas las llamadas que estamos recibiendo a lo largo de nuestra vida, y la muerte es la llamada definitiva. Descubramos todas las llamadas de nuestra vida para que la última llamada no nos sea extraña. El cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de san Pablo, lo cual es un don de Dios.

. Jesús muere en la cruz diciendo “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu, y dicho esto entregó su aliento, entregó su espíritu”, este es nuestro modelo, para El, la muerte fue un acto de obediencia y de amor hacia Dios Padre. La muerte es un acto de obediencia a la voluntad del Padre, es un confío en ti, pongo mi vida en tus manos. Cada uno de nosotros tiene que hacer un acto de entrega de nuestra vida en la muerte, hacer el acto sumo de obediencia. Lo importante es que nuestra muerte sea una imitación de la muerte de Cristo como un acto de obediencia a Dios Padre: “Padre a tus manos encomiendo mi espíritu”.

domingo, 19 de febrero de 2017

Catecismo 1008-1009. Morir en Cristo Jesús. La muerte II

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Punto 1.008 La muerte es consecuencia del pecado. Intérprete auténtico de las afirmaciones de la Sagrada Escritura (cf. Gn 2, 17; 3, 3; 3, 19; Sb 1, 13; Rm 5, 12; 6, 23) y de la Tradición, el Magisterio de la Iglesia enseña que la muerte entró en el mundo a causa del pecado del hombre (cf. DS 1511). Aunque el hombre poseyera una naturaleza mortal, Dios lo destinaba a no morir. Por tanto, la muerte fue contraria a los designios de Dios Creador, y entró en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2, 23-24). "La muerte temporal de la cual el hombre se habría liberado si no hubiera pecado" (GS 18), es así "el último enemigo" del hombre que debe ser vencido (cf. 1 Co 15, 26).

. La afirmación central de este punto es que la muerte es consecuencia del pecado. La iglesia ha recibido de parte de Jesús la encomienda de ser la intérprete de la Sagrada Escritura y de la tradición. Jesús prometió a la iglesia que le daría el Espíritu Santo para llevar a su comprensión última todo lo que la palabra de Dios nos había revelado: “Yo os enviaré el Espíritu Santo y él os revelará todo lo que os he enseñado”. La muerte entró como consecuencia del pecado original. Dios había constituido al hombre en el paraíso en un estado de santidad y de justicia, tenían Adán y Eva unos dones especiales que les protegían del desgaste natural, unos dones preternaturales que protegían al hombre, que eran como una especie de cristal de protección del desgaste natural como la muerte, la corrupción, el sufrimiento… el paraíso terrenal no es tanto un lugar sino un estado de protección de Dios. Este es el plan primero de Dios, que el hombre fuera protegido de la muerte. Este plan primero se ve truncado por la desobediencia del hombre. Por esta desobediencia, no son castigados sino dejados en su desobediencia, dejados a merced de sus delitos y desprotegidos de esos dones preternaturales pasando a padecer el sufrimiento y el desgaste natural, la corruptibilidad y la muerte. Dios respeta las consecuencias de la libertad del hombre. El hombre se suelta de la mano de Dios y éste respeta su libertad y sus consecuencias. Dios respeta al hombre que se emperra en utilizar la libertad por su cuenta. Cuando Adán y Eva pecan en el paraíso, no es que Dios les castigue sino que han querido independizarse de la situación en la que estaban bajo la tutela de Dios con unos dones especiales preternaturales. Salir del paraíso no es salir de un territorio sino salir del amparo de Dios y querer caminar por cuenta propia. En el pecado de Adán y Eva esta su penitencia. Es algo parecido a lo que le pasó al hijo pródigo que utilizó su libertad para abandonar al padre y en su pecado tuvo su penitencia. Adán y Eva en su soberbia, en ese dejarse engañar por satanás cuando les dice “seréis como dioses”, se rebelan contra Dios y Dios respeta las consecuencias de esa rebelión, que es el padecer lo que por naturaleza les corresponde.

. Textos que se citan en este punto son Génesis 2,17 “Y Dios impuso al hombre este mandamiento: «De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”. (Por cierto, curiosamente en la tradición nuestra hablamos siempre del manzano y el caso es que si leemos la Sagrada Escritura el manzano no aparece por ningún lado, aquí de lo que se habla es del árbol del bien y del mal). El árbol de la ciencia del bien y del mal sugiere un pecado de pretender meternos en la mente de Dios, en querer ser como Dios, en la soberbia del hombre que pretende decidir por si mismo que es lo bueno y que es lo malo.El hombre entra en un dinamismo de soberbia en el que no permite que le digan que es lo bueno y que es lo malo y es él mismo el que lo decide. El hombre al incumplir este mandamiento de Yahveh, el hombre con su pecado de soberbia está rompiendo la tutela que le protegía, la tutela en la que Dios le preservaba de la muerte. El pasaje de Génesis 3,3 remarca aún más el comentario anterior. Sabiduría 1,13 nos dice “que no fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes”, Dios no se recrea en la destrucción de los vivientes, es un dolor para Dios, a Dios le duele la muerte porque es un Dios de vida, su plan es que el hombre viviese para siempre. De Dios no ha venido la muerte, ha venido de la soberbia del hombre que se ha querido auto excluir de esa protección  especial de Dios. En Sabiduría 2,23-24 tenemos “Porque Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen”.
. 1ª Corintios 15,26 “El último enemigo en ser destruido será la Muerte”, Cristo ha ido venciendo a nuestros enemigos uno tras otro con la espada de su gracia, y el último enemigo en postrarse bajo sus pies es la muerte.
Punto 1.009 La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (cf. Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (cf. Rm 5, 19-21).

. El gran misterio es que la muerte que entró en el mundo como consecuencia del pecado, es asumida por Cristo que no tuvo pecado, este es el acto de obediencia consciente y libre de Jesucristo, siendo de condición divina no hizo alarde y tomo nuestra condición de esclavos, quien no tuvo pecado asume las consecuencias del pecado para transformar la maldición de la muerte en bendición. Solamente el justo, el santo, aquél al que la muerte no le correspondía asume la muerte y cambia su designio. No olvidemos que esto tiene lugar con una lucha interna dramática en Jesucristo. Jesús dijo sí a la voluntad del Padre con una voluntad humana y divina. Marcos 14,33 “Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia Y les dice: Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad”, en Jesús hay una resistencia a morir porque como verdadero hombre tenía instinto de supervivencia, Jesús no era un suicida, Jesús se agarraba a ese instinto de supervivencia. Así nos pasa a nosotros cuando vamos recibiendo del médico pequeños anuncios de la proximidad de la muerte que nos crea una lucha interna en nosotros entre la aceptación y la rebelión, y en esa lucha interna nos tenemos que sentir acompañados de Jesucristo, por que todo lo que Jesús ha asumido ha sido redimido, si Jesús no hubiese asumido esa lucha entre la vida y la muerte, no estaría redimida y nos sentiríamos solos en ese momento, pero como Jesús ha asumido esa lucha entre la obediencia a Dios Padre y la resistencia a morir, la redimió. Esto no quiere decir que no nos vaya a costar a nosotros pero no vamos sentirnos solos en esa lucha, vamos a estar confortados con Cristo, transformados por él.

lunes, 13 de febrero de 2017

Catecismo 1005-1007. Morir en Cristo Jesús. La muerte I

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Punto 1.005 Para resucitar con Cristo, es necesario morir con Cristo, es necesario "dejar este cuerpo para ir a morar cerca del Señor" (2 Co 5,8). En esta "partida" (Flp 1,23) que es la muerte, el alma se separa del cuerpo. Se reunirá con su cuerpo el día de la resurrección de los muertos (cf. Credo del Pueblo de Dios, 28).

. Qué significado tiene morir con Cristo?. San Pablo en Filipenses 1,23 nos dice “pues para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger.... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros”, aquí san Pablo habla de dos facetas, por un lado desea partir y estar con Cristo pues quedarse en la carne mortal es algo torpe, es algo que nos impide un encuentro directo cara a cara con Dios y san Pablo suspira por ese encuentro. Por otro lado dice que si es más necesario para la gloria de Dios el serviros a vosotros entonces se quedará y acepta quedarse. En el fondo san Pablo lo deja en manos de Dios, pues quien de nosotros sabe si es más conveniente marchar con el Señor o si todavía el Señor nos quiere aquí.
. Es frecuente que una persona mayor cuestione al sacerdote el porqué el Señor no nos llama ya. Personas que se sienten una carga familiar, que están en estado de postración y sufren de ver como su familia cambia sus planes para cuidarlas etcétera, entonces estas personas reflexionan en voz alta: “no sé porque el Señor no me llama, no sé que hago aquí?”…. dejemos eso en manos de Dios, si uno sigue aquí es porque Dios quiere, es por algo, la permanencia en esta vida no es inútil, no tengamos miedo de dar trabajo pues quizás llegue un momento que estando en Dios, todos estos apuros son ocasiones de gracia y purificación para todos los que le están cuidando, es una ocasión para que dejen de pensar en sí mismos. Decir dónde somos más necesarios, si aquí o allí, es algo que hay que dejar en manos de Dios.
Punto 1.006 "Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre" (GS 18). En un sentido, " (Rm 6, 23; cf. Gn 2, 17). Y para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la muerte del Señor para poder participar también en su Resurrección (cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11).
. El que no encuentra sentido a la muerte tampoco encuentra sentido a la vida. Qué sentido puede tener la vida si luego no le encontramos un sentido a la muerte?. La vida entonces es un callejón que conduce a un abismo, es como una carretera que al final termina en un precipicio, y por tanto la carretera no tiene sentido. La carretera tiene sentido cuando lleva a algún sitio, a algún destino. La vida tiene sentido en la medida en que la muerte tenga sentido para nosotros, de lo contrario la vida es como una pasión inútil, nos conduce al final a una frustración, los cristianos tenemos un sentido en esta vida porque tenemos un sentido en la muerte, de lo contrario para qué luchar, para qué ilusionarse, casi es peor ilusionarse. Cuando uno más ilusiones ponga en esta vida, pues más frustraciones se llevará si no tiene sentido en la muerte.

. La muerte en un sentido es natural, pues es evidente que todo lo material está sometido a una ley del desgaste, nace y muere, y es lo que corresponde a la condición natural. Por lo tanto una sana espiritualidad es aquella que acepta las limitaciones naturales. La naturaleza es maravillosa pero no es perfecta, como creatura es limitada y le corresponde el desgaste, una corruptibilidad que es natural, esto lo sabemos y a pesar de saberlo nos cuesta aceptarlo. Y en un sentido de fe, la muerte es el salario del pecado, y se nos ofrecen dos textos Romanos 6,23 y Génesis 2,17 que hacen referencia a que la muerte también ha sido introducida como salario del pecado, es decir, en el plan primero de Dios, en el paraíso terrenal, Dios había preservado al hombre de la muerte natural y es el pecado original el que les quita el don preternatural que tenían de no morir y les deja en la situación de que la muerte sea lo natural en el hombre.

Punto 1.007 La muerte es el final de la vida terrena. Nuestras vidas están medidas por el tiempo, en el curso del cual cambiamos, envejecemos y como en todos los seres vivos de la tierra, al final aparece la muerte como terminación normal de la vida. Este aspecto de la muerte da urgencia a nuestras vidas: el recuerdo de nuestra mortalidad sirve también para hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para llevar a término nuestra vida:
«Acuérdate de tu Creador en tus días mozos [...], mientras no vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio» (Qo 12, 1. 7).


. Aquí el Catecismo nos dice que la vida es fugaz, que la vida es pasajera y que no debemos de perder el tiempo. Por desgracia muchas veces perdemos el tiempo en la vida en lugar de preparar el encuentro con el Señor, y lo hacemos viviendo una vida intrascendente. No encontramos el momento de preparar el encuentro, nos ponemos excusas en la niñez, en la juventud, en la madurez, en la ancianidad y al final con tanta excusa nos llega el momento de la muerte sin haber preparado el encuentro con Dios. La muerte es una realidad que puede presentarse en cualquier momento y lo importante es que nos encuentre preparados para el encuentro con el Señor, no estamos hablando de una espiritualidad angustiada sino de una espiritualidad que vive en presencia de Dios y sabe que en cualquier momento nos puede llamar a la puerta y debemos estar prontos a responder “aquí estoy Señor, vengo porque me has llamado”, y es una espiritualidad confiada, sabiendo que cualquier momento es bueno para preparar el encuentro del Señor, el momento de la niñez, el de la juventud, el de la vida del trabajador, el del jubilado, en el momento de la agonía, todos los momentos son momentos de gracia para vivir intensamente ese encuentro con el Señor.

martes, 7 de febrero de 2017

Catecismo 1002-1004. La resurrección de Cristo y la nuestra. Resucitados con Cristo

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Punto 1.002 Si es verdad que Cristo nos resucitará en "el último día", también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo:
«Sepultados con él en el Bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos [...] Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 2, 12; 3, 1).

. Este punto nos subraya que no tenemos que pensar únicamente en la resurrección del último día, pues cuando vivimos en gracia, cuando vivimos con la alegría de que Cristo ha resucitado y es nuestro gozo, tenemos ya como una prenda del cielo. La vida cristiana mezcla la etapa de la cruz y la etapa de la resurrección, ambas están mezcladas en nosotros, cuando nos unimos a la cruz de Cristo para superar nuestros disgustos, nuestras enfermedades, etcétera, unidos a la cruz, ya tenemos una vida resucitada.

Punto 1.003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece "escondida [...] con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con él nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos "manifestaremos con él llenos de gloria" (Col 3, 4).

. En la teología se describe un cuerpo resucitado con rasgos de ser un cuerpo que penetra las paredes, que no está sujeto a las leyes físicas y materiales, pues bien apliquémoslo también a las características de una vida resucitada, una vida capaz de superar las leyes materialistas, capaz de superar el apego a lo terreno, una vida con horizontes de trascendencia, una vida que supera el hedonismo, una vida interesada en la verdad. Una vida que no ha resucitado tiene un horizonte corto, está llena de tibieza, desánimo, escepticismo, conformismo, rutina, hastío, aburrimiento, etcétera, que busca sensaciones fuertes en las drogas, alcohol o sexo para intentar suplir la ilusión y la esperanza que da Cristo a una vida nueva. Esta esperanza es la que viene a darnos el Señor que transforma nuestras vidas.

. En Filipenses 3,20 se nos habla de que la resurrección final se manifiesta ya en una vida resucitada en esta vida, en un horizonte diferente en el que Cristo comienza a obrar su transformación en esta vida. Jesús no solo ha venido a justificarnos en el sentido de perdonarnos, sino también en el sentido de santificarnos, de hacernos hombres nuevos. Como uno se ve pecador y se ve que no rompe con los pecados en los cuales cae una y otra vez, pues uno puede tener la tentación de decir que el Señor hará la vista gorda de esos pecados, pues no, la misericordia de Dios no se limita a hacer la vista gorda, sino que va a darnos la gracia para transformarnos y hacernos hombres nuevos. No se trata de decir “como no tengo remedio pues el Señor hará la vista gorda conmigo”, sino que su misericordia llegará a darme la gracia de ser un hombre nuevo, y esa esperanza en la santificación la tenemos que mantener.

Punto 1.004 Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente participan ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el ajeno, particularmente cuando sufre:
«El cuerpo es [...] para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? [...] No os pertenecéis [...] Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Co 6, 13-15. 19-20).

. Los signos en los que más se visualiza la vida resucitada de Cristo en nosotros los podemos ver en la alegría, la confianza, la esperanza y la paz. La alegría del cristiano que es algo distinto a lo que en este mundo se entiende por alegría, donde muchas veces vemos un desequilibrio, una inestabilidad emocional en la que vamos de la euforia a la desesperanza en un muy corto momento de tiempo de unas horas. La alegría cristiana no es la euforia sino la alegría que brota de la paz, una alegría interior que nadie nos puede robar, la alegría de saber que estamos en manos de Cristo, que por encima de nuestros problemas el Señor cuida de nosotros.


. Cristo ha venido a salvar al hombre entero: cuerpo y alma. Nuestro cuerpo debe ser motivo de glorificación a Dios, no solo alabamos a Dios con el alma. Un pequeño sacrificio, una renuncia de nuestro cuerpo es una forma de glorificar a Dios con nuestro cuerpo. El no dejarnos llevar por el dicho de “lo que pida el cuerpo”, el no dejarnos llevar por la comodidad del cuerpo es glorificar a Dios con nuestro cuerpo. El cuerpo es un instrumento de alabanza a Dios. También cuando uno acepta sus achaques, sus limitaciones corporales, es una forma de glorificar a Dios con nuestro cuerpo. Igualmente cuando uno está en plenitud corporal y gracias a ello obtiene triunfos, si en lugar de ufanarse por la fortaleza de su cuerpo, le ofrece esos triunfos a Dios, está glorificando a Dios con su cuerpo también. O sea, tanto en la decrepitud como en la vitalidad, el cuerpo siempre es instrumento de glorificación de Dios.

miércoles, 1 de febrero de 2017

Catecismo 997-1001. La resurrección de Cristo y la nuestra. Cómo resucitan los muertos

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Punto 997 ¿Qué es resucitar? En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús.

. En la muerte, el alma se separa del cuerpo, éste cae en la corrupción y no así el alma que va ante la presencia de Dios. El alma es juzgada ante Dios en lo que llamamos el juicio particular. Cada uno de nosotros al ponernos en presencia de Dios somos juzgados, al estar ante la presencia, ante la luz de Dios, es suficiente para saber cual es la situación de nuestra alma, si está suficientemente preparada para ver a Dios, si está absolutamente rebelada frente a la bondad de Dios y está en un estado de rebeldía absoluta y de un rechazo de esa luz lo cual sería el estado del infierno, o si ese alma desea ver a Dios pero no está suficientemente purificada para ello y entonces está en el purgatorio.

. La persona humana, cada uno de nosotros somos una unidad sustancial, somos cuerpo y alma, el hombre por naturaleza es una unión sustancial de cuerpo y alma, esto es importante afirmarlo, sobre todo frente al reencarnacionismo que a veces habla del cuerpo como si fuera un disfraz del que hay que desprenderse. El cuerpo forma parte de nuestro yo al igual que el alma, nosotros no somos un ángel que no tiene una naturaleza corpórea, nosotros somos cuerpo y somos alma y tenemos que rechazar esas concepciones que tienen una reminiscencias orientales de estilo reencarnacionista en las que parece que nuestra persona es el alma, y el yo es el alma, y es como si se viviera en un cuerpo. Nosotros no es que vivamos en un cuerpo sino que somos cuerpo y somos alma, y el hecho de que nosotros creamos en la resurrección del cuerpo, remarca más que nuestra salvación plena no estará consumada hasta que ese cuerpo que es parte de mi yo, no participe de la gloria de Dios.

. En el momento de la muerte, se produce una separación entre cuerpo y alma. El cuerpo es por naturaleza corruptible y tiene su proceso natural de descomposición “recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” mientras que el alma es incorruptible. En el momento en el que el alma permanece separada del cuerpo y permanece separada hasta el fin de los tiempos en el que Cristo vendrá en su parusía y entonces los cuerpos resucitarán y se unirán a sus almas, en ese tiempo intermedio, nuestro yo permanece unido al alma quedando el cuerpo descomponiéndose hasta la venida de Cristo. Al morir nuestra alma comparece ante la presencia de Dios quedando el cuerpo depositado en la tierra en la firme esperanza de la resurrección.

Punto 998 ¿Quién resucitará? Todos los hombres que han muerto: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (Jn 5, 29; cf. Dn 12, 2).

. Todos los hombres resucitarán, lo tenemos en Juan 5,29 y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio” y en Daniel 12,2 “Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el oprobio, para el horror eterno”,    

Punto 999 ¿Cómo? Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo" (Lc 24, 39); pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Él "todos resucitarán con su propio cuerpo, del que ahora están revestidos" (Concilio de Letrán IV: DS 801), pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria" (Flp 3, 21), en "cuerpo espiritual" (1 Co 15, 44):
«Pero dirá alguno: ¿cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida? ¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano..., se siembra corrupción, resucita incorrupción [...]; los muertos resucitarán incorruptibles. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad (1 Cor 15,35-37. 42. 53).

. Cómo será eso de la resurrección, con qué cuerpo resucitaré?, el cuerpo resucitado de Jesucristo es la única comparación que tenemos sobre cómo va a ser nuestra resurrección, lo ocurrido en Jesucristo es nuestra única comparación. Cristo resucitó con su propio cuerpo, la prueba es que el sepulcro estaba vacío, Juan cuando entró vio que las vendas estaban deshinchadas, se había de alguna manera volatilizado el cuerpo que estaba dentro de esas vendas, cuando se aparece a Tomás le enseña sus manos con los agujeros de los clavos, le enseña el costado. Cómo los apóstoles al verle pensaban que era un fantasma, les pide algo para comer, es decir, Jesús subraya mucho que su cuerpo es el mismo cuerpo. Ahora bien, es un cuerpo que ha sido glorificado, no es un cuerpo carnal. La resurrección de Jesús no es una resurrección como la de Lázaro, o como la hija de Jairo, o como el hijo de la viuda de Naím porque éstas resurrecciones son una vuelta a la vida de forma temporal, no son resurrecciones para la vida eterna, los cuerpos no son glorificados, Lázaro sigue teniendo un cuerpo mortal. La resurrección de Cristo y nuestra resurrección será para la vida eterna, no será para pasar unos años más en la tierra, y por lo tanto será con un cuerpo glorificado, un cuerpo que no está sujeto a los limites de la materia. Fijaros que Jesús aparece y desaparece, a veces a los discípulos les cuesta reconocerle, Jesús tiene la capacidad de hacerse presente en medio de una reunión sin necesidad de entrar por la puerta, es decir, no está sujeto a las leyes físicas. En resumen, resucitamos con nuestro mismo cuerpo, transfigurado en gloria.

. Los primeros cristianos en sus tumbas representaban la imagen del ave fénix que es una imagen pagana, que es como un montón de ceniza de la que resurge un águila. Los primeros cristianos dijeron que esa imagen puede representar la resurrección y en muchas tumbas ponían una imagen del ave fénix, de un montón de cenizas de las que resurgía un águila.    

Punto 1.000 Este "cómo ocurrirá la resurrección" sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento; no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo:
«Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección» (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4, 18, 4-5).

. El cómo será la resurrección sobrepasa nuestra imaginación, nosotros tendemos a armarnos líos preguntándonos con qué cuerpo resucitaré, con el que era joven o con el que era mayor?, esto es una pregunta mal hecha porque el cuerpo glorificado está fuera de la edad del cuerpo. En Filipenses 3,21 nos dice: “Jesucristo, transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas”, nuestro cuerpo corruptible será transfigurado en un cuerpo glorioso como el de Jesús, y en ese cuerpo glorioso no habrá ni cuerpo joven, ni cuerpo viejo, ese concepto de viejo y de joven después de la resurrección dejará de existir.
Punto 1.001 ¿Cuándo? Sin duda en el "último día" (Jn 6, 39-40. 44. 54; 11, 24); "al fin del mundo" (LG 48). En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente asociada a la Parusía de Cristo:
«El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar» (1 Ts 4, 16).

. Cuándo resucitamos?, en el último día, al final del mundo. En Juan 6,39-40 “Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día.Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día. Juan 6,44 “Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día, al final de los tiempos, cuando Cristo venga en gloria como juez de vivos y muertos se producirá esa resurrección. Lo importante es remarcar lo del último día al final del mundo, comparando con lo que le dice Jesús al buen ladrón “hoy estarás conmigo en el paraíso”, y se distingue claramente el “hoy estarás conmigo…” con “yo le resucitaré en el último día” donde vemos que hay dos dimensiones de la salvación, una que tiene lugar en el momento inmediatamente posterior a la muerte, y otro que se remite al último día. Hay dos momentos distintos en la salvación.