Punto 1.002 Si es verdad que Cristo nos resucitará en "el último día", también lo es, en cierto modo, que nosotros ya hemos resucitado con Cristo. En efecto, gracias al Espíritu Santo, la vida cristiana en la tierra es, desde ahora, una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo:
«Sepultados con él en el Bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción de Dios, que le resucitó de entre los muertos [...] Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 2, 12; 3, 1).
. Este punto nos subraya que no tenemos que pensar únicamente en la resurrección del último día, pues cuando vivimos en gracia, cuando vivimos con la alegría de que Cristo ha resucitado y es nuestro gozo, tenemos ya como una prenda del cielo. La vida cristiana mezcla la etapa de la cruz y la etapa de la resurrección, ambas están mezcladas en nosotros, cuando nos unimos a la cruz de Cristo para superar nuestros disgustos, nuestras enfermedades, etcétera, unidos a la cruz, ya tenemos una vida resucitada.
Punto 1.003 Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado (cf. Flp 3, 20), pero esta vida permanece "escondida [...] con Cristo en Dios" (Col 3, 3) "Con él nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2, 6). Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos "manifestaremos con él llenos de gloria" (Col 3, 4).
. En la teología se describe un cuerpo resucitado con rasgos de ser un cuerpo que penetra las paredes, que no está sujeto a las leyes físicas y materiales, pues bien apliquémoslo también a las características de una vida resucitada, una vida capaz de superar las leyes materialistas, capaz de superar el apego a lo terreno, una vida con horizontes de trascendencia, una vida que supera el hedonismo, una vida interesada en la verdad. Una vida que no ha resucitado tiene un horizonte corto, está llena de tibieza, desánimo, escepticismo, conformismo, rutina, hastío, aburrimiento, etcétera, que busca sensaciones fuertes en las drogas, alcohol o sexo para intentar suplir la ilusión y la esperanza que da Cristo a una vida nueva. Esta esperanza es la que viene a darnos el Señor que transforma nuestras vidas.
. En Filipenses 3,20 se nos habla de que la resurrección final se manifiesta ya en una vida resucitada en esta vida, en un horizonte diferente en el que Cristo comienza a obrar su transformación en esta vida. Jesús no solo ha venido a justificarnos en el sentido de perdonarnos, sino también en el sentido de santificarnos, de hacernos hombres nuevos. Como uno se ve pecador y se ve que no rompe con los pecados en los cuales cae una y otra vez, pues uno puede tener la tentación de decir que el Señor hará la vista gorda de esos pecados, pues no, la misericordia de Dios no se limita a hacer la vista gorda, sino que va a darnos la gracia para transformarnos y hacernos hombres nuevos. No se trata de decir “como no tengo remedio pues el Señor hará la vista gorda conmigo”, sino que su misericordia llegará a darme la gracia de ser un hombre nuevo, y esa esperanza en la santificación la tenemos que mantener.
Punto 1.004 Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente participan ya de la dignidad de ser "en Cristo"; donde se basa la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo, y también hacia el ajeno, particularmente cuando sufre:
«El cuerpo es [...] para el Señor y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? [...] No os pertenecéis [...] Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Co 6, 13-15. 19-20).
. Los signos en los que más se visualiza la vida resucitada de Cristo en nosotros los podemos ver en la alegría, la confianza, la esperanza y la paz. La alegría del cristiano que es algo distinto a lo que en este mundo se entiende por alegría, donde muchas veces vemos un desequilibrio, una inestabilidad emocional en la que vamos de la euforia a la desesperanza en un muy corto momento de tiempo de unas horas. La alegría cristiana no es la euforia sino la alegría que brota de la paz, una alegría interior que nadie nos puede robar, la alegría de saber que estamos en manos de Cristo, que por encima de nuestros problemas el Señor cuida de nosotros.
. Cristo ha venido a salvar al hombre entero: cuerpo y alma. Nuestro cuerpo debe ser motivo de glorificación a Dios, no solo alabamos a Dios con el alma. Un pequeño sacrificio, una renuncia de nuestro cuerpo es una forma de glorificar a Dios con nuestro cuerpo. El no dejarnos llevar por el dicho de “lo que pida el cuerpo”, el no dejarnos llevar por la comodidad del cuerpo es glorificar a Dios con nuestro cuerpo. El cuerpo es un instrumento de alabanza a Dios. También cuando uno acepta sus achaques, sus limitaciones corporales, es una forma de glorificar a Dios con nuestro cuerpo. Igualmente cuando uno está en plenitud corporal y gracias a ello obtiene triunfos, si en lugar de ufanarse por la fortaleza de su cuerpo, le ofrece esos triunfos a Dios, está glorificando a Dios con su cuerpo también. O sea, tanto en la decrepitud como en la vitalidad, el cuerpo siempre es instrumento de glorificación de Dios.
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