martes, 28 de febrero de 2017

Catecismo 1023-1025. El cielo I

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Punto 1.023 Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4):
«Definimos con la autoridad apostólica: que, según la disposición general de Dios, las almas de todos los santos [...] y de todos los demás fieles muertos después de recibir el Bautismo de Cristo en los que no había nada que purificar cuando murieron [...]; o en caso de que tuvieran o tengan algo que purificar, una vez que estén purificadas después de la muerte [...] aun antes de la reasunción de sus cuerpos y del juicio final, después de la Ascensión al cielo del Salvador, Jesucristo Nuestro Señor, estuvieron, están y estarán en el cielo, en el Reino de los cielos y paraíso celestial con Cristo, admitidos en la compañía de los ángeles. Y después de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo vieron y ven la divina esencia con una visión intuitiva y cara a cara, sin mediación de ninguna criatura» (Benedicto XII: Const. Benedictus Deus: DS 1000; cf. LG 49).

. La afirmación fundamental que se nos ofrece aquí sobre el misterio del cielo es que aquellos que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, y están suficientemente purificados estarán con Cristo en el cielo. El cielo comienza en esta vida con lo que es vivir en Cristo, siendo inhabitados por Cristo ya aquí. En 1ª Juan 3,2 leemos: “Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”, y en 1ª Corintios 13,12 “Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido, donde nos recuerda que tenemos un conocimiento parcial de Dios, pero que cuando venga el cara a cara desaparecerá lo parcial y llegará la totalidad. En el cielo, muchas cosas que ahora nos agobian, las vamos a ver con la misma distancia con la que ahora como adultos vemos las cosas que nos agobiaban cuando eramos niños. Algún día, estando en Dios y cuando El sea nuestro único tesoro nos acordaremos de lo que ahora nos agobia y nos reiremos porque ahora somos como niños. En el cielo nos conoceremos en profundidad, entenderé mi vida, me entenderé a mí mismo.

Punto 1.024 Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo". El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha.

. El cielo es la realización suprema de las aspiraciones del hombre, el hombre tiene un deseo de felicidad, un deseo de plenitud que no va a ser alcanzado en esta vida, alcanzará metas parciales insuficientes. Hay una insatisfacción en la consecución de todas las metas parciales que tenemos en esta vida, sin embargo, el cielo es la realización plena. En esta vida no descansamos, estamos siempre inquietos buscando otras metas, y cuando alcanzamos una meta, pues estamos pensando en otra, y no se trata de una forma ansiosa de ser, sino que tenemos esa continua insatisfacción incluso en estados equilibrados. El cielo será aquél lugar en el que el hombre se verá plenamente colmado y satisfecho con la finalidad de su vida, con la meta de su vida.

. El cielo por tanto no es tanto un lugar sino una forma de estar con Dios. Hay una famosa anécdota de cuando el primer astronauta ruso dio la primera vuelta a la tierra en el espacio, a su regreso a la tierra, afirmó públicamente que no había visto a Dios en el cielo, y un sacerdote ruso hizo el siguiente comentario: “si no lo ha encontrado en la tierra, es imposible que pueda encontrarlo en el cielo”, el astronauta que había sido educado en el ateísmo se imaginaba o pretendía ridiculizar a los creyentes hablando del cielo fuera un lugar con puerta y portero, lo cual es una visión absurda. El sacerdote le dio una respuesta profunda, pues si no encontramos a Dios en nuestro corazón será muy difícil encontrarlo en otro sitio. El cielo no es un lugar sino una comunión, es un estar con, en el amor da igual el lugar, lo que importa es estar en comunión de amor.

Punto 1.025 Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):
«Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino» (San Ambrosio, Expositio evangelii secundum Lucam 10,121).

. Se ofrecen tres textos, el de Juan 14,3 “Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros“, donde se nos recuerda que Cristo es tanto el camino para ir al cielo como el mismo cielo, el camino que hay que recorrer y la meta, por eso decimos que uno puede comenzar el cielo ya en la tierra, porque mientras va de camino con Jesús, ya está en el cielo aunque sea en medio de este exilio. En Filipenses 1,23 “Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor”, san Pablo estima que todo lo que no sea estar con Cristo lo estima basura, y en 1ª Tesalonicenses 4,17 “Y así estaremos siempre con el Señor”, cuando seamos llamados a la vida eterna hemos de tener el consuelo de que vamos a estar con Cristo. En Apocalipsis 2,17 se nos dice “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré maná escondido; y le daré también una piedrecita blanca, y, grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe“, aquí es curioso que al hablar de la vida eterna recibiremos un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe. Esto nos indica que solamente en Cristo se revela la verdadera identidad del hombre, solo en Cristo se conoce uno a sí mismo, en Cristo encuentra el hombre su plenitud, en Cristo se desvela el misterio del hombre.


. Cómo podemos preparar el encuentro con Cristo?. La esperanza nos hace puros, 1ª Juan 3,3 “Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro“, es decir, el deseo de Dios purifica al hombre, cuando uno desea el cielo, desea estar con Dios, ese deseo le está purificando porque le está desapegando de los bienes materiales, le está desapegando de sus planes, desapegando de sus ritmos, desapegando de que las cosas tienen que ser como uno tiene previsto y planeado. Ante el deseo de estar con Cristo, todos esos apegos se relativizan y nos purificamos de ellos. De alguna manera, cogemos distancia frente a tantas cosas que nos agobian en esta vida, eso que nos agobia en esta vida queda muy relativizado desde el deseo del cielo. La esperanza del cielo nos purifica. Ese deseo nos preparará para el cielo. Allí donde pongamos nuestra esperanza quedarán ordenadas nuestras cosas. 

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