lunes, 4 de enero de 2016

Catecismo 731-732. El Espíritu y la Iglesia en los últimos tiempos. Pentecostés

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Punto 731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.

. Pentecostés es una consumación de toda la obra de Cristo. Pentecostés consuma la alianza. La palabra Pentecostés ya existía antes de la llegada de Jesús, era la fiesta de las semanas, el libro de los jubileos que tenían los judíos considera esa fiesta como destinada a celebrar cada año la renovación de la alianza. Según los jubileos, Dios había pedido a Moisés la renovación de la alianza mediante la aspersión de sangre que se hacía sobre el pueblo, era como una renovación porque la alianza del Sinaí perpetuaba las alianzas anteriores, es decir, el mundo judío daba una gran importancia a todas las alianzas que Dios había hecho con Israel, con Noé con los patriarcas, etc, y finalmente el momento culmen de la alianza fue la del Sinaí. Pentecostés es la fiesta que perpetúa estas alianzas. Pentecostés es una consumación de una alianza por las dos partes, por los hombres y Dios, sellada por el Espíritu Santo que nos da la capacidad para vivir esta alianza. Una alianza escrita ya no en piedra sino escrita en nuestros corazones, siendo la ley de Dios y su voluntad nuestro gusto.

. Por ejemplo, cuando alguien vive carnalmente, la asistencia a Misa el domingo es un precepto que hay que cumplir, está escrito en una “tabla de piedra” y para el hombre, ese mandato u obligación no resulta gustoso, sin embargo con el Espíritu Santo que penetra en nosotros, ya tenemos una relación con el Señor según una ley escrita en el corazón, esa asistencia a la santa Misa ya no es un precepto u obligación, sino un momento gustoso para nosotros. Esta es la diferencia entre el Sinaí y Pentecostés, en el primero se escribe la ley de Dios en una tabla de piedra y en el segundo se escribe la ley de Dios en nuestros corazones. Por tanto, en Pentecostés se estrecha la verdadera y definitiva alianza, reuniendo a la humanidad con Dios infundiendo en el corazón de esta humanidad el Espíritu Santo. Dios pasa de habitar entre nosotros a habitar en nosotros, en nuestros corazones; que junto con nuestro deseo de entrega a Dios constituye la alianza perfecta entre Dios y el hombre. Ahora la alianza se ha consumado, ahora entiende uno que todo aquel libro de los jubileos de las alianzas del Antiguo Testamento ahora ha tenido pleno cumplimiento en Pentecostés.

. La resurrección y Pentecostés: la vida nueva que Cristo ha recibido es la vida del Espíritu Santo. San Pablo en 1ª Corintios 15,45 nos dice “fue hecho el primer hombre (Adán) alma viviente, el último (Cristo) espíritu que da vida”, el alma es espiritual y el primer hombre tiene ese espíritu de vida cuando Dios sopló en su nariz el espíritu de vida, pero por espíritu vivificante Pablo entiende un elemento espiritual de orden superior, no ya la espiritualidad a nivel del alma, sino la espiritualidad a nivel del Espíritu Santo. Cristo dando un paso más tiene el Espíritu Santo como alma que nos comunica a nosotros, Cristo posee en sí mismo la riqueza del Espíritu Santo. Pentecostés es complementario a la resurrección en orden a una nueva efusión del Espíritu Santo a la humanidad. La ascensión en la que Cristo se va corporalmente se da con junto con el hecho de venir espiritualmente, la venida de Cristo por medio del espíritu en Pentecostés es la contrapartida de la ocultación de su presencia corporal en la ascensión. Cristo da vida a su cuerpo místico que es la Iglesia y el alma de éste cuerpo es el Espíritu Santo. Así pues la ascensión se realiza plenamente en Pentecostés, por eso no nos extraña que la fiesta de la ascensión en los orígenes del cristianismo haya sido celebrada unida a Pentecostés. Ignoramos a menudo cuando hablamos de la Iglesia que el alma de la Iglesia es el Espíritu Santo.

Punto 732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado:
«Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado» (Oficio Bizantino de las Horas. Oficio Vespertino del día de Pentecostés, Tropario 4)

. Nuestros sacrificios y el Espíritu Santo. Podemos tener en nuestra vida muchos pasajes de sacrificio que no son fecundos porque no hemos invocado al Espíritu Santo para que los fecunde, esto puede ocurrir si buscamos un sacrificio con un objetivo que busca la vanagloria, el que una persona sea sacrificada no quiere decir sin más que sea conforme al espíritu de Dios, sino que es importante que nuestros sacrificios sean inspirados y fecundados por el Espíritu Santo. No lo que más cuesta tiene más mérito delante de Dios si no están inspirados por el Espíritu Santo. Más bien son expresión de amor propio o puro orgullo, con un objetivo que tiene muy poco que ver con la voluntad de Dios, y son sacrificios estériles, inútiles. A veces, el Señor lo que hace es fecundar sacrificios muy pequeños, muy humildes, pero hechos con amor. Lo que hace salvífico a un sacrificio no es el cuánto cuesta sino en el amor puesto y la inspiración y fecundidad del Espíritu Santo. Es preferible una pequeña obra hecha por el hombre pero fecundada por el Espíritu Santo que una gran obra sin Espíritu Santo que no es salvífica y es absolutamente estéril.


. Pentecostés prolonga la encarnación, Dios ya no va a estar entre nosotros sino en nosotros, y el don del Espíritu Santo posibilita que la voluntad de Dios de tener una alianza tenga también en nosotros una respuesta, el hombre pasa de tener el deseo de tener una alianza con Dios como era en el Antiguo Testamento a una alianza actualizada en la que estamos capacitados para ser fieles a Dios. 

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