Punto 733 "Dios
es Amor" (1 Jn 4, 8. 16) y el Amor que es el primer don, contiene
todos los demás. Este amor "Dios lo ha derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5, 5).
. En este punto se comienza definiendo a Dios como amor porque
forma parte de su propia esencia intra trinitaria, el Padre crea el mundo por
amor y no por necesidad, lo propio del hijo es recibir el amor del Padre, la
comunión en el amor entre el Padre y el Hijo es el Espíritu Santo, por tanto la
esencia de la Trinidad es el amor.
. Decir Dios es amor no es tanto definir a Dios con el nombre de
una virtud sino como la esencia íntima de Dios revelada a nosotros. El amor es
definido como un reflejo de la esencia de Dios. Las expresiones “Dios es
amor” y “Dios es el que es” son las únicas expresiones de la Sagrada
Escritura que son definiciones en sentido propio que reflejan la esencia de
Dios. Y al afirmar que Dios es amor que es el primer don, contiene todos
los demás, al afirmar lo primero, en ello se contiene todo lo demás: bondad,
omnipotencia, infinitud, etc. Dios nos derrama su amor en el Espíritu Santo, el
amor no es algo, el amor es alguien, a partir de que Dios es amor
decimos que el amor es alguien. Dios al darnos su amor no nos da una cosa
sino que se nos da él mismo, es una entrega personal.
Punto 734 Puesto
que hemos muerto, o, al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer
efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La comunión con
el Espíritu Santo (2 Co 13, 13) es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a
los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.
. El amor de Dios tiene en nosotros dos efectos: sanar y elevar,
Dios viene a nosotros y cura nuestras heridas del pecado para luego elevarnos a
la condición de hijos. Primero nos sana del pecado, como el buen samaritano que
primero cura. En 2ª Corintios 13,13 “… la
gracia de nuestro señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu
Santo sea con todos vosotros”, versículo que encontramos en el inicio
de la santa Misa, vemos como el amor primero nos sana con la gracia de Jesucristo,
esa gracia de Jesucristo es redentora, para poder recibir el amor del
Padre primero tenemos que lavarnos las heridas, por eso se dice primero “la
gracia de Jesucristo”, que nos cura y limpia para poder recibir a Dios. Tras
esta sanación viene el amor del Padre, la sanación nos eleva a ese amor,
nos hace descubrir que somos hijos, que como el hijo pródigo el amor del Padre
nos está esperando. Finalmente llega la comunión del Espíritu Santo que es
como decir el cómo, el Espíritu Santo nos une al Padre y nos une al Hijo, el
Espíritu Santo es el cómo se ha llevado a efecto esa obra de gracia en nosotros.
Punto 735 Él nos da
entonces las "arras" o las "primicias" de nuestra herencia
(cf. Rm 8, 23; 2 Co 1, 21): la vida misma de la Santísima
Trinidad que es amar "como él nos ha amado" (cf. 1 Jn 4,
11-12). Este amor (la caridad que se menciona en 1 Co 13) es
el principio de la vida nueva en Cristo, hecha posible porque hemos
"recibido una fuerza, la del Espíritu Santo" (Hch 1, 8).
. En el don del Espíritu Santo hemos recibido como un adelanto de
lo que está por llegar, ese adelanto es el don del amor recibido en el Espíritu
Santo. En esta vida estamos viviendo un adelanto, unas arras o primicias de lo
que va a ser la intimidad plena en el cielo. Una forma de hacer un examen de
conciencia, de si vamos por el buen camino hacia el cielo, lo vemos en 1ª
Corintios 13, “El amor es paciente,
es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se
envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se
irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la
injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás”.
Vemos si estamos viviendo el amor de acuerdo con lo que describe el versículo
anterior, o si nos estamos alejando por otro camino. Si vivimos el amor de
forma paciente, servicial, sin envidia, sin alarde, sin envanecernos, desinteresadamente,
sin irritarnos, etc, etc veremos si ese don del Espíritu Santo se están
viviendo en nosotros. Para Dios lo que más vale es lo que es movido por el
Espíritu Santo, por el amor, y no lo que más cuesta o es movido por el amor
propio o nuestra cabezonería.
Punto 736 Gracias
a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El que
nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del
Espíritu, que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad,
fidelidad, mansedumbre, templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es
nuestra Vida": cuanto más renunciamos a nosotros mismos
(cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu"
(Ga 5, 25):
«Por el Espíritu Santo se nos concede de nuevo la
entrada en el paraíso, la posesión del reino de los cielos, la recuperación de
la adopción de hijos: se nos da la confianza de invocar a Dios como Padre, la
participación de la gracia de Cristo, el podernos llamar hijos de la luz, el
compartir la gloria eterna (San Basilio Magno, Liber de Spiritu Sancto,
15, 36: PG 32, 132).
. En este punto el Catecismo nos habla del Espíritu Santo como
aquél que nos pone en comunión con Dios, el que nos injerta en la vid, el que
nos injerta en Jesucristo. Injertar es meter una pequeña rama dentro de un
tronco para que coja vida, el Espíritu Santo nos injerta en Jesucristo para que
también nosotros seamos hijos en el Hijo, y así el Padre nos llame también a nosotros
hijos. Lo lógico es que el que esté injertado de frutos propios de esa nueva
vida. Otro examen de conciencia lo vemos en Gálatas 5,22-23 “el fruto del Espíritu es: amor, alegría y
paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia”, si uno está injertado en Jesucristo,
lo lógico es que sus obras sean conforme al Espíritu porque le mueve el
Espíritu.
. El Catecismo nos da un consejo de vida espiritual: hay que renunciar a uno mismo para permitir al Espíritu Santo que sea el motor de tu vida. En Mateo 16,24-26 “Jesús dijo a sus discípulos: «El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?”, para dejarnos mover por el Espíritu Santo uno tiene que negarse a sí mismo pues de nuestro propio impulso no salen las obras espirituales, lo que sale de nosotros es egoísmo y egoísmo. Tenemos que dejar que el Espíritu Santo tome las riendas de nuestra vida para poder dar frutos espirituales.
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