Punto
2.603 Los evangelistas han conservado las dos
oraciones más explícitas de Cristo durante su ministerio. Cada una de ellas
comienza precisamente con la acción de gracias. En la primera
(cf Mt 11, 25-27 y Lc 10, 21-23), Jesús confiesa al Padre,
le da gracias y lo bendice porque ha escondido los misterios del Reino a los
que se creen doctos y los ha revelado a los “pequeños” (los pobres de las
Bienaventuranzas). Su conmovedor “¡Sí, Padre!” expresa el fondo de su corazón,
su adhesión al querer del Padre, de la que fue un eco el “Fiat” de su Madre en
el momento de su concepción y que preludia lo que dirá al Padre en su agonía.
Toda la oración de Jesús está en esta adhesión amorosa de su corazón de hombre al
“misterio de la voluntad” del Padre (Ef 1, 9).
.
Jesús es maestro de oración y queremos aprender de él a orar como aprendieron
sus discípulos. Hay dos oraciones de Cristo en las que nos fijamos
especialmente, una es Mateo 11,25-27: "En
aquel tiempo, tomando Jesús la palabra, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes,
y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el
Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo
se lo quiera revelar." Esta oración tiene en primer lugar una acción de
gracias, así comienza su oración, dando gracias. Una oración bien hecha tiene
que partir de una profunda gratitud, de una necesidad de reconocer los dones de
Dios. El que ora reconoce que Dios le ama y el que se siente amado da gracias a
Dios. El hecho de que en nuestras oraciones haya una carencia muy grande de acción
de gracias, denota que no tenemos conciencia del don de Dios. No hay peor
actitud al hacer oración que decir que lo que yo tengo me lo he ganado yo y no
tengo porqué dar gracias a nadie, es como decir que a mí nadie me ha regalado
nada y esta expresión es peligrosísima, primero porque es falsa y segundo
porque crea una dureza de corazón y una incapacidad para reconocer los dones recibidos.
.
Jesús al mismo tiempo que da gracias, confiesa al Padre, reconoce al Padre. Quien
ora también hace una confesión de fe, pero de una manera más existencial. Se
puede hablar y decir que Dios existe pero el que ora está haciendo una profesión
de Dios mucho más vital y eficaz. Al orar públicamente y dar testimonio vivo de
nuestra oración estamos confesando la existencia de Dios como algo vital, no
como una teoría. La “inocencia” de la oración, el que alguien se dirija a ese “tú”
que es invisible a los ojos humanos, pero que se dirige con pleno realismo, es
una confesión de fe potentísima, más fuerte que el filósofo que dice con palabras que Dios tiene que
existir.
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La expresión “te doy gracias porque has ocultado esto a los sabios” no
significa que el Padre haya dicho “a este le voy a ocultar la fe y a este otro
se la muestro”, sino que hay que interpretarlo como que los dones de Dios
tienen la característica de que necesitan un corazón sencillo para ser
acogidos, pues son inalcanzables para los que se creen autosuficientes, para
los que se creen sabios e inteligentes. Este texto es un texto antignóstico, el
gonsticismo es una de las primeras herejías, que ya está en el primer siglo, y
que venía a decir que Dios solamente podía ser alcanzado por las mentes
privilegiadas, por aquellos que son capaces de penetrar los misterios ocultos.
Vemos como especialmente las cartas del evangelio de san Juan atacan el
gnosticismo. El cristianismo es antignóstico totalmente. El misterio de Dios
solo puede ser acogido por los sencillos.
. Hacer oración es confiar en la voluntad del Padre, confiar en sus caminos, es decir, que sea la voluntad de Dios antes que la mía, sea por sus caminos y no por los míos. Esto es un elemento característico de toda oración cristiana. Hay cuatro “hágase” fundamentales, el primero es el que pronuncia el Padre en la creación del mundo que es expresión de la sobreabundancia del amor de Dios, el segundo el que pronunció Jesús, el tercero el que pronunció María cuando dijo “hágase en mí según tu palabra”, y el cuarto es el que nos corresponde a nosotros para completar la historia de la salvación, y éste es el que nos quiere enseñar Jesús en su oración: confío en la voluntad de Dios, acepto mis circunstancias como venidas de sus manos, completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo, acepto mis limitaciones como parte de una cruz redentora, confío en los caminos de Dios más que en los míos, es decir “hágase”. Una oración que no concluye en un hágase está mal hecha, una oración bien realizada es la que nos ha llevado a confiar más en la voluntad de Dios. Si uno no sale de la oración reafirmado en un hágase, es que la ha hecho mal. La oración de Jesús ha comenzado con una acción de gracias y ha terminado con un hágase, estos dos componentes básico son una lección que nos da Jesús para nuestra oración.