Punto 2.559 “La oración es la
elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan
Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]). ¿Desde
dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra
propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 1) de un corazón
humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14).
La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como
conviene” (Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para
recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios
(San Agustín, Sermo 56, 6, 9).
.
Los cristianos necesitamos maestros de la vida espiritual para ser introducidos
en la oración. El Catecismo nos habla de la oración como don. San Juan
Damasceno, santo padre de la actual Siria que fue llamado el orador de oro, nos
dice que la oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de
bienes convenientes, es como si Dios nos diera unas alas para volar, y esas
alas es la oración. La oración es como un don de Dios que nos da unas alas para
elevarnos hasta Él. O sencillamente pedir a Dios bienes convenientes, uno pide
a Dios lo que entiende qué es conveniente aunque en el fondo Dios sabe mejor
que yo lo que a mí me conviene.
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Desde dónde hablamos cuando oramos? Cuál es mi situación interior cuando estoy
rezando?, pensemos antes de empezar a rezar cuál es nuestra disposición, si mi
actitud interior es a corazón abierto, o si mi oración es una pantalla que
pongo delante utilizando frases hechas para no descubrir mi alma. Para
descubrir el punto de partida desde el que nosotros solemos rezar, el Catecismo
nos sugiere que veamos el salmo 130 que dice “desde lo hondo a ti grito Señor,
Señor escucha mi voz…”, es un salmo que expresa la actitud desde la que uno
reza: “desde lo hondo…”. Es muy importante caer en la cuenta que la
disposición, que la situación desde la que hacemos nuestra oración muchas veces
acaba condicionando que la misma sea auténtica o sea superficial. Cuántas veces
ocurre, que parece que ha hecho falta que la providencia de la vida nos haya
quebrado para que hayamos tenido como experiencia de nuestra indigencia y
entonces hayamos comenzado a rezar de verdad, a veces no hemos experimentado lo
que es rezar desde la profundidad de nuestro corazón hasta que en la vida no
nos hemos visto de alguna manera quebrados, y entonces hemos rezado con plena
profundidad y humildad. El Catecismo se refiere a tener una actitud que dice
“Señor tú lo sabes todo, yo que te voy a decir, no estoy aquí para decirte lo
que tienes que hacer sino para decirte aquí estoy”.

Este texto nos dice claramente desde qué actitud estamos orando, el fariseo cree que no necesita la misericordia de Dios, esto en nuestra cultura lo podemos comparar cuando decimos que “yo soy buena gente, yo ni robo ni mato, yo soy buena persona….” y realmente lo que nos hace es incapacitarnos para ponernos ante la presencia de Dios. Rezar con un punto de partida auténtico supone la conciencia de ser pecador, es imposible rezar bien sin tener conciencia de ser pecador porque partimos de un punto de partida equivocado. Es lo mismo que querer ser humilde sin humillarse. Partiendo de una actitud de humildad, nos permite decir al Señor que “tú lo sabes todo, tú me conoce perfectamente, qué te voy a decir a ti …”, es como la actitud del publicano que no se atrevía a levantar los ojos del suelo y le pedía compasión por ser un pecador. El fariseo no pide nada, se siente auto salvado, sólo da gracias por no ser como el publicanos, por pagar el diezmo, por no ser un pecador, y habla y habla, y curiosamente el publicando casi no dice nada, solo pide compasión porque se siente mendigo. Este no decir muchas cosas y decir simplemente “Señor ten compasión de mí que soy un pecador”, es una actitud como decir “qué te voy a decir si tú lo sabe todo…, más que pedirte me presento ante ti, Señor no te merezco pero te necesito y cuanto menos te merezco más te necesito”.
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Debemos de cuidar la actitud desde donde hacemos oración. La humildad es la
base de la oración, uno no puede ponerse en oración como el fariseo desde su
orgullo. Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, san Pablo en Romanos
9,26 nos dice: “Y de igual manera, el
Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo
pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables”, es decir, tenemos que escuchar la voz del
Espíritu dentro de nosotros, el Espíritu Santo nos inspira y nos enseña a
hablar con Dios e intercede por nosotros, confiando y dando gracias que lo que
me da el Señor es lo que me conviene.
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