martes, 11 de abril de 2017

Catecismo 2559. La oración como don de Dios I

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Punto 2.559 “La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes”(San Juan Damasceno, Expositio fidei, 68 [De fide orthodoxa 3, 24]). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde “lo más profundo” (Sal 130, 1) de un corazón humilde y contrito? El que se humilla es ensalzado (cf Lc 18, 9-14). La humildad es la base de la oración. “Nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26). La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermo 56, 6, 9).

. Los cristianos necesitamos maestros de la vida espiritual para ser introducidos en la oración. El Catecismo nos habla de la oración como don. San Juan Damasceno, santo padre de la actual Siria que fue llamado el orador de oro, nos dice que la oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes, es como si Dios nos diera unas alas para volar, y esas alas es la oración. La oración es como un don de Dios que nos da unas alas para elevarnos hasta Él. O sencillamente pedir a Dios bienes convenientes, uno pide a Dios lo que entiende qué es conveniente aunque en el fondo Dios sabe mejor que yo lo que a mí me conviene.

. Desde dónde hablamos cuando oramos? Cuál es mi situación interior cuando estoy rezando?, pensemos antes de empezar a rezar cuál es nuestra disposición, si mi actitud interior es a corazón abierto, o si mi oración es una pantalla que pongo delante utilizando frases hechas para no descubrir mi alma. Para descubrir el punto de partida desde el que nosotros solemos rezar, el Catecismo nos sugiere que veamos el salmo 130 que dice “desde lo hondo a ti grito Señor, Señor escucha mi voz…”, es un salmo que expresa la actitud desde la que uno reza: “desde lo hondo…”. Es muy importante caer en la cuenta que la disposición, que la situación desde la que hacemos nuestra oración muchas veces acaba condicionando que la misma sea auténtica o sea superficial. Cuántas veces ocurre, que parece que ha hecho falta que la providencia de la vida nos haya quebrado para que hayamos tenido como experiencia de nuestra indigencia y entonces hayamos comenzado a rezar de verdad, a veces no hemos experimentado lo que es rezar desde la profundidad de nuestro corazón hasta que en la vida no nos hemos visto de alguna manera quebrados, y entonces hemos rezado con plena profundidad y humildad. El Catecismo se refiere a tener una actitud que dice “Señor tú lo sabes todo, yo que te voy a decir, no estoy aquí para decirte lo que tienes que hacer sino para decirte aquí estoy”.


. Lucas 18,9-14: “Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!". Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.”


Este texto nos dice claramente desde qué actitud estamos orando, el fariseo cree que no necesita la misericordia de Dios, esto en nuestra cultura lo podemos comparar cuando decimos que “yo soy buena gente, yo ni robo ni mato, yo soy buena persona….” y realmente lo que nos hace es incapacitarnos para ponernos ante la presencia de Dios. Rezar con un punto de partida auténtico supone la conciencia de ser pecador, es imposible rezar bien sin tener conciencia de ser pecador porque partimos de un punto de partida equivocado. Es lo mismo que querer ser humilde sin humillarse. Partiendo de una actitud de humildad, nos permite decir al Señor que “tú lo sabes todo, tú me conoce perfectamente, qué te voy a decir a ti …”, es como la actitud del publicano que no se atrevía a levantar los ojos del suelo y le pedía compasión por ser un pecador. El fariseo no pide nada, se siente auto salvado, sólo da gracias por no ser como el publicanos, por pagar el diezmo, por no ser un pecador, y habla y habla, y curiosamente el publicando casi no dice nada, solo pide compasión porque se siente mendigo. Este no decir muchas cosas y decir simplemente “Señor ten compasión de mí que soy un pecador”, es una actitud como decir “qué te voy a decir si tú lo sabe todo…, más que pedirte me presento ante ti, Señor no te merezco pero te necesito y cuanto menos te merezco más te necesito”.



. Debemos de cuidar la actitud desde donde hacemos oración. La humildad es la base de la oración, uno no puede ponerse en oración como el fariseo desde su orgullo. Nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, san Pablo en Romanos 9,26 nos dice: “Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”, es decir, tenemos que escuchar la voz del Espíritu dentro de nosotros, el Espíritu Santo nos inspira y nos enseña a hablar con Dios e intercede por nosotros, confiando y dando gracias que lo que me da el Señor es lo que me conviene.

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