Punto 408 Las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora, que puede ser designada con la expresión de san Juan: "el pecado del mundo" (Jn 1,29). Mediante esta expresión se significa también la influencia negativa que ejercen sobre las personas las situaciones comunitarias y las estructuras sociales que son fruto de los pecados de los hombres (cf. RP 16).
. El pecado social, es decir, el influjo del mal que hay en el mundo es una consecuencia del pecado original. Juan Pablo II nos dice que el pecado siempre es un pecado personal aunque pueda haber factores externos que pueden atenuar en mayor o menor grado nuestra responsabilidad y nuestra libertad, pero es una verdad de fe que la persona humana es libre y no se puede ignorar esta verdad con el fin de descargar en las estructuras, en los sistemas, en el prójimo el pecado de los individuos, porque estaríamos eliminando la libertad de las personas, sería como decir que los hombres somos piezas de un puzzle en el que estamos predeterminados. No existe nada tan personal e intransferible como la virtud cuando somos santos como la responsabilidad de la culpa, lo que no quiere decir que no tiene influencias de los demás.
. Por pecado social o pecado del mundo se entiende: que siempre el pecado repercute en los demás, que existe un tipo de pecado que suponen una agresión directa contra el prójimo, y el que se refiere a las relaciones entre las distintas comunidades humanas (lucha de clases, una nación contra otra,…). Este pecado social no elimina la responsabilidad de los individuos. La existencia de estos condicionantes nos hacen luchar para mejorar el ambiente social y que nos inclinen al bien en lugar de inclinarnos al mal.
Punto 409 Esta situación dramática del mundo que "todo entero yace en poder del maligno" (1 Jn5,19; cf. 1 P 5,8), hace de la vida del hombre un combate:
«A través de toda la historia del hombre se extiende una dura batalla contra los poderes de las tinieblas que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor. Inserto en esta lucha, el hombre debe combatir continuamente para adherirse al bien, y no sin grandes trabajos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de lograr la unidad en sí mismo (GS 37,2).
. En 1ª Jn 5,19 nos dice que “todo entero yace bajo el poder del maligno”, hay un influjo de satanás en este mundo que nos afecta mucho, en 1ª Pedro 5,8 “… vuestro adversario el diablo ronda … a quién devorar, resistidle firmes en la fe”. El demonio acecha, no podemos ser ingenuos y levantar la guardia, hay una batalla contra el maligno y en la esperanza que en Cristo está la victoria.
. El tentador tiene dos estrategias concretas: el combate frontal y el intento de asimilación, intentando mundanizarnos, rebajar el ideal crisitiano… y quien no ora no tiene capacidad de vencer, la batalla no es cosa de un día sino de toda la vida, actuando bajo la luz de Cristo, uno por sí solo no tiene nada que hacer, solo en Cristo y con Cristo podemos vencer la tentación. Primero hay que caer en cuenta de la tentación y segundo poner nuestra voluntad en Cristo para combatirla.
. La batalla dura toda la vida, las tentaciones las tendremos a lo largo de nuestra vida, diferentes pero tentaciones.
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