viernes, 31 de julio de 2015

Catecismo 612. La agonía de Getsemaní

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Punto 612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf.Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive",Viventis assumpta (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24).

. Si recordamos las tres tentaciones del desierto dónde Jesús va venciendo una tras otra las tentaciones que satanás le va proponiendo, cuando finalmente satanás se ve vencido por la obediencia y fidelidad de Cristo, es en Lucas 4,13 quien comenta “acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno”, es decir, nos da a entender que satanás vuelve a la carga esperando el momento oportuno, y este momento de Getsemaní es así considerado. Así también en nuestra vida el diablo busca los momentos oportunos, los momentos de flaqueza, en los que su acción puede ser más eficaz.

. Las tentaciones del desierto hacían referencia a la tentación de la complacencia del cuerpo (tentación del pan), a la tentación de la posesión de los bienes materiales y a la tentación de la gloria humana. Ahora en el huerto de los olivos, satanás tienta a Jesús en su interior, como diciéndole “para qué sirve lo que vas a hacer, qué fruto va a tener, para qué sirve tu entrega, acaso merece la pena, si sabes bien que Judas te va a entregar, ya lo dijiste en la última cena, satanás repasa ante Jesús todos los fracasos o frustraciones de su sangre redentora, todas las infidelidades de la humanidad, pecados gravísimos, decepciones en la iglesia, cristianos que le han traicionado, sacerdotes que han cometido escándalos, satanás está pues presentando a Jesús la tentación de si merece la pena todo esto ante tanta traición. En Lucas 22,43 nos dice: “entonces se le apareció un ángel que le confortaba”, es decir, un ángel de Dios le asistía y al igual que satanás por una parte está pretendiendo presentar a Cristo el supuesto fracaso de su redención, el ángel está consolando a Cristo haciéndole ver, haciendo presente el fruto de su sangre, tu sangre no va a ser inútil, la entrega tuya ente Dios tendrá un gran fruto: “mira a los mártires, mira a María, mira a los santos, mira a tanta gente de bien anónima” como merecen la pena. Hay pues una prueba interior en Jesucristo. También nosotros a veces somos tentados de desesperación en nuestra propia vocación: de qué sirve lo que he hecho si no veo los frutos, de qué sirve una vida consagrada ante tanta secularización, de qué sirven los sacrificios del día a día, y uno en la oscuridad de los frutos es tentado a abandonar en su entrega. Es la tentación más profunda, la tentación de desesperación en la vocación que Dios nos ha dado.

. Jesús acepta el cáliz de la nueva alianza que anticipó en la cena, es decir hay una aceptación personal de Jesús. Jesús tiene como una resistencia interior para pasar a la aceptación, el paso de la teoría a la práctica, o del dicho al hecho como nosotros decimos, lo realiza Jesús en Getsemaní y siente la resistencia interna a dar ese paso. A veces nosotros decimos un sí con nuestro entendimiento y voluntad que luego a nuestra apetencia le cuesta aceptar. En el proceso de aceptación de Jesús que tiene un instinto de supervivencia, hay un horror en la naturaleza humana de Cristo a lo que le viene encima, le aterra, no tiene ninguna apetencia, es decir, Jesús asume, para redimir, el proceso de aceptación que todos tenemos que tener, lo asume luego lo redime, asume esas resistencias interiores que tenemos hasta la aceptación plena. Desde el sí teórico al sí vital de cada uno, suele pasar un tiempo de maduración, un tiempo en el que uno acepta a Dios no en los conceptos sino en la vida, en la práctica, y pronuncia el acepto, confío, me pongo en tus manos. El aceptar Jesús en su voluntad humana que se hiciese la voluntad del Padre es lo que nos redime: que una voluntad humana se haya sometido plenamente a la voluntad de Dios, “que no se haga mi voluntad sino la tuya” como dijo Cristo en Getsemaní. Cada vez que nosotros decimos “acepto”, acepto mi enfermedad, acepto mi postración, acepto este revés, acepto vivir en paz donde me has puesto, etc etc, cada vez que decimos lo acepto tenemos que saber que es: “pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”.

.  Jesús se dirige al Padre diciendo “Padre mío si es posible que pase de mí este cáliz”. La imagen del cáliz tiene un sentido, muchas veces artísticamente se ha representado Getsemaní con un Cristo arrodillado y con un ángel que le entrega una copa a Jesús, y éste alarga su mano y recibe ese cáliz. Acordémonos de lo que le dijo Jesús a los hijos del Zebedeo: “podéis beber el cáliz que yo he de beber”. La imagen del cáliz no es una imagen festiva como en otros pasajes de las escrituras, sino que se trata del cáliz del dolor, del cáliz de la cólera divina entendida como el peso de nuestros pecados, beber el cáliz hace referencia a beber el castigo que los hombres merecemos por nuestros pecados, una vez más es la imagen bíblica del inocente por los culpables. Cristo el inocente está bebiendo la amargura de nuestros pecados, Jesús es capaz de transformar el cáliz amargo del dolor en cáliz de salvación. El inocente bebe la bebida de los culpables y la transforma en bebida de salvación.

. No es casual que Pedro, Juan y Santiago que están compartiendo la tentación de Getsemaní sean los mismos que habían estado en el monte Tabor. Los testigos del momento de la agonía son los mismos testigos que los del momento de la gloria. El Señor está educando a la columna de la iglesia entre la consolación y  la desolación. A pesar de lo que ven en Getsemaní, no deben olvidar lo que vieron en el Tabor, el escándalo de contemplar a Cristo padeciendo tiene que ser también de alguna forma aliviado con el recuerdo del Cristo glorioso, las dos cosas son necesarias y forman parte de la pedagogía divina.


. Cristo sudó sangre. En Lucas 22,44 curiosamente es el único evangelista que narra este suceso, tal vez por su condición de médico y le llamó profundamente la atención ese fenómeno y dice: “En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo”. Hoy en día en medicina se habla del sudor de sangre como la hematohidrosis, un fenómeno raro que ocurre en condiciones excepcionales, un agotamiento físico acompañado de un trastorno moral consecuencia de una emoción profunda, de un miedo atroz. Es curioso que esto no ocurriera durante la pasión física de Cristo, ni ante Pilato ni ante Herodes, sino que ocurrió en Getsemaní porque es más expresión de la pasión del alma que de la pasión del cuerpo. Esta agonía de Jesús se debía a que sentía el peso del cáliz, de todas las injusticias, guerras, robos, mentiras, niños y mayores que mueren de hambre por el egoísmo de otros, traiciones, etc etc. Todo esto hace que exista una emoción profunda, un miedo atroz que llega a producir el estado de shock que provoca la hematohidrosis.

miércoles, 29 de julio de 2015

Catecismo 610-611. Jesús anticipó en la cena la ofrenda libre de su vida

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Punto 610 Jesús expresó de forma suprema la ofrenda libre de sí mismo en la cena tomada con los doce Apóstoles (cf Mt 26, 20), en "la noche en que fue entregado" (1 Co 11, 23). En la víspera de su Pasión, estando todavía libre, Jesús hizo de esta última Cena con sus Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre (cf. 1 Co 5, 7), por la salvación de los hombres: "Este es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros" (Lc 22, 19). "Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados" (Mt26, 28).

Punto 611 La Eucaristía que instituyó en este momento será el "memorial" (1 Co 11, 25) de su sacrificio. Jesús incluye a los Apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla (cf. Lc22, 19). Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: "Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad" (Jn 17, 19; cf. Concilio de Trento: DS, 1752; 1764).

. En estos dos puntos se une el sacrificio de la ofrenda libre de Jesucristo y la institución del sacerdocio. Jesús utilizó la palabra cáliz o copa en diversas ocasiones antes de llegar la institución de la eucaristía. En el Antiguo Testamento la palabra cáliz o copa encontramos que en ocasiones tiene el sentido de ofrenda de acción de gracias (salmo 116), o de felicidad otorgada por Yahveh a la manera de un vino en un banquete sagrado (salmo 23), o de sentido festivo (salmo 16), o del cáliz del dolor (salmo 75,9), o el cáliz de la ira de Yahveh (Isaías 51,17-22). Jesús se refiere al cáliz en el sentido misterioso del peso, de la amargura de todos los pecados de la humanidad. Jesús bebe el cáliz en calidad de inocente transformando el castigo que era para nosotros en bebida de salvación para nosotros. En  Corintios 25, 23-25: “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memora mía. Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva»”, San Juan es el único evangelista que no recoge la última cena, sin embargo este pasaje también lo encontramos en San Pablo. Uno de los elementos que remarca el aspecto sacrificial es cuando indica: “mi Cuerpo, que se entrega por vosotros”, Jesús ofrece su cuerpo como sacrificio para alimento y vida del mundo.

. La imagen que vemos en los sagrarios de un pelicano indica que dicho animal en tiempo de escasez de alimentos, picotea su pecho para arrancarse carne y sangre para alimentar a sus polluelos. Este sentido sacrificial de alimento es el que utiliza san Juan 6,51 :”El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Jesús se nos da como alimento, Jesús alimenta nuestra alma.  

. Es importante entender que en el Antiguo Testamento la palaba sangre era como el alma de la carne. En Levítico 17,11: “Porque la vida de la carne está en la sangre, y yo mismo les he puesto la sangre sobre el altar, para que les sirva de expiación, ya que la sangre es la que realiza la expiación, en virtud de la vida que hay en ella”. Jesús para instituir la eucaristía también utiliza estos conceptos aunque los supera. Si los antiguos creían que la sangre era como el alma de la carne, uno entiende que al recibir la carne y la sangre, al recibir la eucaristía está recibiendo la vida de Jesucristo porque la sangre es como el alma de esa persona.

. Entre nosotros hay grupos que entienden que entienden de una manera literal el precepto del Levítico y por lo tanto no pueden hacer trasfusiones de sangre porque es como si estuvieras quitando el alma de una persona y metiéndola en otra persona lo cual raya lo ridículo. El Antiguo Testamento alcanza su sentido desde Jesucristo y no entenderlo así puede llegar a situaciones ridículas. Cuando Jesús instituye la eucaristía, cuando habla de dar su sangre para la vida del mundo, esa sangre es imagen de la vida, es el alma suya que él entrega al mundo. Hay una comunión de vida entre Cristo y los que han comulgado: el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y él vivirá por mí y yo viviré en él. La eucaristía alimenta la inhabitación de Dios en nosotros. Comulgar bien es tener comunión con Cristo.

. La eucaristía: encontramos su definición como el sacramento que consiste en la transubstanciación del pan en el Cuerpo de Cristo y del vino en su Sangre que renueva mística y sacramentalmente el sacrificio de Jesucristo en la cruz. El sacramento de la eucaristía fue instituido por Jesucristo en la última cena con los apóstoles.

. Otro aspecto dentro de la institución de la eucaristía es como Lucas y Pablo recogen que al final de la fórmula consacratoria Jesús añadió “haced esto en memoria mía”, que es una evocación de la prescripción que existía de comer el cordero pascual en recuerdo de la liberación de Egipto, era pues el recuerdo de la prescripción de un sacrificio, en Exodo 12,14 decimos “este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación, decretaréis que sea fiesta para siempre”. Igual que a Israel se le había mandado guardar con esmero el recuerdo de la liberación de Egipto en el que aquél cordero había sido sacrificado y cuya sangre se había untado en el dintel de las puertas y era una sangre liberadora, pues ahora a la Iglesia se le manda guardar memoria y hacer presente el sacrificio de un único cordero cuya sangre derramada nos libera del pecado.

. Hay que entender también que Jesús se presenta como la nueva alianza. Si en el monte Sinaí Moisés hizo una alianza en la que hubo una promesa en la que Yahveh iba a asistir a su pueblo y el pueblo se iba a comprometer a vivir unos mandamientos. Esa alianza fue sellada en un pacto que vemos en Exodo 24,6-8: “Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar. Luego tomó el documento de la alianza y lo leyó delante del pueblo, el cual exclamó: «Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho». Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas». Moisés ofreció la sangre a Dios poniéndola en unas vasijas y la otra parte la entendieron como que era Dios la que se la ofrecía a ellos y la derramaron sobre ellos. Eso mismo hace Jesús, es por una parte la sangre de Dios que se derrama sobre nosotros y nos purifica, y por otra parte representa la sangre de los hombres que se ofrece a Dios en sacrificio como expiación. Por eso Jesús personifica la alianza, Jesús es el mediador, en él se unen Dios y la humanidad que le permite llevar a cabo el don de Dios a los hombres y oblación del hombre a Dios, las dos cosas están teniendo lugar en Jesús. En el Antiguo Testamento el sacrificio tiene una sola dirección ascendente que consiste en una ofrenda hecha a Dios intentando hacerse propicio a Dios y alcanzar su favor, sin embargo ahora por Cristo el sacrificio toma además una dirección descendente de Dios a los hombres en la encarnación de Cristo, y una dirección ascendente del hombre hacia Dios en la cruz, en la pasión de Cristo en la que todos los sufrimientos de la humanidad de Cristo que son nuestros sufrimientos se ofrecen al Padre.

. Para entender las palabras “este es mi cuerpo que se entrega por vosotros, esta es mi sangre que se entrega por vosotros”, habría que hacer una precisión. La carne y la sangre hacen referencia a los sacrificios del Antiguo Testamento, donde al sacrificar al animal, se recogía la sangre del animal en vasijas y se rociaba el altar o se rociaba al pueblo, y la carne era bien comida o quemada. El pueblo de Israel una y otra vez estaba ofreciendo la carne y la sangre de los animales irracionales, y la propia repetición estaba dejando claro que no eran efectivos. Cristo remarca la palabra carne y sangre para expresar a los que le escuchaban que él se constituía en el verdadero sacrificio ofrecido a Dios y que los sacrificios del Antiguo Testamento habían sido ineficaces. Cristo quería dar a entender que estaba entroncando con todo el deseo del Antiguo Testamento de purificación a través de un sacrificio, deseo que había sido ineficaz porque la sangre y la carne de aquellos animales no era purificatoria porque era un don ascendente del hombre a Dios, no era un don descendente de Dios a nosotros y hasta que Dios mismo no nos dio a su Hijo rociándonos con su sangre, ese sacrificio ascendente no tenía más que la expresión de una buena voluntad por parte del hombre de ser purificado.   


. Una de las pruebas más evidentes de que Cristo entrega su vida voluntariamente es que ya la entregó en la víspera en la última cena. Anticipó sacramentalmente su entrega a la condena de Pilato ya la condena del sanedrín.    

lunes, 27 de julio de 2015

Catecismo 608-609. 'El Cordero que quita el pecado del mundo'. Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre

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Punto 608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los pecadores (cf.Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr 11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual símbolo de la redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14; cf. Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45).

. El contexto de la expresión “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” es el bautizo de Jesús en el río Jordán. Fue reconocido y confesado por Juan Bautista como el cordero de Dios. En Lucas 3,21-22 cuenta: “Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección»”. En medio de un bautismo general, se bautizó también Jesús. Es un gesto una vez más de abajamiento, es decir, fue bautizado como uno más, junto con los pecadores que querían bautizarse.

. Un grado de soberbia es la singularidad, el pretender ser distinto, el pretender ser centro de atención, la tendencia a destacar. Jesús nos demuestra el abajamiento a la voluntad del Padre poniéndose en la fila, en medio de los pecadores esperando a que le toque su turno, sin adelantarse a nadie. Frente a la tendencia a destacar, Jesús nos enseña el sometimiento no solo a la voluntad del Padre sino también a las leyes y procesos humanos, a las normas humanas. En Mateo 3,14-15 dice: “Juan se resistía, diciéndole: «Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!». Pero Jesús le respondió: «Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo» (para cumplir todo amor gratuito). Y Juan se lo permitió”. Esta reticencia de Juan Bautista a bautizar a Jesús nos recuerda cuando Simón Pedro también se muestra reticente a lavarle los pies a Jesús. Vemos una vez más como el amo toma forma de siervo, el que quiera ser primero que sea el último, la jerarquía es servicio, el primero es el servidor de todos, el que se humilla será ensalzado. Vemos un estilo en Jesús del abajamiento para ser glorificado. Ocupad el último lugar y ya vendrá el dueño y os hará poneros en el primero, el que se abaje será ensalzado, el que se humille será enaltecido.

. Jesús se pone entre los pecadores, es crucificado entre ladrones. San Irineo nos dice: “para redimir hay que asumir, lo que no es asumido no es redimido”, es decir, Jesús no nos salva desde fuera, sino que asume nuestra condición para salvarnos desde dentro, asume nuestra condición para transformarla, asume la debilidad de la carne para fortalecernos, asume las tentaciones para darnos fuerza para no caer en la tentación y hasta asume el ser tomado como pecador para transformar esa condición pecadora en gracia. Este es el estilo de Jesús.

. La expresión “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” entronca con dos imágenes del Antiguo Testamento, una es la del siervo doliente en Isaías 53,7-12: “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca...Juan Bautista perfecto conocedor de las escrituras cuando estaba señalando a Jesús en medio de aquella multitud como el cordero de Dios, estaba haciendo referencia a esta imagen del cordero degollado llevado al matadero cargando con todos los pecados de la humanidad. La segunda imagen está en Éxodo 12,3-14: “Digan a toda la comunidad de Israel: El diez de este mes, consíganse cada uno un animal del ganado menor, uno para cada familia…. Después tomarán un poco de su sangre, y marcarán con ella los dos postes y el dintel de la puerta de las casas donde lo coman…. Y lo comerán rápidamente: es la Pascua del Señor. Esa noche yo pasaré por el país de Egipto para exterminar a todos sus primogénitos, tanto hombres como animales, y daré un justo escarmiento a los dioses de Egipto. Yo soy el Señor. La sangre les servirá de señal para indicar las casas donde ustedes estén. Al verla, yo pasaré de largo, y así ustedes se libarán del golpe del Exterminador, cuando yo castigue al país de Egipto”. También Juan Bautista hace referencia a la sangre del cordero con que esta untado el dintel de la puerta cuando señala a Jesús como el cordero de Dios. Nosotros en el bautismo somos marcados en la frente con esa señal del cordero, con esa señal de la cruz.

Punto 609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, "los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los hombres (cf. Hb2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: "Nadie me quita [la vida]; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).

. Para expresar Dios el amor que nos tiene, se sirve de la humanidad como un instrumento, lo vemos en 2ª Hebreos 10,17-18, donde se dice que Jesús se asemejó en todo a sus hermanos y habiendo sido probado en el sufrimiento puede ayudar a los que se ven probados. Remarca el hecho de que Jesús nos salva desde dentro. Nosotros decimos que quien mejor ayuda a una persona es la persona que ha pasado por su misma situación. Dios hace de la humanidad un instrumento para amarnos, comprendernos. Confía en Dios porque te comprende, ha experimentado lo que es cansancio, lo que es la tentación. Jesús no nos pide nada que él no haya hecho vida en su encarnación.


. Jesús entrega su vida libremente a nosotros: “nadie me quita la vida, yo la doy voluntariamente”. En Juan 18,4-6: “Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: «¿A quién buscan?». A Jesús, el Nazareno. El les dijo: «Soy yo». Judas el que lo entregaba estaba con ellos. Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra”. Jesús en su detención remarca su entrega libre y soberana cuando confiesa “Yo soy”. 

sábado, 25 de julio de 2015

Catecismo 606-607. Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre

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Punto 606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: [...] He aquí que vengo [...] para hacer, oh Dios, tu voluntad [...] En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación (ofrenda) de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).

. El Padre nos da a su Hijo en su iniciativa gratuita de amor, como un don de amor de Dios a nosotros. Ahora bien, Cristo es dado por el Padre pero a la vez Cristo mismo se ofrece al Padre en favor nuestro, en reparación, en expiación. Si bien Dios da el primer paso, también busca la correspondencia de los hombres. La expiación es un concepto católico, en el Antiguo Testamento se va avanzando sobre lo que es expiación. El pecado en el Antiguo Testamento inicialmente se considera como un fallo, algo imperfecto, como un fallo o defecto exterior. Según se avanza en la Sagrada Escritura, la concepción del pecado es algo mucho más personal, no como un fallo o defecto, sino como la infidelidad. Ya no se trata de un fallo, sino de fallarle al amor de una persona. Ser infiel es fallar o traicionar en un amor. El pecado pasa a considerarse como la infidelidad a Yahveh. Hay una evolución del concepto de pecado hacia algo más personal. Tenemos que entender que Cristo se ofrece en sacrificio por la expiación de nuestros pecados, si el pecado es un amor no correspondido, Cristo quiere decirle al Padre “Yo te amo, yo te soy fiel, yo quiero cumplir tu voluntad”, para expiar, reparar nuestras infidelidades, nuestras tibiezas, nuestras faltas de fidelidad al amor de Dios Padre.

. El pecado le afecta a Dios, el pecado le hace sufrir, si no fuera así no habría gozo en la conversión de un pecador, en el retorno de un hijo perdido. El pecado hace sufrir el corazón de Cristo y del Padre. El Padre se alegra del retorno del hijo pródigo y Cristo, el buen pastor, se alegra por la oveja perdida. Dios al comprometerse con nosotros se ha hecho vulnerable, si se ama se es vulnerable a la respuesta de amor.

. Así en el Antiguo Testamento, los profetas intentaban corregir esta tendencia de los rituales que hacía el pueblo de Israel ofreciendo sacrificios expiatorios (corderos sacrificados) que no conllevaban una conversión interior y que eran unos rituales vacíos pues el sacrificio exterior no repara nada mientras el corazón interior no cambie. En Malaquías, se profetiza que el sacrificio de Cristo será el verdadero sacrificio que expíe el corazón del Padre, pues estos sacrificios humanos que estáis haciendo no llegan a reparar ese daño.
  
Punto 607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19, 30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).


. Dios no es algo, es alguien, es Padre, y te quiere, y le importas, de tal forma que le afectan nuestras obras. Dios no es un Dios impasible, se ha hecho vulnerable al amarnos, y por tanto asume la consecuencia de poder sufrir. Hay personas que por no sufrir renuncian a amar. En consecuencia, el pecado aunque no afecte a la naturaleza divina, toca el corazón de un Padre que quiere darse. Entendemos por lo tanto que Cristo en la cruz corresponde al amor incorrespondido del Padre por iniciativa misma de éste, el Padre tiene la iniciativa y Cristo corresponde a esa iniciativa. Jesucristo es como el hijo mayor ideal de la parábola del hijo pródigo que viendo a su padre apesadumbrado intenta reparar el corazón del padre, que se entrega al padre para ir a buscar al hijo menor. 

jueves, 23 de julio de 2015

Catecismo 604-605. Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal

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Punto 604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. Jn 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).

Punto 605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Concilio de Quiercy, año 853: DS, 624).

. Se remarca la iniciativa del amor de Dios, es Dios quien toma la iniciativa, el don de la redención es descendente antes que ascendente, es decir, la salvación viene del cielo a la tierra, el sacrificio de Cristo es un don de Dios a la humanidad. En el resto de las religiones la dimensión principal es la ascendente dónde el hombre intenta ganarse un favor divino, el hombre hace ritos para conseguir los favores de los dioses, por ejemplo ofrece sacrificios para que los dioses le sean propicios. Es algo que parte del hombre que intenta ganarse el favor de Dios. Sin embargo, la visión cristiana es la contraria, Dios es el que busca al hombre, es una iniciativa de Dios el ir a buscar la oveja pérdida, antes de que nosotros empezáramos a buscar a Dios, Él ya nos estaba buscando.

. Se están contraponiendo dos concepciones religiosas: una religión natural que es todo intento del hombre de ascender a lo divino partiendo de sus propias fuerzas e iniciativa, el hombre realiza ritos, sacrificios etc, para  hacer propicio a Dios y obtener a cambio un favor. Y una religiosidad revelada que parte de la iniciativa de Dios que busca al hombre. Por ejemplo, un periodista que quiere conocer a un artista, lo busca, pregunta a sus amistades por él, le hace fotos a distancia… esto sería la religiosidad natural, y cuando el artista le dice al periodista que desea comer con él, y le cuenta su pasado, sus proyectos, sus inquietudes, etc, el periodista recibe todo el conocimiento por la propia revelación del artista… esto sería comparable a la religiosidad revelada. La salvación de Dios no es ascendente, es descendente, como vemos en 1ª Juan 4,10: “es Dios Padre por tanto, el que por propia iniciativa proporciona el sacrificio de su hijo como don suyo a los hombres”. En Juan 3,16:” Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. En Gálatas 4,4-5:” Mas cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial”.

. El concepto de mérito: por mérito se ha entendido tradicionalmente el derecho a la recompensa. Lo malo es intentar aplicar este concepto directamente en nuestra relación con Dios, pues estrictamente hablando un hombre delante de Dios no tiene derecho a nada, Dios es la infinitud, es el ser perfecto, nosotros somos una criatura de Dios. Qué derecho tiene la criatura ante el creador?: ninguno. Por lo tanto no se puede aplicar el sentido de mérito en nuestra relación con Dios en el sentido humano de retribución humana. En las mismas escrituras vemos que ante Dios puede tener el mismo “mérito” el que trabajó toda la jornada, el que trabajó media jornada o el que trabajó únicamente la última hora. Nuestro mérito se entiende como el poder participar del mérito de Cristo, unido al dolor de Cristo en la cruz que como es persona divina sí que tiene mérito, entonces participamos de ese mérito infinito. En nosotros hay algo que nos precede en nuestro mérito que es el mérito de Cristo en la cruz que hace que el nuestro tenga el mismo valor.

. El concepto de justicia: el primer concepto de justicia que vemos en la Sagrada Escritura viene de la alianza entre Yahveh y su pueblo, y consiste en que el pueblo practica la justicia cuando cumple sus deberes para con Dios, y Dios es justo guardando las promesas de salvación para su pueblo. Vemos también que esta justicia implica la retribución del piadoso y el castigo del impío. Poco a poco en la escritura se va avanzando en el concepto de justicia. A partir del capítulo 44 del libro de Isaías se va adquiriendo un concepto más purificado del concepto de justicia, ya en este libro, justicia y gracia son dos conceptos casi sinónimos, justicia y gracia, justicia y santidad. Si uno no se da cuenta de esto, muchos pasajes de la Sagrada Escritura pueden ser incomprensibles. Al principio, la justicia consistía en que uno cumple los mandamientos y Dios cumple su parte, pero el hombre al no cumplir su parte, Dios no deja de cumplir su parte, así se va purificando el concepto de justicia, Dios nos ama por justicia, por gracia, por santidad, por amor gratuito. Se pueden llegar a muchos equívocos si no entendemos bien la concepción bíblica de la justicia, porque nosotros tenemos una concepción moderna de justicia que es la justicia humana. Ser justo para Dios es actuar conforme a su amor. La justicia en el sentido humano es como poner un límite al amor gratuito y el concepto bíblico de justicia no le pone límite al amor de Dios, sino todo lo contrario.

. Cristo entrega su vida al mismo tiempo que el Padre está entregando al Hijo, porque el Padre y el hijo están unidos en una sola voluntad. Dios nos ha amado antes de que lo merezcamos y la cruz es la prueba del amor de Dios, el amor está probado cuando precisamente se quiere a alguien del que no se espera nada.

domingo, 19 de julio de 2015

Catecismo 602-603. Dios le hizo pecado por nosotros

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Punto 602 En consecuencia, san Pedro pudo formular así la fe apostólica en el designio divino de salvación: "Habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla, Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros" (1 P 1, 18-20). Los pecados de los hombres, consecuencia del pecado original, están sancionados con la muerte (cf. Rm 5, 12; 1 Co 15, 56). Al enviar a su propio Hijo en la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7), la de una humanidad caída y destinada a la muerte a causa del pecado (cf. Rm 8, 3), "a quien no conoció pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Co 5, 21).

. Qué significa la expresión Dios le hizo pecado por nosotros? o Dios  no perdonó ni a su propio hijo?. En el siervo de Yahveh vemos que ha sufrido por nosotros, es cargado con nuestras culpas y que ofrece su vida en expiación por nuestros pecados. No es correcto aplicar a Jesucristo literalmente la imagen del macho cabrío del día de la expiación, los santos padres no lo hicieron, porque el macho cabrío no fue ni inmolado ni ofrecido en sacrificio como lo fue Jesús, es más era considerado inmundo y no podía prefigurar a Cristo porque cristo es la victima inmaculada, es el sacrificio ofrecido pero inmaculado. Jesús hizo una especie de sustitución por nosotros, hizo la expiación propia de un inocente por los culpables. La idea de la sustitución no ha de entenderse como si Cristo fuese castigado porque un castigo debe recaer sobre el culpable, es decir, el Padre no pudo castigar a Jesucristo, sino que fuimos nosotros quienes le castigamos. El sacrificio de Cristo tiene valor precisamente porque está hecho por un inocente, Cristo es semejante a nosotros en todos menos en el pecado. Cristo no es un pecador, y Dios le hizo pecado, que no pecador, Jesús cargó las consecuencias del pecado sobre él pero siendo inocente, sin hacerse pecador, por tanto la cólera de Dios no pudo caer nunca sobre su Hijo, es más siempre estuvo amando a su hijo como el inocente que agrada al corazón del Padre. Jesús carga las consecuencias del pecado sin hacerse pecador.

Jesús no estaba siendo castigado por el Padre, sino que le estaba ofreciendo al Padre un sacrificio en favor nuestro, no estaba cargando con la pena nuestra, estaba ofreciendo la su vida en sacrificio como reparación de lo que a nosotros por el pecado nos correspondía. Jesús es el inocente que sin ser en ningún momento pecador se hace pecado, es decir, asume las consecuencias del pecado, es decir, se hizo en todo semejante a nosotros menos en el pecado, pero asume las consecuencias de lo que supone ser pecador sin serlo.      

Punto 603 Jesús no conoció la reprobación como si él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con relación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Sal 22,2). Al haberle hecho así solidario con nosotros, pecadores, "Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros" (Rm 8, 32) para que fuéramos "reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5, 10).

. En la cruz, en esa inmensa Pasión de Cristo en la cruz se ve la magnitud de nuestro pecado, se ve la gravedad de nuestro pecado al ver las consecuencias tan inmensas que Jesús ha asumido como consecuencia de nuestro pecado. A veces uno entiende la gravedad de su pecado al ver lo que Jesús ha hecho por su reparación y que hasta entonces no se había dado cuenta.

. En el momento del abandono de Cristo en la cruz, él no sufre el abandono por motivo de que él sea pecador, sino que se trata de un sufrimiento que el Padre y el Hijo por mutua voluntad redentora que asumen plenamente, han querido que Jesús tenga como reparación. Jesús tuvo un sufrimiento íntimo en la cruz, que quiso experimentar del abandono de Dios Padre, pero entendamos que el Padre en ningún momento abandona a Jesucristo, el Padre y el Hijo son una misma cosa, estaban unidos y no pueden dejar de estarlo en ningún momento. El Padre y el Hijo en esa voluntad común de redención quisieron asumir el sufrimiento de sentir en un momento determinado el abandono afectivo. Jesús pues no fue abandonado del Padre, no podía hacerlo, pero sí quiso tener esa experiencia del abandono afectivo, de no experimentar esa unión, igual que al hombre le ocurre de sentirnos abandonados de Dios, se no sentir su presencia, de sentir distancia y lejanía. Esa prueba quiso sentirla también Jesús, no se trataba pues de una desesperación sino de la confesión del dolor de la prueba que Jesús tiene en ese momento. Cristo experimenta el sentirse abandonado.

. Cristo no solo sufre con nosotros sino que lo hace por nosotros, esto es más que solidaridad, es una sustitución en favor nuestro. San Pablo nos dice que Cristo ha cargado con las consecuencias del pecado POR nosotros, no solo CON nosotros. Hay una solidaridad que llega hasta la sustitución. Esta idea ya estaba en el siervo doliente. La sustitución de Cristo no elimina nuestra cooperación.


. La experiencia del silencio de Dios que a veces los hombres podamos tener nos puede servir para entender la frase “Dios mío porqué me has abandonado”. Cuanta mayor es la fe y mayor es la intensidad en invocar el nombre de Dios, más dramático es el silencio. Sería pues en Cristo en quien sería más dramático el silencio de Dios. Es evidente que nunca estuvo tan cerca el Padre de su Hijo como en aquél momento, cuando estaba realizando su obediencia suprema, pero en cuanto hombre, había habido un momento en que Jesús no había sentido esa cercanía, se había sentido abandonado y era el momento máximo del abajamiento. Incluso en una situación tan extrema Jesús mantuvo su confianza en Dios y su amorosa sumisión al Padre, en sus labios escuchamos el grito filial Abba Padre.         

miércoles, 15 de julio de 2015

Catecismo 601. Muerto por nuestros pecados según las escrituras

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Punto 601 Este designio divino de salvación a través de la muerte del "Siervo, el Justo" (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11-12; Jn 8, 34-36). San Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber "recibido" (1 Co 15, 3) que "Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras" (ibíd.: cf. también Hch 3, 18; 7, 52; 13, 29; 26, 22-23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7-8 y Hch 8, 32-35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25-27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44-45).

. El Catecismo le da importancia al cumplimiento de las escrituras en la muerte redentora de Jesucristo que ya fue anunciada según las escrituras del Antiguo Testamento. El sacrificio redentor de Jesús no ha sido un acontecimiento que no se haya preparado previamente, y así lo vemos en el Antiguo Testamento para que el pueblo comprendiese dicho sacrificio. Lo encontramos en el culto judaico donde se le daba mucha importancia al sacrificio, se trataba como de alejar la cólera divina y obtener la protección de Yahveh ante una desgracia que estaba teniendo lugar, pero sobre todo estaba el sacrificio expiatorio que consistía en purificar aquello que hacía impuro al hombre y le alejaba de Dios, ellos tenían conciencia de que todo hombre es pecador y que tenía que limpiarse para poder acercarse a Dios. De hecho en el mundo judío existía el día de las expiaciones donde se sacrificaba un toro y un macho cabrío y con cuya sangre el sumo sacerdote entraba en el templo, en el santa santorum y allí con esa sangre rociaba el propiciatorio que era algo que cubría el arca de la alianza, lo rociaba y después de eso el sumo sacerdote salía fuera y a un macho cabrío que estaba vivo le imponía las manos como queriendo trasmitirle todo el peso de los pecados de los hombres, queriendo como expresar que el hombre no puede llevar el peso de sus pecados y los trasmitía a ese macho cabrío, y luego ese macho era llevado al desierto y abandonado. Todo esto estaba preparando al pueblo de Israel para entender la necesidad de un sacrificio expiatorio.

. Otro aspecto en la vida de Israel para entender el sacrificio redentor de Jesucristo es la propia historia del pueblo de Israel. Es una historia que está llena de desgracias seguidas de liberaciones, hay dos momentos claves sobre todo: la esclavitud de Egipto y el exilio de Babilonia (destrucción de templo), son dos acontecimientos que son desgraciados que fueron seguidos de liberación y restauración (del templo), que nos hacen entender que la cruz es luego camino de salvación. Los judíos entendían que esos momentos de desgracia les habían sobrevenido como consecuencia de los pecados que habían cometido, son castigos para buscar una religiosidad más pura. Era una creencia que a través de la desgracia se lleva a la salvación. Pero hay muchos pasajes de las escrituras que ponen lo anterior en cuestión, las desgracias también sobrevienen a los inocentes, sobre todo el libro de Job que es el libro que afronta el problema del sufrimiento del inocente. Este libro comienza a preparar al pueblo de Israel para entender el sufrimiento del inocente, pues si en el Antiguo Testamento el sufrimiento hubiese sido únicamente de los pecadores, no se habría entendido el sufrimiento de Jesús.

. Es sobre todo en la profecía del Siervo doliente donde se prefigura el sentido de la Pasión de Jesucristo. En la primera lectura del Viernes Santo solemos leer el cuarto cántico del siervo de Yahveh, en Isaías están los cuatro cánticos del siervo de Yahveh. El pueblo de Israel dejó en el olvido estas páginas y se fijó más bien en otras páginas que hablaban de un mesías con una imagen triunfante. El primer cántico está en Isaías 42.1-7: “Este es mi Servidor, a quien yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. El no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Así habla Dios, el Señor, el que creó el cielo y lo desplegó, el que extendió la tierra y lo que ella produce, el que da el aliento al pueblo que la habita y el espíritu a los que caminan por ella. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas. Aquí al siervo doliente se le llama alianza del pueblo, esta palabra “alianza” la pronuncia Jesús en la última cena, y se la apropia como cumpliendo la imagen del siervo de Yahveh. Se ve la dulzura, la paciencia y la misericordia con la que este siervo va a tratar a los pecadores, hace referencia al estilo misericordioso que Jesús tuvo con los pecadores, el cual trato a los pecadores no quebrando esa debilidad que teníamos, sino consolando y fortaleciendo a la oveja descarriada. El segundo cántico está en Isaías 49,1-6:”¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre pronunció mi nombre. El hizo de mi boca una espada afilada, me ocultó a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su aljaba. El me dijo: «Tú eres mi Servidor, Israel, por ti yo me glorificaré». Pero yo dije: «En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza». Sin embargo, mi derecho está junto al Señor y mi retribución, junto a mi Dios. Y ahora, ha hablado el Señor, el que me formó desde el seno materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a él y se le reúna Israel. Yo soy valioso a los ojos del Señor y mi Dios ha sido mi fortaleza. El dice: «Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra». Vemos los planes que tiene Yahveh, a pesar de esa debilidad e inocencia en la que se encuentra ese siervo, pero de la que Yahveh piensa realizar un designio de salvación. En el cantico tercero Isaías 50, 4-9: “El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado. Está cerca el que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla”. Vemos como se inicia el misterio de la Pasión, sonde hay una gran docilidad por parte de este siervo, y una gran confianza en la ayuda de Dios en la victoria en medio de las humillaciones, es un siervo doliente y sufriente que en medio de su prueba tiene una clara conciencia que está en manos de Yahveh, que se sabe en manos de su Padre que tiene un plan redentor. En el cuarto cántico es dónde se más se prefigura la Pasión de Jesucristo. Isaías 52,13 al 53,12: “Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído. Quién creyó lo que nosotros hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? El creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. El fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte? Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de él. A causa de tantas fatigas, él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y él repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables”. El pueblo de Israel debía estar preparado con este cántico para adentrarse en el misterio de la Pasión de Jesucristo. Hay una descripción clara de la humillación y de la docilidad de este siervo que le prepara para la glorificación final. Se está dando un sentido al sufrimiento. El sufrimiento es aceptado voluntariamente por este siervo y es ofrendado a Dios como un sacrificio expiatorio, pero no como un sacrificio ritual como antes en el Antiguo Testamento, sino más con el corazón que con un rito externo. Es expiatorio porque dice: “él ha sido herido por nuestras culpas, molido por nuestros pecados”, hay una expiación en favor de otros. Y a los ojos de Dios se presenta como el siervo inocente, el inocente sustituyó a los culpables. Yahveh se complace en el sacrificio del siervo, le bendice, prefigura su resurrección: “por las fatigas de su alma verá la luz”.

. En conclusión, este siervo sufriente constituye la culminación de todo el Antiguo Testamento para comprender el sacrificio redentor de Jesucristo. Se personifica en este siervo el paso de la desgracia a la liberación. Es el cumplimiento del nuevo sentido del sufrimiento, el de un inocente que se inmola por los culpables y obtiene para ellos el perdón y la purificación. Vemos en Cristo el cumplimiento de esta imagen. En el encuentro del templo, el anciano Simeón cuando predice quién es ese niño que tiene en sus manos lo llama “luz para iluminar a las naciones” que es una expresión del cántico del siervo de Yahveh, y al mismo tiempo que ve como luz, profetiza las contradicciones que vendrán sobre Jesús, “y una espada te traspasará el corazón” le dice a su madre. Pero la figura del siervo sufriente no llegó a penetrar en la mentalidad popular judaica que esperaba un mesías triunfante.


. Varios pasajes del Nuevo Testamento hacen referencia a estos cánticos del siervo: Mateo 20,28; Lucas 24,44-45; y en Hechos 8,32-34 en el episodio en que Felipe se acerca al eunuco, éste estaba leyendo el pasaje de Isaías: “fue llevado al matadero…”. Felipe partiendo de este texto se pone a anunciar la buena nueva de Jesús. La primitiva comunidad cristiana echó mano de estos cánticos para explicar el profundo sentido del mesianismo de Jesucristo.

domingo, 12 de julio de 2015

Catecismo 599-600. Jesús entregado según el preciso designio de Dios

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Punto 599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios, como lo explica san Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso de Pentecostés: "Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
Punto 600 Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Por tanto establece su designio eterno de "predestinación" incluyendo en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: "Sí, verdaderamente, se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú has ungido, Herodes y Poncio Pilato con las naciones gentiles y los pueblos de Israel (cf. Sal 2, 1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que, en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado" (Hch 4, 27-28). Dios ha permitido los actos nacidos de su ceguera (cf. Mt 26, 54; Jn 18, 36; 19, 11) para realizar su designio de salvación (cf. Hch 3, 17-18).

. Un misterio que de nuevo vuelve a tocar el Catecismo: para entender el designio, el plan de Dios tenemos que recordar que Dios es infinito, es todopoderoso, es omnisciente,… nos dice el Catecismo que para Dios no hay tiempo, está fuera del tiempo, Dios no tiene ni tiempo ni espacio, Dios no ocupa lugar porque está fuera del espacio, Dios no es ni viejo ni joven porque Dios es eterno. Este punto de partida es necesario para entender que para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actualidad. Dios vive todos nuestros acontecimientos en un eterno presente, conoce lo que va a suceder y al mismo tiempo lo conoce en el pleno respeto de nuestra libertad, es decir, Dios conoce como nosotros vamos a hacer uso de nuestra libertad y el hecho de que lo conozca no nos condiciona. Respeta el uso que vamos a hacer de nuestra libertad. Esto no quiere decir que las personas no tengan responsabilidad en sus actos.

. Distinguimos entre el querer de Dios y el permitir de Dios: el querer de Dios es todo aquello que es bueno para el hombre pero hay cosas que Dios no quiere pero las permite. Las permite en respeto de la decisión que ha tomado de que el hombre sea libre. Si permite que el hombre sea libre tiene que permitir cosas. Por ejemplo comparando un padre con sus hijos, para un padre hay cosas que no quiere para sus hijos pero las permite porque al tomar la decisión de que su hijo sea libre y maduro, tiene que permitirle y no puede encerrarle. Dios cuando permite, lo hace no solo en el respeto de la libertad sino también porque en su sabiduría tiene designios de salvación incluso a través de los errores del hombre, porque Dios no se queda de brazos cruzados, no nos abandona, es capaz de sacar bien de los males. Un ejemplo concreto es la historia del pecado original que no era querido por Dios, es más había prohibido expresamente cometer ese pecado, sin embargo permite ese pecado primero por respeto a la libertad de Adán y Eva, pero también con el designio de que de ese pecado Dios espera obtener mayor gracia para el hombre, en cuanto que pecan Dios les anuncia un segundo designio de salvación, hay una promesa de salvación, el segundo plan de salvación eleva al hombre a una felicidad más alta que la que tenían Adán y Eva porque ser hermano en Cristo es muy superior a lo que Adán y Eva eran, esa filiación divina que tenemos ahora ellos no la tenían. Dios ha sido capaz de permitir aquel pecado y conducir la historia a un designio de salvación superior al que existía antes.

.En Hechos 2,22-23 san Pedro nos dice: “Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles”. En este versículo se resume todo este misterio, se afirma que en la Pasión de Jesucristo están teniendo lugar al mismo tiempo dos cosas: un plan de Dios que entrega a su hijo y un pecado de unos hombres que están matando a Jesús. Concurren el designio de Dios y la causa humana libremente respetada. Sin ser conscientes Herodes, Pilato, todos los judíos que entregaron a Jesús, nosotros mismos que con nuestro pecado ofendemos a Jesús, estamos cumpliendo un designio de redención y de que Dios Padre entregaba a su hijo por eso. Jesús en Mateo 26.54 le recuerda a Pedro que están en manos de Dios, en un designio de salvación: “Jesús le dijo: «Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere. ¿O piensas que no puedo recurrir a mi Padre? El pondría inmediatamente a mi disposición más de doce legiones de ángeles. Pero entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras, según las cuales debe suceder así?”.

. En Hechos 3,17-18:” Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. Pero así, Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer”. Los apóstoles indican que incluso en su ignorancia estaban dando cumplimiento al plan de Dios, a veces cumplimos los planes de Dios en plena consciencia y otras veces en inconsciencia, en nuestra ignorancia.


 . En san Pablo a los Romanos 8,28: “Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio”.  En todas las cosas interviene Dios para el bien de los que lo aman, todo está regido por un Dios providente que nos ama, y ni siquiera el mal destruye esa realidad. En la Pasión de Cristo vemos que no ha habido injusticia mayor que la de la condena y ejecución de Jesucristo que era el santo de Dios. Si Dios de ese mal que era el mal mayor que podíamos haber imaginado ha sacado bienes, de los males que nosotros padezcamos que son infinitamente inferiores, no va a sacar bienes también? No podemos dudar de la providencia divina por muy graves que sean los males que padezcamos, sería una falta de confianza en Dios. Podemos llegar a decir nosotros que la cruz es la sabiduría de Dios y el poder de Dios para los creyentes, porque creemos en un Jesús crucificado. Un cristiano tiene que tener un gran acto de confianza y abandono porque la providencia divina hace que del pésimo árbol de la cruz se generen los frutos de gracia para todos los hombres.

. De este misterio del designio de Dios de entregar su hijo a la cruz y que de esa injusticia hayan provenido estos frutos de salvación y de gracia para nosotros, tiene que derivarse en nuestra espiritualidad una serena confianza. El vivir en agobios, inquietudes, ansiedades, el no entender… tenemos que profundizar en una espiritualidad de la serena confianza. Nosotros en medio de las cruces no sabemos lo que nos conviene, no sabemos los caminos de Dios, desconocemos los designios de Dios. Incluso otras religiones también hablan mucho de que solo Dios conoce, por ejemplo en el relato chino que cuenta la historia de un anciano campesino que tenía un caballo para trabajar el campo: un día el caballo escapó a las montañas y sus vecinos se acercaron a consolarle. El anciano dijo mala suerte, buena suerte, solo Dios sabe. Una semana después el caballo volvió trayendo una manada de caballos, y los vecinos fueron a felicitarle. El anciano siempre respondía “mala suerte, buena suerte, solo Dios sabe". El hijo del anciano al domar un caballo se rompió la pierna… los vecinos le comentaban que vaya desgracia!... luego el emperador declaró la guerra y enroló a todos los jóvenes menos al que tenía la pierna rota… los vecinos se acercaron preguntando “habrá sido mala suerte o buena suerte?”. Es decir, en este tipo de relatos se subraya el hecho de que no alcanzamos a los planes de Dios y no sabemos lo que es para bien y lo que es para mal. Ahora bien lo propio del cristianismo es que tenemos que confiar porque Dios es Padre y sus designios son designios de amor

sábado, 11 de julio de 2015

Catecismo 595-598. El proceso de Jesús III

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Punto 596 Las autoridades religiosas de Jerusalén no fueron unánimes en la conducta a seguir respecto de Jesús (cf. Jn 9, 16; 10, 19). Los fariseos amenazaron de excomunión a los que le siguieran (cf. Jn 9, 22). A los que temían que "todos creerían en él; y vendrían los romanos y destruirían nuestro Lugar Santo y nuestra nación" (Jn 11, 48), el sumo sacerdote Caifás les propuso profetizando: "Es mejor que muera uno solo por el pueblo y no que perezca toda la nación" (Jn 11, 49-50). El Sanedrín declaró a Jesús "reo de muerte" (Mt 26, 66) como blasfemo, pero, habiendo perdido el derecho a condenar a muerte a nadie (cf. Jn 18, 31), entregó a Jesús a los romanos acusándole de revuelta política (cf. Lc 23, 2) lo que le pondrá en paralelo con Barrabás acusado de "sedición" (Lc 23, 19). Son también las amenazas políticas las que los sumos sacerdotes ejercen sobre Pilato para que éste condene a muerte a Jesús (cf. Jn 19, 12. 15. 21).
Los judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús
Punto 597 Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato), lo cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas contenidas en las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés (cf. Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13, 27-28; 1 Ts 2, 14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34) y Pedro siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los judíos de Jerusalén e incluso de sus jefes. Menos todavía se podría ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el tiempo y en el espacio, apoyándose en el grito del pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que equivale a una fórmula de ratificación (cf.Hch 5, 28; 18, 6):
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: «Lo que se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy [...] No se ha de señalar a los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera de la sagrada Escritura» (NA 4).

. Se distingue entre ecumenismo y diálogo interreligioso, el primero es el diálogo entre las iglesias cristianas y el segundo es el diálogo con otras religiones que nos son cristianas. Con el paso del tiempo se puede generalizar de forma incorrecta que los judíos rechazaron a Jesucristo, pues no todos los judíos rechazaron a Jesucristo. No se puede olvidar que Jesucristo, María, los apóstoles y la primitiva iglesia eran judíos, y por lo tanto no se puede decir de forma simplista que los judíos crucificaron a Jesucristo. De esta simplificación puede haberse dado malas relaciones entre el pueblo judío y el pueblo cristiano, que es un enfrentamiento contrario al espíritu de Jesucristo.  Hoy en día la iglesia ora por el pueblo judío para que en la fidelidad de la alianza con Yahveh llegue a descubrir en Jesucristo el mesías prometido, que Jesús no fue un impostor, que no esperen a un mesías cuando ya ha llegado.

. Una de las primeras afirmaciones que el Catecismo detalla citando varios pasajes bíblicos es que había muchos miembros del pueblo de Israel que también eran seguidores de Jesús, por ejemplo en Juan 3,1-5: “Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos…”, se nos narra a Nicodemo magistrado judío que va de noche, seguramente por miedo a ser denunciado, a ver a Jesús y defiende a Jesús. En Juan 19,38-39 tenemos a José de Arimatea: “Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús –pero secretamente, por temor a los judíos– pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos”. El evangelio de Mateo dice que Arimatea era un hombre rico y en Marcos que era miembro respetable del consejo del sanedrín, que en Lucas 23,50 de dice que no había dado su visto bueno a la condena de Jesucristo. Hay también textos en los que se ven discusiones, disensión o falta de acuerdo entre los fariseos sobre Jesús. En Hechos 6.7 “la Palabra de Dios se extendía cada vez más, el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y muchos sacerdotes abrazaban la fe”. Y en Hechos 21,20: “Ellos alabaron a Dios por lo que acababan de oír, pero le advirtieron: «Tú sabes, hermano, que millares de judíos han abrazado la fe, y que todos ellos son celosos cumplidores de la Ley”,  en resumen, el Catecismo quiere hacer un esfuerzo de que no caigamos en la generalización de que el pueblo de Israel rechazó a Jesucristo y que eso pueda crear en nosotros una especie de animadversión y una especie de odios ancestrales entre los cristianos y los judíos.

. En Marcos 15,11 se dice: “Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás”. Pilato quería soltar a Barrabás pero los sumos sacerdotes manipularon al pueblo para inclinar la balanza contra Jesús y pedir su crucifixión. Y especialmente en Mateo 27,21-26: “Tomando de nuevo la palabra, el gobernador les preguntó: «¿A cuál de los dos quieren que ponga en libertad?». Ellos respondieron: «A Barrabás». Pilato continuó: «¿Y qué haré con Jesús, llamado el Mesías?». Todos respondieron: «¡Que sea crucificado!». El insistió: «¿Qué mal ha hecho?». Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: «¡Que sea crucificado!». Al ver que no se llegaba a nada, sino que aumentaba el tumulto, Pilato hizo traer agua y se lavó las manos delante de la multitud, diciendo: «Yo soy inocente de esta sangre. Es asunto de ustedes». Y todo el pueblo respondió: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos». Pues bien, durante bastante tiempo se hizo la interpretación de que este texto era una especie de maldición de Dios sobre el pueblo judío y sobre su descendencia, que era un pueblo maldito, un pueblo errante por todo el mundo. Esta interpretación no es correcta porque la expresión “caiga su sangre sobre nosotros” no es una expresión de maldición de Dios sino una expresión de ratificación, de estar de acuerdo con la condena a muerte que se hace.

. Debemos de acordarnos de nuestra responsabilidad ante el pecado, en Deuteronomio 24,16: “Los padres no morirán por culpa de los hijos ni los hijos por culpa de los padres. Cada cual morirá por su propio pecado”. Nos recuerda que cada uno es responsable de su culpa y no se le puede atribuir a sus descendientes la culpa propia. Es cierto que nuestros pecados afectan al prójimo pero la responsabilidad es personal delante de Dios. Por lo tanto no cabe hablar de tal familia, o de tal pueblo, o de tal raza, no cabe hablar en esto términos de generalizaciones porque Jesús conoce a cada oveja por su nombre y cada uno somos únicos e irrepetibles, para Jesús no existen los tales y los cuales, existe cada uno de nosotros.   

Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo

Punto 598 La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos, no ha olvidado jamás que "los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor" (Catecismo Romano, 1, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4-5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos:
«Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal "crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia" (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los judíos. Porque según el testimonio del apóstol, "de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria" (1 Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de Él con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre Él nuestras manos criminales» (Catecismo Romano, 1, 5, 11).
«Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados» (S. Francisco de Asís, Admonitio, 5, 3).


. En este punto, el Catecismo nos dice claramente que somos nosotros los que hemos crucificado a Cristo con nuestros pecados. Y tenemos menos excusa que aquellos que le crucificaron sin ser conscientes de lo que hacían, nuestro nivel de consciencia de nuestro pecado es muy superior al de entonces. Aquí la iglesia nos recuerda que no tenemos que echar balones fuera, ni echar culpas a otros, sino recordarnos nuestra condición de pecadores y nuestra responsabilidad.