viernes, 31 de julio de 2015

Catecismo 612. La agonía de Getsemaní

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Punto 612 El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la Cena al ofrecerse a sí mismo (cf.Lc 22, 20), lo acepta a continuación de manos del Padre en su agonía de Getsemaní (cf. Mt26, 42) haciéndose "obediente hasta la muerte" (Flp 2, 8; cf. Hb 5, 7-8). Jesús ora: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz..." (Mt 26, 39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Esta, en efecto, como la nuestra, está destinada a la vida eterna; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado (cf. Hb 4, 15) que es la causa de la muerte (cf. Rm 5, 12); pero sobre todo está asumida por la persona divina del "Príncipe de la Vida" (Hch 3, 15), de "el que vive",Viventis assumpta (Ap 1, 18; cf. Jn 1, 4; 5, 26). Al aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre (cf. Mt 26, 42), acepta su muerte como redentora para "llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero" (1 P 2, 24).

. Si recordamos las tres tentaciones del desierto dónde Jesús va venciendo una tras otra las tentaciones que satanás le va proponiendo, cuando finalmente satanás se ve vencido por la obediencia y fidelidad de Cristo, es en Lucas 4,13 quien comenta “acabada toda tentación, el diablo se alejó de él hasta un tiempo oportuno”, es decir, nos da a entender que satanás vuelve a la carga esperando el momento oportuno, y este momento de Getsemaní es así considerado. Así también en nuestra vida el diablo busca los momentos oportunos, los momentos de flaqueza, en los que su acción puede ser más eficaz.

. Las tentaciones del desierto hacían referencia a la tentación de la complacencia del cuerpo (tentación del pan), a la tentación de la posesión de los bienes materiales y a la tentación de la gloria humana. Ahora en el huerto de los olivos, satanás tienta a Jesús en su interior, como diciéndole “para qué sirve lo que vas a hacer, qué fruto va a tener, para qué sirve tu entrega, acaso merece la pena, si sabes bien que Judas te va a entregar, ya lo dijiste en la última cena, satanás repasa ante Jesús todos los fracasos o frustraciones de su sangre redentora, todas las infidelidades de la humanidad, pecados gravísimos, decepciones en la iglesia, cristianos que le han traicionado, sacerdotes que han cometido escándalos, satanás está pues presentando a Jesús la tentación de si merece la pena todo esto ante tanta traición. En Lucas 22,43 nos dice: “entonces se le apareció un ángel que le confortaba”, es decir, un ángel de Dios le asistía y al igual que satanás por una parte está pretendiendo presentar a Cristo el supuesto fracaso de su redención, el ángel está consolando a Cristo haciéndole ver, haciendo presente el fruto de su sangre, tu sangre no va a ser inútil, la entrega tuya ente Dios tendrá un gran fruto: “mira a los mártires, mira a María, mira a los santos, mira a tanta gente de bien anónima” como merecen la pena. Hay pues una prueba interior en Jesucristo. También nosotros a veces somos tentados de desesperación en nuestra propia vocación: de qué sirve lo que he hecho si no veo los frutos, de qué sirve una vida consagrada ante tanta secularización, de qué sirven los sacrificios del día a día, y uno en la oscuridad de los frutos es tentado a abandonar en su entrega. Es la tentación más profunda, la tentación de desesperación en la vocación que Dios nos ha dado.

. Jesús acepta el cáliz de la nueva alianza que anticipó en la cena, es decir hay una aceptación personal de Jesús. Jesús tiene como una resistencia interior para pasar a la aceptación, el paso de la teoría a la práctica, o del dicho al hecho como nosotros decimos, lo realiza Jesús en Getsemaní y siente la resistencia interna a dar ese paso. A veces nosotros decimos un sí con nuestro entendimiento y voluntad que luego a nuestra apetencia le cuesta aceptar. En el proceso de aceptación de Jesús que tiene un instinto de supervivencia, hay un horror en la naturaleza humana de Cristo a lo que le viene encima, le aterra, no tiene ninguna apetencia, es decir, Jesús asume, para redimir, el proceso de aceptación que todos tenemos que tener, lo asume luego lo redime, asume esas resistencias interiores que tenemos hasta la aceptación plena. Desde el sí teórico al sí vital de cada uno, suele pasar un tiempo de maduración, un tiempo en el que uno acepta a Dios no en los conceptos sino en la vida, en la práctica, y pronuncia el acepto, confío, me pongo en tus manos. El aceptar Jesús en su voluntad humana que se hiciese la voluntad del Padre es lo que nos redime: que una voluntad humana se haya sometido plenamente a la voluntad de Dios, “que no se haga mi voluntad sino la tuya” como dijo Cristo en Getsemaní. Cada vez que nosotros decimos “acepto”, acepto mi enfermedad, acepto mi postración, acepto este revés, acepto vivir en paz donde me has puesto, etc etc, cada vez que decimos lo acepto tenemos que saber que es: “pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”.

.  Jesús se dirige al Padre diciendo “Padre mío si es posible que pase de mí este cáliz”. La imagen del cáliz tiene un sentido, muchas veces artísticamente se ha representado Getsemaní con un Cristo arrodillado y con un ángel que le entrega una copa a Jesús, y éste alarga su mano y recibe ese cáliz. Acordémonos de lo que le dijo Jesús a los hijos del Zebedeo: “podéis beber el cáliz que yo he de beber”. La imagen del cáliz no es una imagen festiva como en otros pasajes de las escrituras, sino que se trata del cáliz del dolor, del cáliz de la cólera divina entendida como el peso de nuestros pecados, beber el cáliz hace referencia a beber el castigo que los hombres merecemos por nuestros pecados, una vez más es la imagen bíblica del inocente por los culpables. Cristo el inocente está bebiendo la amargura de nuestros pecados, Jesús es capaz de transformar el cáliz amargo del dolor en cáliz de salvación. El inocente bebe la bebida de los culpables y la transforma en bebida de salvación.

. No es casual que Pedro, Juan y Santiago que están compartiendo la tentación de Getsemaní sean los mismos que habían estado en el monte Tabor. Los testigos del momento de la agonía son los mismos testigos que los del momento de la gloria. El Señor está educando a la columna de la iglesia entre la consolación y  la desolación. A pesar de lo que ven en Getsemaní, no deben olvidar lo que vieron en el Tabor, el escándalo de contemplar a Cristo padeciendo tiene que ser también de alguna forma aliviado con el recuerdo del Cristo glorioso, las dos cosas son necesarias y forman parte de la pedagogía divina.


. Cristo sudó sangre. En Lucas 22,44 curiosamente es el único evangelista que narra este suceso, tal vez por su condición de médico y le llamó profundamente la atención ese fenómeno y dice: “En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo”. Hoy en día en medicina se habla del sudor de sangre como la hematohidrosis, un fenómeno raro que ocurre en condiciones excepcionales, un agotamiento físico acompañado de un trastorno moral consecuencia de una emoción profunda, de un miedo atroz. Es curioso que esto no ocurriera durante la pasión física de Cristo, ni ante Pilato ni ante Herodes, sino que ocurrió en Getsemaní porque es más expresión de la pasión del alma que de la pasión del cuerpo. Esta agonía de Jesús se debía a que sentía el peso del cáliz, de todas las injusticias, guerras, robos, mentiras, niños y mayores que mueren de hambre por el egoísmo de otros, traiciones, etc etc. Todo esto hace que exista una emoción profunda, un miedo atroz que llega a producir el estado de shock que provoca la hematohidrosis.

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